El buen teatro tiene sus cultores y Angola lo demuestra fehacientemente.
¿Cuáles son la vasos comunicantes culturales
y existenciales entre el contemporáneo teatrero venezolano José Tomás Angola
Heredia con el bardo místico inglés John Donne (1572/1631) y el novelista estadounidense
Ernest Hemingway (Oak Park, 1899/ Ketchum, 1961)?
¿Por qué se suicida el gringo aquel si
aparentemente lo poseía todo? ¿Tenía miedo a vivir o a seguir luchando para
escribir más obras famosas por su calidad literaria? ¿Vale la pena vivir a
pesar de los obstáculos sociales y políticos? ¿Para qué vivir si debes
renunciar a tus afectos o tus placeres? ¿Para qué vivir hasta envejecer acosado
por las enfermedades o las desilusiones que proporcionan los seres amados?
Las respuestas
las descubrirá o las deducirá el teatromaníaco que en Caracas acuda a la sala
Alexander Humboldt, en la calle Juan Germán Roscio, en San Bernandino, donde precisamente
hace una breve temporada el excelente espectáculo Ningún hombre es una isla, escrito, dirigido y además protagonizado
por Angola Heredia (Caracas, 1967), apuntalado en los correctos actores Andrea
Miartus y José Manuel Vieira.
Solamente en un espacio escénico como
el de Humboldt podía Angola Heredia hacer y lucir lo logrado. Un estremecedor
homenaje al ya legendario Hemingway durante el último año de su vida, por intermedio
de un bien caracterizado y exhaustivo monologo existencial del célebre intelectual,
con los precisos y convincente soportes de Miartus y Vieira y la magia
audiovisual que le proporcionó la correcta utilización de las técnicas del
mapping y el videobean para ambientar la larga y exhaustiva, además de
patética, despedida del autor de Por quién
doblan las campanas y otras novelas.
Angola Heredia revisa con su texto la
poesía y la filosofía de Donne, en especial su poema Ningún hombre es una isla, que es una amarga meditacion sobre los
seres humanos y circunstancias existenciales en las sociedades que les ha correspondido
vivir, concretamente, como lo canta en su poema, “ningún hombre es una isla entera por sí
mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar
se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un
promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona
es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a
toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti”.
El aburrimiento y desencanto existencial
de Hemingway, agravado por su dependencia alcohólica se materializa en la escena gracias al encuentro
mágico entre el escritor y los protagonistas de su novela Por quién doblan las campanas, lo cual permite ponderar el escritor
en charlas con Robert Jordan y su
enamorada Maria, y avanzar hacia su final: el suicidio, utilizando una de sus famosa escopetas de cazador,
después de haber sido obligado a salir de Cuba por la llegada de la revolución
de Fidel Castro y sus guerrilleros de la Sierra Maestra.
Es estremecedor presenciar como
Hemingway se desencanta de su vida opulenta y triunfadora en medio de esa
soledad acompañada en que vivía y se presencia como se inmola sin dar mayores
explicaciones, aunque deja interrogantes sobre su vida sentimental, a pesar de
que tenía una esposa aparentemente
enamorada.
Angola Heredia evoca y materializa a Hemingway porque su figura siempre
le cautivó por su vida tan intensa, desafiante y titánica. “Construyó en sí
mismo, su mejor personaje. Pero si nos adentramos en sus libros sorprendería la
sensibilidad y la delicadeza de su prosa y sus personajes. Algo entonces parece
no cuadrar. ¿Quién era en verdad este hombre más grande que la vida que cazaba
leones y pescaba grandes agujas, asistía como corresponsal de prensa a todos
los frentes de batalla de su tiempo, boxeaba con quien fuera y bebía centenares
de botellas de whisky?, ¿el que reflejaban los periódicos de entonces o el que
subyace en sus obras? Él mismo se
idealizaba y se volvía Frederick Henry, el soldado iluso de Adiós a las
armas, o Jake Barnes, el periodista impotente por una herida de
guerra, de Fiesta, o Harry Morgan, el cínico pescador y
contrabandista con mala suerte, de Tener y no tener. Y por supuesto
Robert Jordan, quizá su alter ego más genuino, el profesor norteamericano que
se involucra en la guerra civil española, de Por quién doblan las
campanas”.
Angola Heredia, como lo ha dicho, escribió,
dirigió y protagonizó Ningún hombre es una isla porque esos
conflictos existenciales son profundamente atractivos para cualquier argumento
teatral. “Hemingway luchó toda su vida para demostrar que era un tipo duro,
viril, cínico, cuando en realidad se sentía frágil, débil y sensible. Ese
ruido, esa incongruencia emocional, junto con los impulsos autodestructivos
debieron ser muy tormentosos. Él es una metáfora maravillosa sobre la ficción
literaria. Una oportunidad estupenda para explorar temas que me interesan
mucho: la creación como acto de lucha contra el determinismo de la vida, la
muerte como final angustiante e inevitable, el amor como único aliento
existencial”.
El espectáculo, que no dura más de 90
minutos de duración, permite que el espectador reflexione sobre los momentos que momentos tan tenebrosos que vivió el protagonista, que, como dice Angola
Heredia, lo único que parece tenerlo en pie es la esperanza de salir de esta
pesadilla, ya que “el mismo Hemingway elabora en todas sus obras una serie de
ideas que bien podrían ser aplicadas para nuestro tiempo y realidad y que trato
de rescatar para la pieza. Él mismo las resumió: El mundo es un hermoso lugar,
vale la pena defenderlo y detesto dejarlo, el hombre no está hecho para la
derrota; un hombre puede ser destruido pero no derrotado, jamás piensen que una
guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen, y el
hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más
sencillamente por fuera”.
Es, pues, un intenso y serio hecho
teatral, artísticamente bien logrado y donde la música es la salsa o el cemento
para amalgamar las acciones y los verdades de los diálogos de un texto que
solamente un periodista-dramaturgo podía ser capaz de pergeñar.
Este montaje, finamente realizado,
con tres actores y una tecnología poco utilizada por los demás teatristas
criollos, nos recuerda que el teatro todavía es una valiosa reflexión sobre la razón o la sinrazón de la
vida misma, a pesar de las más difíciles circunstancias, porque nunca no se
puede dejar de soñar o de amar o al menos anhelar encontrarse con el ser amado,
salvo que se quiera huir de la vida por la fácil puerta infinita del suicidio, tras
dejarse vencer por el temible desencanto.
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