domingo, agosto 17, 2008

Esnobistas del mal

Fedosy Santaella (Puerto Cabello, 1971), el escritor de la novela Rocanegras donde se revisa la oscura saga sobre el misterioso asesinato del vicepresidente Juancho Gómez, en el Palacio de Miraflores de El Benemérito, ahora entrega Piedras lunares. Un volumen de 11 cuentos (Ediciones B, 2008) que no son fruto de un proceso de investigación. Surgieron a lo largo de los años, directo desde las oscuridades de su mente, “procesados ya por el horror que a diario te asalta a la vuelta de la esquina, pero después vino el trabajo de ponerle literatura a todo eso”, explica.
Lleva muchos años devorando cuanta literatura policial o negra cae en sus manos, porque ahí hay algo que le atrae, como la representación cruda del mundo que le parece “fascinante y muy verosímil”, pero lo que más le gusta son los libros con historias, con argumentos, con intrigas, y no tanto “esas cosas con pensamientos o mensajes filosóficos disfrazados de ficción; por esto leo policial, terror, humor y literatura infantil”.
Atraído por el género negro, se descubrió pensando algunas historias al respecto. “Es inevitable, es parte del virus de la escritura que transmiten los libros que te gustan. Ahora, una vez que te encuentras pensando historias de este tipo, te das cuenta que la realidad está llena de ellas y eso te hace meditar si acaso al lector le interesa verlas escritas. Pues bien, creo que esta cruda realidad de la violencia, el delito y el crimen, es una masa amorfa que acontece, y el escritor debe darle un sentido, estructurarla y hacerla entretenida al lector. Entretenida, por supuesto a un primer nivel. Porque también es muy importante darle una vuelta de tuerca para que la reflexión surja sin volverte moralista, beata, retardataria o qué sé yo”.
En Piedras lunares, admite, se fue por la desmitificación, por la ridiculización, por el humor negro e incluso por el surrealismo, siempre a la búsqueda de esas bombas mentales que dejan una marca y un cauce de pensamiento. “Quizás esta sea mi manera de sacudir a los lectores, demasiad0s acostumbrados a los horrores del Parque Caiza. Ellos, claro está, darán el veredicto final, como pasó con Rocanegras que va para la segunda edición, lo cual es un buen índice”
Reconoce que “las páginas rojas” de los periódicos son un espejo de la sociedad, pero “ahí tenemos una lectura amorfa, una lectura que le falta sentidos, imaginación y poesía. Porque si bien es cierto que los acontecimientos de la realidad son insólitos, carecen del arte de la literatura, y eso es un trabajo que hay que hacer para embellecer la realidad. Por supuesto, esta sociedad que se cae a pedazos sumida en la violencia, te aporta tanto horror que uno siente la necesidad de hacer algo con la literatura. Quizás sea un iluso al pensar que la literatura puede servir para hacer que las cosas tengan algún sentido”.
La censura o el ocultamiento de datos no lo han detenido, pues, eso le ha permitido fabular, rellenar los huecos, ya que “la literatura es una mentira fascinante y el escritor lo que tiene que hacer es trabajar para que lo que escribe parezca verosímil. La literatura no es una verdad histórica. No es ciencia, es arte. Su verdad está a otro nivel. De allí que yo no entienda, por ejemplo, el horror de los historiadores ante las novelas históricas. Son ficción, no persiguen verdades comprobables, y como tal, son válidas”.
No titubea cuando afirma que la violencia de sus 11 cuentos salió de mismo lado donde brota toda la violencia del mundo: de la brutalidad, de la falsa fascinación por el mal, de la impotencia, la pobreza, la ambición, la corrupción y de algo más que flota en el ambiente y que quizás huela a azufre. “En el caso de Piedras lunares, su violencia surge de la falsa fascinación por el mal. Pero toda esa violencia de la realidad es superada y convertida en algo lleno de significados gracias a la función poética del lenguaje. Así debería ser para que la literatura tenga algún sentido en los hombres”.
Un vampiro mafioso
En las 150 páginas de Piedras lunares hay un jovencito medio tonto que, precisamente, juega a ser asesino en serie, un paranoico que se toma en serio la literatura policial, un mafioso criollo que se cree vampiro y superior al resto de los humanos, un merodeador invisible que busca al detective ideal, una mujer celosa de unas damas muertas y otros personajes, esnobistas del mal, que no saben en qué lío se meten, qué tan cerca puede estar la locura de todo esto y qué tan implacable puede ser el destino con sus errores. Es una singular galería de extraños personajes y siniestras circunstancias donde hay fantástico cóctel de locura y tontería humanas. Cree que hay que escribir una historia a lo Corín Tellado, pero con extraterrestres a los que le huelan mal los pies. “Es totalmente sociológico. Y creo que ya lo hice”.


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