Como ya casi culmina la temporada que reseñamos y compilamos para nuestro libro Teatro 2008/Apuntes para su historia en Venezuela, podemos advertir que entre los mejores espectáculos, de autor criollo, está precisamente Penitentes, revolucionario texto de Elio Palencia (Maracay, 1963), escenificado de gran manera por Costa Palamides
Penitentes se centra en la saga, ficionada, del sacerdote católico Jorge Piñango Mascareño (Barquisimeto, 1959) quien apareció muerto en la habitación 89 del caraqueño hotel Bruno, el 24 de abril de 2006. Las investigaciones que esclarecieron las causas de dicho asesinato (asfixia mecánica y hematomas en la región occipital y nasal) y además identificaron al criminal (Andrés José Rodríguez Rojas), inspiraron al dramaturgo Palencia para que pergeñara su oportuna, estrujante y valiente pieza, la cual hace ahora su segunda temporada en el Celarg con creativa y excelente dirección, además de las convincentes y plausibles actuaciones de Ludwig Pineda, Delbis Cardona y José Gregorio Martínez, tres generaciones de gran valía.
Costa Palamides, venezolano de padres griegos, motor del grupo Teatrela, con el cual lleva largos 20 años de labores auténticamente culturales, insiste con Penitentes por su tema corrosivo y desgarrador, inspirado en la saga del asesinato del cura y las extrañas circunstancias como apareció su cuerpo, además de los dimes y diretes entre el gobierno y la Iglesia Católica Apostólica Romana de Venezuela. En su montaje cuidó que el público -colocado en los cuatro costados del escenario- revisara la intolerancia que existe contra todo lo que manifieste diversidad sexual, alucinante suma de la ignorancia contra todo lo que sea divergencia, y plasmó en la escena el miserable e inhumano mundo en que se debaten los tres personajes del drama: el sacerdote, un chulo y un estudiante; una víctima, el asesino y otro que conocía íntimamente al religioso.
No hay por parte del autor ni del director un abuso de la temática ni un exceso en la argumentación. Todo se limita a mostrar las acciones físicas plasmadas en sobrio juego coreográfico, pero suficientes para deducir las acciones de los personajes reales y sus respectivos dramas, al tiempo que se usa un lenguaje concreto. Todo destinado a mostrar como esos seres humanos están condenados de antemano por una sociedad que no permite salirse de la norma religiosa que apuntala a las leyes de un Estado, que no es laico, y que sí castiga con la muerte, a pesar de que está prohibida la pena capital, no sólo ese tipo de violaciones o excesos de las conductas sexuales contrarias a las normas religiosas.
En Venezuela, como en otros países americanos, abundan los crímenes sexuales porque sus victimarios expían así sus culpas, de origen mítico religioso, y hasta que no se supere ese hondo problema cultural, matar mujeres, prostitutas, homosexuales, lesbianas, travestidos y transexuales, está permitido, aunque las leyes digan todo lo contrario. ¡Siglo XXI con inquisición!
Penitentes se centra en la saga, ficionada, del sacerdote católico Jorge Piñango Mascareño (Barquisimeto, 1959) quien apareció muerto en la habitación 89 del caraqueño hotel Bruno, el 24 de abril de 2006. Las investigaciones que esclarecieron las causas de dicho asesinato (asfixia mecánica y hematomas en la región occipital y nasal) y además identificaron al criminal (Andrés José Rodríguez Rojas), inspiraron al dramaturgo Palencia para que pergeñara su oportuna, estrujante y valiente pieza, la cual hace ahora su segunda temporada en el Celarg con creativa y excelente dirección, además de las convincentes y plausibles actuaciones de Ludwig Pineda, Delbis Cardona y José Gregorio Martínez, tres generaciones de gran valía.
Costa Palamides, venezolano de padres griegos, motor del grupo Teatrela, con el cual lleva largos 20 años de labores auténticamente culturales, insiste con Penitentes por su tema corrosivo y desgarrador, inspirado en la saga del asesinato del cura y las extrañas circunstancias como apareció su cuerpo, además de los dimes y diretes entre el gobierno y la Iglesia Católica Apostólica Romana de Venezuela. En su montaje cuidó que el público -colocado en los cuatro costados del escenario- revisara la intolerancia que existe contra todo lo que manifieste diversidad sexual, alucinante suma de la ignorancia contra todo lo que sea divergencia, y plasmó en la escena el miserable e inhumano mundo en que se debaten los tres personajes del drama: el sacerdote, un chulo y un estudiante; una víctima, el asesino y otro que conocía íntimamente al religioso.
No hay por parte del autor ni del director un abuso de la temática ni un exceso en la argumentación. Todo se limita a mostrar las acciones físicas plasmadas en sobrio juego coreográfico, pero suficientes para deducir las acciones de los personajes reales y sus respectivos dramas, al tiempo que se usa un lenguaje concreto. Todo destinado a mostrar como esos seres humanos están condenados de antemano por una sociedad que no permite salirse de la norma religiosa que apuntala a las leyes de un Estado, que no es laico, y que sí castiga con la muerte, a pesar de que está prohibida la pena capital, no sólo ese tipo de violaciones o excesos de las conductas sexuales contrarias a las normas religiosas.
En Venezuela, como en otros países americanos, abundan los crímenes sexuales porque sus victimarios expían así sus culpas, de origen mítico religioso, y hasta que no se supere ese hondo problema cultural, matar mujeres, prostitutas, homosexuales, lesbianas, travestidos y transexuales, está permitido, aunque las leyes digan todo lo contrario. ¡Siglo XXI con inquisición!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario