Se marchó sin avisar y después de 120 días lo reporta desde Madrid. Se fue con su esposa (Irma De Sousa) “en busca de una mejor calidad de vida y para ensanchar las oportunidades en nuestras respectivas carreras profesionales”. Pero Víctor Vegas (Barquisimeto, 1967) no se desvincula jamás de Caracas y por eso comunica –gracias a la Internet- que para el próximo 18 de abril estrenan en Montevideo, Uruguay, una de sus obras teatrales. Se trata de Pieza para dos actores, que en 2004 mereció el primer premio del concurso internacional de Torreperogil, Jaen, España, y la cual fuera publicada en 2005 por el ayuntamiento de esa municipalidad andaluza.
-¿Por qué el teatro?
- Cuando empecé a hacer teatro lo hice de manera intuitiva, casi por instinto. Luego vino el natural proceso de toma de conciencia y profundización del hecho teatral a través de la lectura de piezas y textos teóricos sobre teatro. Hacer teatro en Barquisimeto es mucho más precario y cuesta arriba que hacerlo en Caracas. En mi caso, la oportunidad más idónea para hallar las respuestas que andaba buscando a mis interrogantes las encontré en la biblioteca pública de Barquisimeto y, más específicamente, en los libros. Y los libros no hicieron más que ratificar lo que ya me había susurrado al oído la intuición: que el teatro es un instrumento que nos permite reflexionar sobre la vida, sobre la condición humana.
-¿Desde cuándo en el teatro?
- Se podría decir que desde la adolescencia, pero en realidad tengo que hablar de dos períodos: el primero que va desde 1984 a 1989 (entre los 17 y los 22 años), y el segundo que comienza a partir del año 2003.
- ¿Y qué pasó entre uno y otro período?
Fue el lapso que necesité para terminar mi carrera de Ingeniería en Informática, dedicarme a trabajar por más de diez años en el área y por fin caer darme cuenta de que el camino que en verdad quería transitar seguía siendo el de la literatura. El primer período, el que va de 1984 a 1989, fue de descubrimiento e inevitable enamoramiento. En él, junto con un puñado de amigos, creamos un grupo de teatro con el cual, en los primeros años, hicimos montajes de piezas que yo escribía y dirigía y que representábamos en la casa comunal del barrio donde residíamos. Poco a poco fuimos tomando el asunto más en serio y mejorando sustancialmente la técnica, hasta nos atrevimos a montar piezas de Cabrujas y Rengifo. Desde luego siempre se trató de teatro comunitario, totalmente amateur, sin embargo, los últimos tres montajes que realizamos alcanzaron una estética y una calidad que podría catalogar de respetables, si tomamos en consideración que sólo éramos un puñado de muchachos. El segundo período, en cambio, viene signado por el teatro profesional. Creo importante aclarar que el primer período del que te hablo transcurrió en Barquisimeto, mientras que el segundo fue en Caracas.
-¿Qué encuentra en el teatro?
-Placer, reflexión y vida. También es el canal idóneo para cuando mi sensibilidad desea expresarse, cuanto tengo la necesidad de decir algo más allá de las puras palabras y que ese algo llegue de forma directa a su receptor.
-¿Por qué montan en el exterior más teatro criollo que aquí en Venezuela?
-Creo que, básicamente, porque a la mayoría de las empresas productoras locales, que son las que a fin de cuentas buscan los recursos para las puestas en escena, prefieren no tomar riesgos e irse por lo seguro con montajes que ya han demostrado que han funcionado en otras latitudes. Al menos es lo que creo. Y tal vez sea preciso aclarar que en ningún modo estoy en contra de que se presenten obras de autores foráneos, por el contrario, con estos montajes ganamos todos. Con lo que no puedo estar de acuerdo es que el espacio para la dramaturgia local sea tan ínfimo. Son pocas las compañías y grupos de teatro que apuestan por autores locales. La excepción que confirma la regla la encuentras en el Teatro San Martín y Rajatabla, para hablar de compañías o grupos de reconocida y larga trayectoria. Pareciera ser que afuera tienen más sentido de la oportunidad y del riesgo, puesto que así lo ha demostrado en los últimos años las carteleras caraqueñas donde abundan los espectáculos que traen la etiqueta de “viene de ser un rotundo éxito en tal o cual ciudad”.
-¿Qué pasa con esa pieza que ahora le producirán en Uruguay?
- En junio del año pasado lancé mi página web: http://victorvegas.com/. Mi objetivo con este espacio era promocionar mis obras como narrador y dramaturgo, además de dar a conocer a los visitantes algo de mi trayectoria: biografía, libros publicados, noticias relacionadas con mi obra, etcétera. Pero sin duda la principal motivación de ponerlo on-line era la de colgar allí mis piezas teatrales para que cualquiera que quisiera pudiera descargarlas y leerlas, haciendo la natural e indispensable aclaratoria que si la intención del visitante era posteriormente hacerlas públicas, pues que debían respetar todo lo referente a los derechos de autor y ponerse en contacto con la SGAE, que es la encargada de velar por mis derechos de autor. A menos de un mes de haber puesto on-line mi página, me contactó, desde Montevideo, Javier Barboza, un joven teatrero uruguayo, diciéndome que estaba interesado en producir Pieza para dos actores en su país. Lo que siguió fue poner a Javier en contacto con la gente de SGAE para que conversaran lo relacionado con los derechos de autor.
Explica que Pieza para dos actores la escribió casi hace 20 años atrás, a finales de 1989, “un año de inflexión para mí y mis convicciones. Muchas de las cosas en las que creía hasta entonces sufrieron durante este año una fractura irreversible. Algunas incluso se volvieron polvo. Quizá debido a esto, a pesar de considerarme un tipo optimista y de tratarse la pieza de una comedia -una comedia inteligente, como la ha llamado Javier-, la obra está atravesada por una atmósfera en extremo pesimista”.
-¿Qué es lo que más le gusta de las disciplinas teatrales?
-Al principio, cuando comencé a hacer teatro, además de escribir los textos de las piezas que montábamos, era yo el que se encargaba de la dirección general y de casi todos los detalles técnicos de la puesta en escena. Inclusive cuando era necesario que asumiera alguno de los roles secundarios en el montaje, lo hacía (aunque esto casi a regañadientes, in extremi, porque actuar no me atraía en nada), pero en realidad lo que más me gustaba de todo aquello era escribir y dirigir. Hace un par de años, en el Teatro San Martín de Caracas, tuve la fortuna de trabajar como asistente de dirección de dos teatreros de quienes admiro su particular estética en la escena, su vocación, pasión y dedicación al trabajo: Luis Domingo González y Gonzalo Cubero. De ambos aprendí muchísimo (de por sí el Teatro San Martín fue para mí una segunda escuela). Te confieso que la dirección aún hoy en día me sigue atrayendo, pero la verdad es que en este momento deseo enfocarme en mi oficio de escritor.
-¿Cómo planifica o diseña una obra teatral o de dónde parte para la escritura?
- Por lo general, antes de sentarme a escribir, debo tener una idea bastante clara hacia donde quiero o pretendo dirigirme. Funciono así no sólo al sentarme a escribir teatro, sino con la narrativa o casi cualquier otro texto que me plantee escribir. Primero tengo que armar o dibujar una especie de borrador, una guía, bien en un cuaderno de apunte o bien dentro de mi propia cabeza. Ese borrador incluyen el fondo y la forma, dos elementos que desde luego tengo que tener visualizados antes de empezar. Reflexiono largo tiempo sobre estos aspectos y sólo después que sé hacia donde voy es que me siento a escribir. Que luego las cosas tomen por otros derroteros es otro asunto. Nunca me siento a escribir sin tener claro el argumento y la estructura de la historia y una visualización más o menos completa de los personajes.
-¿Quienes fueron sus maestros y que ha tomado de ellos?
-En relación con mis maestros, para continuar con el enfoque de mis dos períodos en el teatro, en el primero, por vivir en la provincia, mis maestros fueron exclusivamente los dramaturgos que solía leer: Sófocles, Eurípides y Esquilo; todo Shakespeare; los franceses Moliere, Corneille y Racine; los autores del siglo de oro español: Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Lope de Vega. O’Neill, Strindberg, Ibsen, Brecht, Ionesco, Beckett, García Lorca. Y, claro está, mis coterráneos: Cabrujas, Chocrón, Rengifo, Santana y Mariela Romero. En este segundo respiro que me ha brindado el teatro (desde 2003), sin duda: Santana y sobre todo Gustavo Ott, han sido de incalculable ayuda y valía para continuar mi desarrollo como dramaturgo. Por supuesto en esta etapa también han tenido gran importancia los autores foráneos y sus obras: Miller, Pinter, Pirandello, Fo, Marco Antonio de la Parra, Álamo y Yasmina Reza entre muchos otros.
-¿Cuántas obras ha escrito y cuales ha visto representadas?
- Oficialmente he escrito, entre breves y largas, casi una docena de piezas. Once para ser exactos. Ocho están disponibles para ser descargadas en mi web. De las tres restantes, dos son demasiado viejas y las conservo todavía en su formato original (en papel transcritas a máquina de escribir) con la esperanza puesta en que en un futuro no muy lejano, mientras la paso a limpio en la computadora, pueda corregirlas y quitarle todas esas virutas que se le han formado con el paso de los años y que ahora les sobra. La tercera se trata de mi última obra, que escribí en el primer trimestre del año pasado, y que está en reposo hasta que llegue el momento de retomarla para revisarla, corregirla y subirla a la web. De esas 11 piezas han sido representadas tres de forma profesional, cifra que por supuesto subirá cuando Pieza para dos actores sea estrenada en Montevideo. Bueno, si me pongo exhaustivo deberían ser entonces cinco, porque una de las “viejitas” la dirigí y estrené en mi primer período de teatrero, por allá en 1987. A propósito, y valga la cuña: en la actualidad hay una pieza mía en cartelera. Se trata de Cuando seamos grandes, una obra infantil cuyo montaje ha sido dirigido por Jennifer Morales (uno de esos nuevos talentos de la generación de relevo que tiene nuestro teatro) y se presenta sábados y domingos, a las tres de la tarde, en el Teatro San Martín de Caracas. Extraoficialmente he escrito más piezas, pero, parafraseando a Borges, purifiqué con la destrucción todo lo que había escrito antes de 1986.
-¿Qué otros proyectos teatrales tiene entre manos?
-En la actualidad estoy escribiendo una nueva pieza. Apenas estoy comenzando. Me he planteado el firme propósito de escribir al menos una pieza al año, con eso me conformaría, puesto que ahora la narrativa ha comenzado a exigir su espacio y a consumirme más tiempo. También, como creo que te lo mencioné antes, tengo pendiente revisar y corregir la pieza que escribí el año pasado. Por cierto, creí que jamás volvería a escribir una obra tan pesimista como Pieza para dos actores, pero resulta que la que estoy escribiendo ahora es más pesimista... ¿Será a causa de los tiempos que vivimos?
-¿Cree que el teatro está en crisis?
- Desde mis inicios no he parado de escuchar que el teatro está en crisis. De hecho siempre saco a relucir aquello que Carlos Giménez, el inolvidable director y autor escénico, dijo en cierta ocasión: “...pienso que este enfermo incurable al que llamamos teatro, sigue agonizando con buena salud”. ¿Cuántas veces, desde los mismos albores del teatro, no ha salido algún profeta sentenciando su muerte, su final? Sobre todo frente a inventos más recientes como el cine o la televisión. Pero el teatro continúa allí y creo que seguirá por siempre puesto que es la mejor manera en que los seres humanos podemos dirimir y reflexionar sobre nuestra condición, sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Ahora pienso en la enorme herencia que nos han dejado teatreros como Shakespeare o, aún mucho antes que él, los tres grandes poetas trágicos griegos: Sófocles, Eurípides o Esquilo. Sus piezas se siguen representando hoy en día, a más de cuatrocientos y dos mil quinientos años después, respectivamente, porque a pesar del tiempo todavía nos siguen diciendo cosas. Quizá no exactamente lo mismo que dijeron a sus contemporáneos, en su época, pero sin duda continúan diciéndonos algo importante sobre nuestra condición. Y esa es una de las mayores virtudes y fortalezas del teatro, seguir diciéndole, a través de los años, cosas nuevas a las sociedades. Por ponerte un ejemplo traigo a cuento una de las escenas del teatro universal que particularmente a mí, cada vez que la leo, me llama a reflexión (incluso me las arreglé para en su momento insertarla en mi Pieza para dos actores, así ha sido su impacto en mí). Es una escena de la Antígona de Sófocles, donde Antígona se enfrenta a Creonte y le pide que le permita enterrar a su hermano muerto para de esta manera honrarlo, pero Creonte, desde la obnubilación del victorioso, desde la soberbia del poder, se niega y le advierte que si ella se atreve a hacerlo correrá igual suerte. Es una escena de gran impacto, una metáfora de gran belleza en la que los principios de una persona se plantan sólidos frente al poder, en este caso al poder absoluto de un autócrata.
-¿Por qué el teatro?
- Cuando empecé a hacer teatro lo hice de manera intuitiva, casi por instinto. Luego vino el natural proceso de toma de conciencia y profundización del hecho teatral a través de la lectura de piezas y textos teóricos sobre teatro. Hacer teatro en Barquisimeto es mucho más precario y cuesta arriba que hacerlo en Caracas. En mi caso, la oportunidad más idónea para hallar las respuestas que andaba buscando a mis interrogantes las encontré en la biblioteca pública de Barquisimeto y, más específicamente, en los libros. Y los libros no hicieron más que ratificar lo que ya me había susurrado al oído la intuición: que el teatro es un instrumento que nos permite reflexionar sobre la vida, sobre la condición humana.
-¿Desde cuándo en el teatro?
- Se podría decir que desde la adolescencia, pero en realidad tengo que hablar de dos períodos: el primero que va desde 1984 a 1989 (entre los 17 y los 22 años), y el segundo que comienza a partir del año 2003.
- ¿Y qué pasó entre uno y otro período?
Fue el lapso que necesité para terminar mi carrera de Ingeniería en Informática, dedicarme a trabajar por más de diez años en el área y por fin caer darme cuenta de que el camino que en verdad quería transitar seguía siendo el de la literatura. El primer período, el que va de 1984 a 1989, fue de descubrimiento e inevitable enamoramiento. En él, junto con un puñado de amigos, creamos un grupo de teatro con el cual, en los primeros años, hicimos montajes de piezas que yo escribía y dirigía y que representábamos en la casa comunal del barrio donde residíamos. Poco a poco fuimos tomando el asunto más en serio y mejorando sustancialmente la técnica, hasta nos atrevimos a montar piezas de Cabrujas y Rengifo. Desde luego siempre se trató de teatro comunitario, totalmente amateur, sin embargo, los últimos tres montajes que realizamos alcanzaron una estética y una calidad que podría catalogar de respetables, si tomamos en consideración que sólo éramos un puñado de muchachos. El segundo período, en cambio, viene signado por el teatro profesional. Creo importante aclarar que el primer período del que te hablo transcurrió en Barquisimeto, mientras que el segundo fue en Caracas.
-¿Qué encuentra en el teatro?
-Placer, reflexión y vida. También es el canal idóneo para cuando mi sensibilidad desea expresarse, cuanto tengo la necesidad de decir algo más allá de las puras palabras y que ese algo llegue de forma directa a su receptor.
-¿Por qué montan en el exterior más teatro criollo que aquí en Venezuela?
-Creo que, básicamente, porque a la mayoría de las empresas productoras locales, que son las que a fin de cuentas buscan los recursos para las puestas en escena, prefieren no tomar riesgos e irse por lo seguro con montajes que ya han demostrado que han funcionado en otras latitudes. Al menos es lo que creo. Y tal vez sea preciso aclarar que en ningún modo estoy en contra de que se presenten obras de autores foráneos, por el contrario, con estos montajes ganamos todos. Con lo que no puedo estar de acuerdo es que el espacio para la dramaturgia local sea tan ínfimo. Son pocas las compañías y grupos de teatro que apuestan por autores locales. La excepción que confirma la regla la encuentras en el Teatro San Martín y Rajatabla, para hablar de compañías o grupos de reconocida y larga trayectoria. Pareciera ser que afuera tienen más sentido de la oportunidad y del riesgo, puesto que así lo ha demostrado en los últimos años las carteleras caraqueñas donde abundan los espectáculos que traen la etiqueta de “viene de ser un rotundo éxito en tal o cual ciudad”.
-¿Qué pasa con esa pieza que ahora le producirán en Uruguay?
- En junio del año pasado lancé mi página web: http://victorvegas.com/. Mi objetivo con este espacio era promocionar mis obras como narrador y dramaturgo, además de dar a conocer a los visitantes algo de mi trayectoria: biografía, libros publicados, noticias relacionadas con mi obra, etcétera. Pero sin duda la principal motivación de ponerlo on-line era la de colgar allí mis piezas teatrales para que cualquiera que quisiera pudiera descargarlas y leerlas, haciendo la natural e indispensable aclaratoria que si la intención del visitante era posteriormente hacerlas públicas, pues que debían respetar todo lo referente a los derechos de autor y ponerse en contacto con la SGAE, que es la encargada de velar por mis derechos de autor. A menos de un mes de haber puesto on-line mi página, me contactó, desde Montevideo, Javier Barboza, un joven teatrero uruguayo, diciéndome que estaba interesado en producir Pieza para dos actores en su país. Lo que siguió fue poner a Javier en contacto con la gente de SGAE para que conversaran lo relacionado con los derechos de autor.
Explica que Pieza para dos actores la escribió casi hace 20 años atrás, a finales de 1989, “un año de inflexión para mí y mis convicciones. Muchas de las cosas en las que creía hasta entonces sufrieron durante este año una fractura irreversible. Algunas incluso se volvieron polvo. Quizá debido a esto, a pesar de considerarme un tipo optimista y de tratarse la pieza de una comedia -una comedia inteligente, como la ha llamado Javier-, la obra está atravesada por una atmósfera en extremo pesimista”.
-¿Qué es lo que más le gusta de las disciplinas teatrales?
-Al principio, cuando comencé a hacer teatro, además de escribir los textos de las piezas que montábamos, era yo el que se encargaba de la dirección general y de casi todos los detalles técnicos de la puesta en escena. Inclusive cuando era necesario que asumiera alguno de los roles secundarios en el montaje, lo hacía (aunque esto casi a regañadientes, in extremi, porque actuar no me atraía en nada), pero en realidad lo que más me gustaba de todo aquello era escribir y dirigir. Hace un par de años, en el Teatro San Martín de Caracas, tuve la fortuna de trabajar como asistente de dirección de dos teatreros de quienes admiro su particular estética en la escena, su vocación, pasión y dedicación al trabajo: Luis Domingo González y Gonzalo Cubero. De ambos aprendí muchísimo (de por sí el Teatro San Martín fue para mí una segunda escuela). Te confieso que la dirección aún hoy en día me sigue atrayendo, pero la verdad es que en este momento deseo enfocarme en mi oficio de escritor.
-¿Cómo planifica o diseña una obra teatral o de dónde parte para la escritura?
- Por lo general, antes de sentarme a escribir, debo tener una idea bastante clara hacia donde quiero o pretendo dirigirme. Funciono así no sólo al sentarme a escribir teatro, sino con la narrativa o casi cualquier otro texto que me plantee escribir. Primero tengo que armar o dibujar una especie de borrador, una guía, bien en un cuaderno de apunte o bien dentro de mi propia cabeza. Ese borrador incluyen el fondo y la forma, dos elementos que desde luego tengo que tener visualizados antes de empezar. Reflexiono largo tiempo sobre estos aspectos y sólo después que sé hacia donde voy es que me siento a escribir. Que luego las cosas tomen por otros derroteros es otro asunto. Nunca me siento a escribir sin tener claro el argumento y la estructura de la historia y una visualización más o menos completa de los personajes.
-¿Quienes fueron sus maestros y que ha tomado de ellos?
-En relación con mis maestros, para continuar con el enfoque de mis dos períodos en el teatro, en el primero, por vivir en la provincia, mis maestros fueron exclusivamente los dramaturgos que solía leer: Sófocles, Eurípides y Esquilo; todo Shakespeare; los franceses Moliere, Corneille y Racine; los autores del siglo de oro español: Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Lope de Vega. O’Neill, Strindberg, Ibsen, Brecht, Ionesco, Beckett, García Lorca. Y, claro está, mis coterráneos: Cabrujas, Chocrón, Rengifo, Santana y Mariela Romero. En este segundo respiro que me ha brindado el teatro (desde 2003), sin duda: Santana y sobre todo Gustavo Ott, han sido de incalculable ayuda y valía para continuar mi desarrollo como dramaturgo. Por supuesto en esta etapa también han tenido gran importancia los autores foráneos y sus obras: Miller, Pinter, Pirandello, Fo, Marco Antonio de la Parra, Álamo y Yasmina Reza entre muchos otros.
-¿Cuántas obras ha escrito y cuales ha visto representadas?
- Oficialmente he escrito, entre breves y largas, casi una docena de piezas. Once para ser exactos. Ocho están disponibles para ser descargadas en mi web. De las tres restantes, dos son demasiado viejas y las conservo todavía en su formato original (en papel transcritas a máquina de escribir) con la esperanza puesta en que en un futuro no muy lejano, mientras la paso a limpio en la computadora, pueda corregirlas y quitarle todas esas virutas que se le han formado con el paso de los años y que ahora les sobra. La tercera se trata de mi última obra, que escribí en el primer trimestre del año pasado, y que está en reposo hasta que llegue el momento de retomarla para revisarla, corregirla y subirla a la web. De esas 11 piezas han sido representadas tres de forma profesional, cifra que por supuesto subirá cuando Pieza para dos actores sea estrenada en Montevideo. Bueno, si me pongo exhaustivo deberían ser entonces cinco, porque una de las “viejitas” la dirigí y estrené en mi primer período de teatrero, por allá en 1987. A propósito, y valga la cuña: en la actualidad hay una pieza mía en cartelera. Se trata de Cuando seamos grandes, una obra infantil cuyo montaje ha sido dirigido por Jennifer Morales (uno de esos nuevos talentos de la generación de relevo que tiene nuestro teatro) y se presenta sábados y domingos, a las tres de la tarde, en el Teatro San Martín de Caracas. Extraoficialmente he escrito más piezas, pero, parafraseando a Borges, purifiqué con la destrucción todo lo que había escrito antes de 1986.
-¿Qué otros proyectos teatrales tiene entre manos?
-En la actualidad estoy escribiendo una nueva pieza. Apenas estoy comenzando. Me he planteado el firme propósito de escribir al menos una pieza al año, con eso me conformaría, puesto que ahora la narrativa ha comenzado a exigir su espacio y a consumirme más tiempo. También, como creo que te lo mencioné antes, tengo pendiente revisar y corregir la pieza que escribí el año pasado. Por cierto, creí que jamás volvería a escribir una obra tan pesimista como Pieza para dos actores, pero resulta que la que estoy escribiendo ahora es más pesimista... ¿Será a causa de los tiempos que vivimos?
-¿Cree que el teatro está en crisis?
- Desde mis inicios no he parado de escuchar que el teatro está en crisis. De hecho siempre saco a relucir aquello que Carlos Giménez, el inolvidable director y autor escénico, dijo en cierta ocasión: “...pienso que este enfermo incurable al que llamamos teatro, sigue agonizando con buena salud”. ¿Cuántas veces, desde los mismos albores del teatro, no ha salido algún profeta sentenciando su muerte, su final? Sobre todo frente a inventos más recientes como el cine o la televisión. Pero el teatro continúa allí y creo que seguirá por siempre puesto que es la mejor manera en que los seres humanos podemos dirimir y reflexionar sobre nuestra condición, sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Ahora pienso en la enorme herencia que nos han dejado teatreros como Shakespeare o, aún mucho antes que él, los tres grandes poetas trágicos griegos: Sófocles, Eurípides o Esquilo. Sus piezas se siguen representando hoy en día, a más de cuatrocientos y dos mil quinientos años después, respectivamente, porque a pesar del tiempo todavía nos siguen diciendo cosas. Quizá no exactamente lo mismo que dijeron a sus contemporáneos, en su época, pero sin duda continúan diciéndonos algo importante sobre nuestra condición. Y esa es una de las mayores virtudes y fortalezas del teatro, seguir diciéndole, a través de los años, cosas nuevas a las sociedades. Por ponerte un ejemplo traigo a cuento una de las escenas del teatro universal que particularmente a mí, cada vez que la leo, me llama a reflexión (incluso me las arreglé para en su momento insertarla en mi Pieza para dos actores, así ha sido su impacto en mí). Es una escena de la Antígona de Sófocles, donde Antígona se enfrenta a Creonte y le pide que le permita enterrar a su hermano muerto para de esta manera honrarlo, pero Creonte, desde la obnubilación del victorioso, desde la soberbia del poder, se niega y le advierte que si ella se atreve a hacerlo correrá igual suerte. Es una escena de gran impacto, una metáfora de gran belleza en la que los principios de una persona se plantan sólidos frente al poder, en este caso al poder absoluto de un autócrata.
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