Si el ateo Jean Paul Sartre visita en estos días a Caracas y acude a la sala de conciertos del Ateneo para ver el espectáculo Una temporada en el infierno, quedará muy satisfecho por lo que ahí se muestra al público y en particular porque ese grupo actoral y su director digirieron sus teorías sobre “el infierno existencialista” y en especial porque sí crearon un impactante espacio escénico donde estarán encerradas a perpetuidad tres personas, quienes tienen como castigo las tensas relaciones que establecen entre ellos, sin dejar de ser egoístas y manipuladores, con los mismos vicios, deseos y remordimientos, además de sus pasiones o insatisfacciones, y vidas recargadas de frustraciones, los cuales no podrán superar jamás, porque están muertas.
Pero Sartre no podrá decir ni hacer nada. Salvo un estruendoso aplauso de su fantasma, ya que murió el 15 de abril de 1980, en París a los 75 años, dejando atrás un respetable legado literario y filosófico y, muy en especial, la pieza teatral A puerta cerrada, montada en el año 1944, donde advertía a sus compatriotas, que habían vivido y sobrevivido al terror de la ocupación nazi, que el infierno del siglo XX no era de llamas y torturas, si no de miradas ajenas que no dejan a los demás hacer y deshacer su vidas como quisieran, si no como lo dicten las normas sociales, unas progresistas y otras totalmente retrógradas, preñadas de convenciones moralistas, recargadas de racismo, misoginia, homofobia y otras tantas conductas e irracionales y fundamentadas en credos religiosos totalmente superados por el desarrollo de las sociedades.
El fantasma de Sartre también constató que no es fácil hacer espectáculos teatrales en Venezuela ni en ningún otro país del mundo. Eso puede considerarse una perogrullada, pero es que esos trabajos artísticos criollos se complican día a día porque brotan obstáculos inverosímiles, bien porque no sale a tiempo el aporte financiero o porque éste nunca llegará, o porque las trabas legales son insuperables, como la ausencia de “dólares oficiales” para cancelar los derechos de autor o porque los interesados no exoneran esas complejas barreras, tomando en cuenta el tamaño de la sala y el número de butacas disponibles, además de las características de la agrupación que no es comercial. En fin, eso que afecta seriamente la libertad de creación consagrada por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, ese infierno de los envidiosos de la creación, hasta ahora no ha impedido que algunos artistas superen tales inconvenientes y prosigan hasta mostrar su proyecto.
Tal el caso del grupo Pantheo Teatro, el cual, bajo la conducción de Francisco Salazar, pretendió escenificar A puerta cerrada, de Jean Paul Sartre, pero ante las trabas surgidas optaron por hacer un trabajo de investigación que culminó en una original dramaturgia, utilizando segmentos del texto “prohibido” y otros fragmentos inherentes tomados de las obras de Fedor Dostoievsky y del legado de Arthur Rimbaud. Todo eso, suficientemente macerado, y con una original puesta en escena, se presenta como Una temporada en el infierno con la plausible entrega actoral de Jonathan Rodríguez, Natasha Pucheu, Markel Méndez y Alejandro Miguez.
La idea central del espectáculo, creado y puesto en escena por Francisco Salazar, es mostrar una metáfora sobre el infierno, pero no el cantado en La divina comedia, ni en La Biblia, pero si como lo concibió Sartre. Un fantástico espacio donde todos los seres humanos, sean hombres o mujeres, tienen que expurgar sus culpas por las vidas llevadas, “ese infierno que todos llevamos dentro, ese infierno que soportamos afuera, ese infierno por venir y que se materializa en un cuarto que encierra a tres personas, condenadas a torturarse mutuamente por la eternidad”, como acota Salazar.
Más allá de las consideraciones existencialistas sobre el infierno particular que todos tenemos y vivimos en estos momentos, hay que exaltar la puesta en escena lograda y las actuaciones de los comediantes involucrados. Es un trabajo memorable por su creatividad, por el juego escénico diseñado y logrado con discretos corporales y con textos básicos, desprovistos de palabrería innecesaria. Todo orientado hacia la creación de una metáfora sencilla y dirigida a la inteligencia básica del público, que presencia como dos hombres y una mujer, no mayores de 30 años, vivieron en función del que dirán y al morir y estar condenados en ese infiernillo continúan con las mismas conductas, alejándose así de cualquier formula de felicidad posible. No es otro hueco o vacío infernal el que ha materializado este elenco con óptimas condiciones para crear más espectáculos adecuados para los tiempos que se viven esta Tierra de Gracia.
Pero Sartre no podrá decir ni hacer nada. Salvo un estruendoso aplauso de su fantasma, ya que murió el 15 de abril de 1980, en París a los 75 años, dejando atrás un respetable legado literario y filosófico y, muy en especial, la pieza teatral A puerta cerrada, montada en el año 1944, donde advertía a sus compatriotas, que habían vivido y sobrevivido al terror de la ocupación nazi, que el infierno del siglo XX no era de llamas y torturas, si no de miradas ajenas que no dejan a los demás hacer y deshacer su vidas como quisieran, si no como lo dicten las normas sociales, unas progresistas y otras totalmente retrógradas, preñadas de convenciones moralistas, recargadas de racismo, misoginia, homofobia y otras tantas conductas e irracionales y fundamentadas en credos religiosos totalmente superados por el desarrollo de las sociedades.
El fantasma de Sartre también constató que no es fácil hacer espectáculos teatrales en Venezuela ni en ningún otro país del mundo. Eso puede considerarse una perogrullada, pero es que esos trabajos artísticos criollos se complican día a día porque brotan obstáculos inverosímiles, bien porque no sale a tiempo el aporte financiero o porque éste nunca llegará, o porque las trabas legales son insuperables, como la ausencia de “dólares oficiales” para cancelar los derechos de autor o porque los interesados no exoneran esas complejas barreras, tomando en cuenta el tamaño de la sala y el número de butacas disponibles, además de las características de la agrupación que no es comercial. En fin, eso que afecta seriamente la libertad de creación consagrada por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, ese infierno de los envidiosos de la creación, hasta ahora no ha impedido que algunos artistas superen tales inconvenientes y prosigan hasta mostrar su proyecto.
Tal el caso del grupo Pantheo Teatro, el cual, bajo la conducción de Francisco Salazar, pretendió escenificar A puerta cerrada, de Jean Paul Sartre, pero ante las trabas surgidas optaron por hacer un trabajo de investigación que culminó en una original dramaturgia, utilizando segmentos del texto “prohibido” y otros fragmentos inherentes tomados de las obras de Fedor Dostoievsky y del legado de Arthur Rimbaud. Todo eso, suficientemente macerado, y con una original puesta en escena, se presenta como Una temporada en el infierno con la plausible entrega actoral de Jonathan Rodríguez, Natasha Pucheu, Markel Méndez y Alejandro Miguez.
La idea central del espectáculo, creado y puesto en escena por Francisco Salazar, es mostrar una metáfora sobre el infierno, pero no el cantado en La divina comedia, ni en La Biblia, pero si como lo concibió Sartre. Un fantástico espacio donde todos los seres humanos, sean hombres o mujeres, tienen que expurgar sus culpas por las vidas llevadas, “ese infierno que todos llevamos dentro, ese infierno que soportamos afuera, ese infierno por venir y que se materializa en un cuarto que encierra a tres personas, condenadas a torturarse mutuamente por la eternidad”, como acota Salazar.
Más allá de las consideraciones existencialistas sobre el infierno particular que todos tenemos y vivimos en estos momentos, hay que exaltar la puesta en escena lograda y las actuaciones de los comediantes involucrados. Es un trabajo memorable por su creatividad, por el juego escénico diseñado y logrado con discretos corporales y con textos básicos, desprovistos de palabrería innecesaria. Todo orientado hacia la creación de una metáfora sencilla y dirigida a la inteligencia básica del público, que presencia como dos hombres y una mujer, no mayores de 30 años, vivieron en función del que dirán y al morir y estar condenados en ese infiernillo continúan con las mismas conductas, alejándose así de cualquier formula de felicidad posible. No es otro hueco o vacío infernal el que ha materializado este elenco con óptimas condiciones para crear más espectáculos adecuados para los tiempos que se viven esta Tierra de Gracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario