El teatro criollo no se ha detenido porque sus artistas lo aman siempre. |
El teatro es un espacio
conceptual y real perfecto para soñar, viajar y experimentar nuevas emociones. Y
fue creado para criticar o analizar o proponer reflexiones sobre situaciones
que atañen a la sociedad o a las comunidades, en lo general o en lo particular.
Por eso y para eso lo inventaron los griegos, a partir de sus poetas o
dramaturgos y con sus actores que dramatizaron y llevaron mensajes llenos de
sentimientos y cargas emocionales ante sus audiencias, como ocurrió y todavía
ocurre al cabo de dos mil largos años.
¿Qué pasa con el
teatro en Venezuela al promediar los primeros 17 años de este siglo XXI? Hay
muchas respuestas, porque sus artistas se han encargado de hacerlo y analizarlo,
pero las mismas deberían ser llevadas ante un foro, precisamente en estos
tiempos de plebiscitos y asambleas constituyentes, para asumirlas y proponer desde
ahí precisas leyes u ordenanzas necesarias para su desarrollo y trabajar para sacarlo
así de su atraso.
Para resumir este
batiburrillo de conceptos sobre el valor o importancia del teatro, podríamos
reiterar que un pais sin teatro es un pais sin alma, o, como enseña Federico García
Lorca, el teatro
es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un
país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. ¿Cómo está el teatro
de nuestra cara Venezuela?
Todo eso se aprecia o se materializa, especialmente, en esa dramaturgia venezolana comprometida con la realidad
de su pais, como es el caso de José
Gabriel Núñez (Cumaná, 29 de octubre de 1937), cultor de obras de
denuncia contra el opresor y a favor de los oprimidos, como, a buena hora, lo ha
advertido el novel director y actor Jhonny Romero, cuya tesis de grado, para la
Universidad Nacional Experimental de las Artes, se encauzó en la tarea de
desentrañar los elementos políticos y sociales que yacen en cinco piezas de Núñez
que estudió y llegó incluso a
escenificar una de ellas.
DRAMATURGIA COMPROMETIDA
Tal es el caso de Casa
de sangre y cenizas donde Núñez utiliza a una criada para narrar,
alternadamente, ante un periodista, las historias pasadas o transcurridas en
una casona, ubicada en un pueblo de alguna provincia venezolana, en los tiempos
de una dictadura (desde Castro hasta Pérez Jiménez), de la que no quedan sino
recuerdos del antiguo esplendor de aquel hogar, los cuales se corporizan y
revelan lo ocurrido, años atrás. Es un monumental flashback, como en el cine, con un ensamblaje de tres amargas historias
de amor: la madre y el padre, la hija y su rebelde novio universitario y el
varoncito de la familia enredado con el sirviente; un trío romántico en medio
de complejas relaciones sociales, de dominación total, hasta que todo se rompe
y el muchacho muere tiroteado en la habitación de un burdel, porque su papá se
entera que su vástago no puede hacer nada con la ramera, ya que es homosexual, tras
enterarse de sus picardías homoeróticas.
Cuando Romero leyó Casa
de sangre y cenizas se emocionó porque entrevió lo complicado del
trabajo de dirección que exigía esa obra que se realiza en dos tiempos,
quedando la posibilidad de representar la casa como una propuesta hiperrealista.
La casa, que propone del texto, es “una casa de verdad” (un livingroom que se transforma en lupanar),
trasladada al escenario, lo cual se convirtió en el asunto “más escabroso” de
la producción, como ha contado Romero.
Pero la puesta en
escena que propone y realiza felizmente el director va más allá. No es un
espectáculo fácil de lograr a satisfacción por las mismas características
estructurales del texto, especialmente las dos temporalidades, pero hay que
resultar que el elenco hace todo lo posible por convencer con su trabajo digno,
como lo atestiguamos en dos oportunidades: una en la sala del Trasnocho
Cultural y otra en Rajatabla donde hace temporada.
Ahí, pues, están:
Juan Carlos Lira, Naír Borges, Sandra Yajure, Flor Colmenares, Luis Ernesto
Rodriguez, Orlandys Suarez (una verdadera revelación), Maiker Pereira, Carlos
Enrique Pérez, Francisco Obando y David Vincent, quienes conforman el aguerrido
elenco de este dramón, donde se entrecruzan esas sagas románticas,
desarrolladas en medio de las luchas estudiantiles y la nefasta intolerancia de
la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Creemos que el texto merece saltar al
cine, pero ese es otro cantar. Johnny Romero, pues, se propuso materializar su
reto y lo logró satisfactoriamente. Con un elenco más profesional habría tenido
mayor fuerza su trabajo, pero eso era lo que tenía.
MEDIO SIGLO
Hay que recordar que hace 50 años, José Gabriel Núñez estrenó su primera
obra Los peces del acuario. Fue en Puerto la Cruz, aquel 27 de
abril de 1967. Al día siguiente lo presentaron en Cumaná. Los había invitado la
Dirección de Cultura de la Universidad de Oriente. Los recibió un público
entusiasta que se adelantó a la buena acogida que tuvo la obra en Caracas el
mes siguiente en la desaparecida sala Leoncio Martínez de la plaza Tiuna".
Ahí actuaron: Carmen Messuti, Napoleón Bravo, Martha y Jesús Mijares, Beatriz y
Santiago Definís. El dispositivo escenográfico lo diseñó Sixto Massieu.
Los peces del acuario marcó el rumbo definitivo que
le dio a su vida. "Decidí levantar el telón y comenzar a caminar por
distintos senderos de los que había transitado hasta ese momento. Me hechizaron
las candilejas, me deslumbraron las luces que brillaban como trozos de
cristal o de diamantes y decidí quedarme escribiendo. Más tarde entraría a las
aulas de clase para hablar de teatro y de sus rigores con los estudiantes que
buscaban formarse en las academias existentes".
"Y cincuenta años son muchos años. Toda mi vida. Decidí asumir la
humanística condición y el reto que todo dramaturgo debe enfrentar, la de ser
un lúcido testigo de su época, de su entorno, pero no solo limitándose al testimonio,
sino enjuiciando, abriendo heridas, señalando contradicciones y los conflictos
del hombre con sus circunstancias sociales sin anclarse en una señal
referencial".
"Cincuenta años de fructíferas hermandades con los grandes
maestros, con las mejores actrices y actores de nuestro teatro. Directores,
escenógrafos, vestuaristas, técnicos. Con la influencia de sus ideas, de
su disciplina, de su trabajo. Cincuenta años de afectos, de cercanías
irremplazables y de honestidad intelectual que me mostraban el camino que
tenía que seguir y que he procurado continuar transitando en esas
direcciones".
Medio siglo tiene Núñez en los avatares del teatro y es por eso que su
familia elegida le festejó sus 80 años de vida con Casa de sombras y
cenizas, la cual ahora hace una breve temporada en el espacio que invento y
catapulto el ya legendario Carlos Gimenez.
Núñez celebró la presencia de esos seres que le dieron y le siguen
dando afectos sin sombras a su vida profesional como el más preciado regalo. “Uno
de ellos, el más reciente de estos obsequios, fue ver en escena el último de
mis trabajos escritos, Casa de sangre y cenizas, impecablemente
llevada al escenario, con una maravillosa y acertada dirección y un emotivo
equipo actoral que de manera contundente transmitieron al espectador de forma
notoria, todo cuanto quise expresar en ella y provocó su categórica
respuesta".
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