miércoles, julio 05, 2017

La posverdad de La Catira

Los personajes de  la posverdad:dictador y secretario .
El hombre no es lo que oculta, sino lo que hace o produce, lo que consume. Y parafraseamos esta cita de Jean-Marie Domenach, presente en su libro El retorno de lo trágico, cuando analiza, entre otros, el pensamiento del filósofo francés André Malraux, precisamente ahora que tenemos que conceptualizar a la asainetada comedia La Catira del general. Desopilante espectáculo que exhibe el teatro Trasnocho Cultural, gracias a la valentía y la inteligencia del periodista (UCAB, 1975), actor y dramaturgo Javier Vidal Pradas, venezolano nacido en Barcelona, el 23 de abril de 1953, a quien conocimos desde la década de los 70, cuando integramos el jurado del Premio de Teatro Juana Sujo, a instancias del negrazo Porfirio Rodriguez, cocreador del Escuela Juana Sujo.
AUTODIDACTA
Han sido, pues, no menos de 45 años de relación profesional amistosa con  Javier, el primogénito de Jaime y Rocío Pradas de Vidal, a quien trajeron en el barco de carga mixta “Monte Altuve”, en enero de 1955. Y podemos decir ahora, que por sus obras o sus actos existenciales lo conoceréis, todo un primer actor, además dramaturgo con obra propia. Él reconoce que su vida pública comenzó escribiendo en la revista Suma. “Yo era casi un niño y tú ya estabas ahí. Después el ‘grup escenic’ del Centro Catalán me contrató como director. En el ‘círculo de críticos’ conocí a Ibrahim Guerra y este me propuso actuar en Los peces del acuario. Al principio me negué. No soy actor -le dije - ‘pero estás en personaje’-me ripostó Donata Andreutti, mi novia de entonces, me terminó de convencer -‘a ti te gusta el teatro, acepta y déjate de zoquetadas’-. Acepté y así empecé mi carrera teatral profesional. Mi profesor de teatro fue Marcos Reyes Andrade. Era una materia y pura teoría. Soy completamente autodidacta. Nadie me enseñó a actuar, mucho menos a dirigir o escribir. Aprendí a ser un hombre de teatro pateando las tablas, con mucha pasión...con mucha pureza, aunque no lo crean. Desde el 75 hasta el 80 estuve en el diarismo. La calidad se impuso. Yo era mejor en los escenarios que en el diarismo. Abrí la sección de cultura en el Observador Venezolano en el año 81 y no he dejado de hacer radio... es decir, si bien no he seguido con el diarismo, jamás he abandonado mi cualidad periodística. Sigo siendo un cómico, sigo siendo un periodista y la televisión fue la que se impuso en mi última decisión. Pagaban muy bien, pero exigía un tiempo que no podía compartir. La TV te impone un reto diario de improvisar frente al rigor exigente de la perfección del teatro. Nuestra televisión espeja a su pueblo y cuando el pueblo es quien decide no es una democracia, es la peor de las dictaduras. A las pruebas me remito. He actuado en más de medio centenar de piezas teatrales y perdí la cuenta de lo hecho   en la televisión. En cine hice, por ahora, una docena y como director he montado otras 50 obras, donde una veintena son mías”.
GOCHOS AL PODER
La catira del general es la tercera de su primera trilogía sobre el poder político a la venezolana, la cual está enmarcada en la región andina del Táchira, cuyo gentilicio, entre cariñoso y despectivo, es gocho. Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Diógenes Escalante, Ramón J. Velázquez y Marcos Pérez Jiménez, todos protagonistas de su saga andina, son personajes gochos de carne y hueso en Compadres, Diógenes y las camisas voladoras y La Catira del general.  Queda pendiente Carlos Andrés Pérez, pero por ahora no le interesa llegar a una tetralogía. Cree que vivirá más años y podrá escribir otras obras, porque además “el tema del poder es muy atractivo”.
 Explica que desde niño escuchó mucho el nombre de Camilo José Cela y los cuentos de sus cuentos eran relatados cada tanto junto al nombre de La Catira, toda una afrenta al nacionalismo como en su tiempo lo fue Salvador de Madariaga con su Bolívar. Al tener conciencia literaria en su adolescencia y a través de un maestro claretiano el sacerdote Eduardo Blanco descubrió La Colmena, fascinante novela plural con sus decenas de personajes; La muerte de Pascual Duarte, tan violenta como fascinante -ambas rabiosamente carpetovetónicas- y un photobooks intitulado Izas, rabizas y colipoterras. “La Catira es una novela que llegó a mis manos tardíamente, influenciado, quizá, por la leyenda negra que mi familia me había construido en mi imaginario infantil. Cela es un gran escritor, no voy a decir lo contrario. Era un magnífico novelista, homófobo y españolista. Alejado de la izquierda caviar y muy incómodo para la derecha católicanacionalista. Su Nobel me llevó a leer definitivamente La Catira y más que molestarme me resultó, a la distancia, un libro de humor con un sarcasmo proyectivo sólo entendible a estas alturas de este nuevo renacer de ramplonería chauvinista y castro-comunista.  Cuando inicié mi travesía iniciada con Diógenes Escalante ya tenía en claro que Pérez Jiménez sería el cierre de esta nueva trilogía. Cela me ayudó a incluir a la intelectualidad y el arte frente al Ogro filantrópico, como menta Octavio Paz. Las dictaduras siempre se han valido de las muletas de los intelectuales para justificar su gendarmería. La intelligentsia al servicio de lo más abyecto e infecto de nuestra sociedad: el poder corrupto autocrático”.
 Advierte que con Pérez Jiménez “vivimos ese tipo de contradicciones tanto con artistas como Carlos Raúl Villanueva, de comunistas convictos y confesos del realismo socialista a saber César Rengifo, como de igual manera y sin remordimientos estéticos Pedro Centeno Vallenilla, primo de Laureano Vallenilla-Lanz Planchart”.
POSVERDAD TEATRAL
La catira del general es una ficcionalidad o una posverdad –una mentira sobre hechos reales- inspirada en el encuentro de un encargo entre un novelista, un dictador, su culto y civil ministro del “interior” y un migrante gallego albañil, que el mismo día que llega a La Guaira comienza a trabajar en el Palacio de Miraflores.  Ahí están, a partir de entrevistas, la investigación, la documentación hemerográfica, unas cuantas obras literarias, memorias, biografías y el gran aporte editorial del premiado ensayo de Gustavo GuerreroHistoria de un encargo. 
“Mi pieza teatraliza los momentos del encuentro entre el gendarme necesario de Marcos Pérez Jiménez y el escritor Camilo José Cela a instancias del ministro Laureano Vallenilla-Lanz Planchart para encargarle la escritura de una novela que se inserta  en el Nuevo Ideal Nacional y trata  de enterrar a Doña Bárbara del novelista y defenestrado presidente Rómulo Gallegos”
El cuento teatral está bien he echado y excelentemente actuado por el cuarteto de intérpretes: Sócrates Serrano como Camilo José Cela; Juan Carlos Ogando es el presidente Marcos Pérez Jiménez; Jan Vidal-Restifo da carne a Francisco Ogando y Gonzalo Velutini construye al ministro Laureano Vallenilla-Lanz Planchart; pero el que  se lleva los aplausos es Jan por su “frescura gallega” y por ser el más humano de los personajes, quien le hace un gratísimo homenaje a esos miles de gallegos, italianos y portugueses que, en las década de los 40, 50 y 60 se convirtieron en los constructores del país, una realidad que nadie puede negar, además “mejoraron la raza”, según el perezjimenismo.
 Vidal Pradas no se gana el Nobel de Literatura por esta pieza pero si le echa más agua a su molino teatral, donde lo más impactante es su técnica y la naturalidad de sus personajes, desprovistos de poses, además repletos de humor, con esa comicidad que nos hace reír, sin darnos explicación alguna sobre las razones de esa risa, razones que puede ser muy diversas, como puntualiza Domenach. Ya eso lo había mostrado en Diógenes…y Los Compadres. Además para este montaje usa unos nostálgicos y precisos videos sobre los años 50, la época dorada del perezjimenismo, que lucen didácticos e ilustrativos.
El autor-director propone como espacio escénico polivalente un salón del Palacio de Miraflores donde los cuatro personajes, cual si estuviesen encerrados sartrianamente, juegan un interminable dominó. Buena idea, además para que sea otra metáfora de la venezolanidad.

 Malraux no conoció a Pérez Jiménez ni menos a Vidal, ni estaba enterado de la posverdad como sustantivo o adjetivo, pero si los definió, muy cristianamente: por sus obras los conoceréis. Ahora Venezuela revisa su historia.

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