Verónica Arellano y Luis Domingo González en sus convincentes roles. |
Román Chalbaud, el último de los grandes
autores teatrales, dice que siempre empezó sus obras sin saber lo que va a
pasar al final. “Mis piezas siempre comienzan por personajes que yo invento o
copio de la realidad, y mezclo unos con otros. No planifico y nunca sé cómo va
a terminar y para mí es interesante porque yo mismo me lo pregunto y ellos
mismos me van dictando", puntualiza.
Y lo citamos porque presentan en la sala
Rajatabla el espectáculo Consulta por
expediente, truculenta pieza de Jan Thomas Mora Rujano (1982), puesta en
escena por Luis Vicente González con los convincentes actores Verónica Arellano
y Luis Domingo González. Un texto que rememora la ejemplar sordidez de obras
chalbaudianas, como Los ángeles
terribles y El pez que fuma, aunque hay atisbos de La empresa perdona un momento de locura e Historias
de cerro arriba de Rodolfo
Santana. Eso es muy bueno porque advierte como la juventud lee,
estudia y asimila, por ahora.
Consulta por expediente no es
otra cosa que la saga de la limpiadora de una clínica, la Bermúdez, que furiosa,
por una injusticia, en un momento de locura empuja a la administradora por
unas escaleras. Aunque el incidente no tiene un fin trágico, envía a
la agresora al psiquiatra para que la evalúe. Es entonces cuando entra
en contacto con el doctor López. Ella, fiel seguidora del Hermano Superior, de
rojo vestida y con los ojos de su líder amado tatuados en la
mente, confronta su desesperante piel y visión de la pobreza con aquel
personaje que posee una mejor posición económica.
Mora Rujano, pues, ha tomado una realidad
social ubicable en cualquier barriada caraqueña y la ha ficcionado para plasmar
en la escena, el consultorio del psiquiatra, donde pululan las sillas de estilo
y épocas, la historia de la Bermúdez,
madre soltera que vive en un cerro al final de un escalera de 785
escalones, quien se acompaña en su rancho con unas morochas y un hijo gay que
vive con su pareja (un dealer o vendedor de drogas psicotrópicas); pero ella ahora
pide ayuda al doctor López de la clínica
donde trabaja, porque no quiere perder el único empleo que la ayuda a medio sobrevivir,
aunque espera que todo cambie porque el espíritu del Hermano Mayor la acompaña,
ya que es una ferviente partidaria de su
revolucionaria agrupación política,
Todo
culmina con la mutua complicidad de López y la Bermúdez que se mienten entre si
y ante los demás, para que ella puede seguir cobrando su miserable sueldo y el
profesional de la salud se asome a un enredo policial por las andanzas de su vástago.
La truculencia de esta historia reposa en
que ese psiquiatra a su vez es el padre de un muchacho drogadicto -además gay
promiscuo y metido en un sórdido crimen- que también sube los famosos 785
escalones al rancho de la Bermúdez.
Mucha información para una pieza de dos
personajes que se desarrolla a lo largo de 60 minutos. Pero se le aplaude por
la virulencia del cuento, que es por supuesto superficial porque no acentúa las
personalidades de esos símbolos del colectivo social: una obrera y el médico
profesional, ambos prisioneros de una macro sociedad que los utiliza, porque
los necesita y los tiene como servidumbre, aunque sus hijos sean gays y drogadictos
Esta saga teatral sin un final
convincente, que necesariamente no lo debe tener, estremece porque tiene
aristas de un realismo muy peligroso porque es el reflejo del espejo de un
mundo de delincuentes, narcotraficantes y amores al margen de los convencionalismos sociales. No es, pues, un guión para la televisión ni
para que Walt Disney lo lleve a las pantallas, cosas que el autor no busca, por
ahora.
Tiene Mora Rujano una obra en
construcción, donde podría decir más cosas y hasta proponer salidas, pero con
más personajes. Sería recomendable un poco de humor negro por las
peculiaridades del drama y hasta sería más grata, aunque ya se sabe que esos
personajes están condenados y son la carne que necesita la parrilla campestre
de una sociedad clasista que sabe todo lo que pasa pero que aúpa ese circo para
mantenerse en el poder.
Es una
lástima que las conductas sexuales y los vicios fomentados por las sociedades
controladoras no tengan un tratamiento menos dramático por parte de Jan Thomas
Mora Trujano, para que el público las descubra como herramientas aupadas para
el control social, como se ha dicho en otras ocasiones.
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