Rodolfo Porras muestra su teatro. |
Rodolfo Porras (58 años), uno de los cuatro hijos de la actriz Isabel
Hungría y Luis Porras, escribe, dirige y produce espectáculos teatrales que no
exhibe precisamente en el circuito comercial caraqueño. Tras ganar el III Premio
Nacional de Dramaturgia César Rengifo 2016 con La punta del iceberg, ahora presenta La celada, impactante y nada convencional tragicomedia que aborda
el tema de las relaciones de poder a través de una historia de violencia de género,
donde participan, de manera muy convincente, los comediantes Orlando Suarez
(Gustavo), Marilena Jaramillo (Adriana) y Horacio Méndez (Pablo), además del
músico Keudy López, con la cual hizo temporada en el Teatro San Martín y otras
salas de Caracas.
Este dramaturgo -estudió Letras en la UCV y en el Instituto de Arte
Dramático y la Escuela de Cine- que tiene en su haber textos como Cuarteto
de amor para una historia de dos, Luvina, Tres en cárcel, Acorde final, La trastienda e Historia
con calle, entre otros, afirma que el teatro en Venezuela es una
disciplina artística muy joven, pese a que comenzó a finales del siglo XVII.
Cree que la verdadera y trascendente historia escénica criolla se inicia a
mediados del siglo XX, con autores como César Rengifo y con la presencia de
maestros de la talla del mexicano José Gómez Obregón, la argentina Juana
Sujo y el chileno Horacio Peterson, entre otros.
Dice que “nuestro teatro tuvo un agudo declive a finales del siglo XX,
pero es durante las dos primeras décadas del siglo XXI que ha
tenido un resurgimiento, por las políticas oficiales y porque además Fundarte
ha rescatado los festivales de teatro y puso en marcha el rescate de no
menos de 25 salas para todo el municipio Libertador. Hay una fuerte presencia
del teatro comercial, pero al lado hay una juventud preparada y con deseos
de hacer más y mejores espectáculos. Debo subrayar que los venezolanos tenemos
una gran pasión por las artes teatrales y lo demuestran su asistencia en masa a
los festivales, como ocurrió también durante la segunda mitad del siglo XX”.
La celada, cuyo único elemento escenográfico
y de utilería es una gigantesca silla de madera -especie de trono, como símbolo
del poder tiránico- usada cual sofá, mesa, cama y barra de bar; monstruoso
elemento que es muy bien utilizado por el trio de personajes de esta farsa o
enredo cómico, cuyos personajes Adriana, Pablo y Gustavo
son logrados satisfactoriamente por sus composiciones. Transcurre en una
urbanización de clase media en Caracas, dentro de un apartamento enclavado en
un espacio temporal que oscila entre la dictadura perezjimenista y los últimos
años de la Cuarta República.
La celada es, pues, la saga de Adriana que ha estado sometida porque se enamoró
de Gustavo y como consecuencia del maltrato psicológico y físico ella termina
por entregarse y satisfacerse con Pablo; vienen los celos, y finalmente la
mujer descubre todo el enredo matrimonial y termina por matar al esposo y al
amante, para rocambolescamente huir de tan siniestro encierro. El autor maneja,
de manera inteligente, las convenciones teatrales y lo logra con los espacios y
los tiempos donde ese trio viven sus respectivos romances, todo se muestra
compacto y muy convincente, incluso hasta el desenlace que permite la fuga de
la doble asesina.
Con La celada hemos recordado a Henrik Ibsen (Skien, Noruega, 20.03. 1828/, 23.05. 1906, Oslo, Noruega)
y su gran obra Casa de muñecas (1880), cuyo estreno
trascendió los escenarios y se convirtió en bandera del movimiento feminista
mundial, porque su heroína, Nora, abandona su hogar de casada, deja al marido y
se marcha a vivir aparte.
A menos de 200 años del escándalo de Nora, hay que reflexionar hasta
donde la mujer ha proseguido sometida a los dictados de los esposos, a pesar de
las legislaciones igualitarias existentes en el mundo occidental. Por supuesto
que cada vez hay menos esclavas y es por eso que Rodolfo Porras plasma la historia de una fémina que
estando virtualmente prisionera por su marido, auténtico canalla que busca un
cómplice para matarla, ella termina descubriendo la celada o trampa que le han
urdido y se salva tras liquidar a ambos.
El escritor busca que sus espectadores descubran en cada representación
de La celada cómo el poder mueve, traiciona, explota y quita la libertad. Ha subrayado
que la clave fundamental de la obra es la silla gigante, fetiche del poder,
porque el espectáculo alude a esas conductas de manipulación y no a las relaciones
psicológicas o amorosas como se muestra tradicionalmente.
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