Está en Buenos Aires y allá lo entrevistó Paula Sabatés para el diario Pagina 12 de hoy martes.Nosotros lo editamos aquí para nuestros lectores venezolanos y de otros países.
Hay algo curioso y
que hasta peca de inocente en el discurso de Eugenio Barba, considerado el
último reformador del teatro del siglo XX, que durante esta semana se encuentra
en Buenos Aires. Se trata de su concepto de “pueblo secreto”, término con el
cual designa a aquella porción del público de cada país que, ante una nueva
visita suya y de su compañía, el Odin Teatret, se reúne para verlo. “Hay
personas, algunas vinculadas al teatro y otras que no, que tal vez ni vieron al
Odin pero que tienen un vínculo especial y significativo con nuestro teatro”,
se extraña el dramaturgo y director italiano, como si no fuera consciente del
lugar que ocupa en la discusión sobre lo teatral, y en la historia misma del
teatro.
Discípulo del polaco
Jerzy Grotowski, Barba forma parte del “dream team” de maestros que marcaron
con sello propio el teatro “moderno”. Como Konstantín Stanislavski, Vsévolod
Meyerhold, Antonin Artaud, Grotowski y no muchos más, el teatrista instauró una
nueva forma de articular la práctica teatral con el pensamiento sobre ese arte
dando lugar, en su caso, al estudio de la Antropología Teatral, disciplina
extendida en todo el mundo. Desde el Odin, teatro y grupo que fundó cuando
emigró primero a Noruega y luego a Dinamarca, donde se estableció, hace más de
cincuenta años que trabaja en esa dirección, siempre reuniendo a actores de
distintas nacionalidades (actualmente en la compañía hay de cuatro continentes)
para buscar juntos aquellos principios que son comunes a todos, aquellos
elementos de “pre–expresividad”.
En medio de una gira
por América latina que comenzó en Uruguay, el creador presentará en la
Argentina Las grandes ciudades bajo la luna, un espectáculo que forma parte del
repertorio del Odin desde hace diez años pero que, según cuenta Barba a PáginaI12,
“se volvió lamentablemente vigente”. Basada en “el espíritu de Bertolt Brecht”,
la pieza “cuenta las consecuencias que sobre los inocentes tienen los
conflictos”. Se presentará en el Centro Cultural Recoleta, el Teatro 25 de
mayo, el Banfield Teatro Ensamble y en la Sala 420 de La Plata y será
protagonizada por varios de los célebres intérpretes de la compañía.
–Usted es considerado de manera unánime como uno de los grandes maestros
del teatro del siglo XX. ¿Cómo toma eso, el ser un referente de una época que
ya pasó, siendo que sigue trabajando también en este siglo?
–Yo cometí un gran
pecado que es el de no haber muerto hace un tiempo. Creo que hay que morir
relativamente joven. La perspectiva de llegar a vivir como mi mamá, que murió a
los 96, hace que me esperen quince años más de teatro, es decir que trabajaría
hasta 2032, año al que voy a llegar como esas tortugas gigantes y viejas que
están en Galápagos (risas). De todos modos es verdad, yo pertenezco al siglo
XX. Todo lo que pase ahora lo vivo y reacciono frente a eso, pero es totalmente
diferente. A mí lo que me ha influido son los acontecimientos históricos del
siglo pasado, y profundamente la Segunda Guerra Mundial. Yo viví los
bombardeos, perdí a mi padre, estuve rodeado de mujeres vestidas de negro que
andaban de luto porque perdían a sus hombres. Todo eso, y los conflictos
posteriores, la Guerra Fría, han marcado al teatro, y no sólo al mío. Ahora es
distinto. Nadie sabe bien contra quién luchar. Podés hacerlo contra la
corrupción de un ministro o contra una presidenta que se comporta de manera
deshonesta, pero no tiene ya la idealidad de un ideal. En el siglo XX uno
creía, como fascista, como nazi, o como comunista, que se podía cambiar el
mundo.
–Sin embargo varios académicos señalan que, específicamente en el campo
teatral, el siglo XX pareciera no haber terminado.
–Sí que se ha
terminado. El siglo XX fue el Siglo de Oro para el teatro, y eso que empezó
difícil. Durante los primeros años aparece el cine y el teatro descubre que hay
un competidor enorme. El cine no sólo conquista espectadores sino que impone
otro tipo de actuación, una que tiene que ver con el comportamiento natural de
la vida, algo que hasta ese momento no existía porque el teatro era bastante
codificado. De repente, toda esa cultura del actor que formalizaba su manera de
actuar, todo el tema de los papeles fijos, todo eso desaparece, y los actores
empiezan a adaptarse a la exigencia del comportamiento del cine. Así empezó el
siglo y lógicamente todos pensaron que era algo malo, que el teatro iba a
desaparecer. Pero no. Al contrario. El teatro descubre que puede ser un actor
de política, una herramienta de conciencia, de espíritu. Y se transforma en un
factor, justamente, de transformación, porque transforma a la persona que lo
hace como a la que lo ve. Eso es lo que se termina en el siglo XX, por eso se
tiene la sensación de que nada está pasando en esta nueva época, de que no hay
maestros.
–¿Usted cree eso, que nada está pasando?
–Creo que pasa lo que
pasó históricamente. Hay una época de grandes mutaciones y una época que le
sigue en la que los artistas son sólo testigos de lo que han vivido y no
aportan, sino que transportan todo eso a una nueva generación. Lo único que
creo que verdaderamente ha cambiado es la profunda capacidad de transformación
que tiene la tecnología, que también modifica al teatro porque se ha vuelto una
parte de nuestro cuerpo. Yo eso lo veo, pero como si estuviera dentro de un
televisor, de forma mediada. Es una realidad a la que no puedo terminar de
entrar.
–Habla del poder de transformación que tuvo el teatro al menos hasta el
siglo pasado, pero sin embargo ha dicho, en otra entrevista a este diario, que
el teatro no es necesario para la sociedad sino sólo para quienes lo hacen.
–Y lo sigo pensando.
Todavía no puedo explicar cómo es que una generación tras otra se acerca al
teatro. Pienso que es porque es una manera de socializar todo un caos interno
que uno tiene, y también porque es una especie de conocimiento social. No lo
digo yo, de todos modos. Los primeros que dijeron que el teatro no era más
necesario, tal como pretendían los maestros de principios de siglo, fueron
Peter Brook y Jerzy Grotowski, que lo dicen casi al mismo tiempo y sin
conocerse, uno en Londres y el otro en Polonia, bajo el orden comunista.
–Usted fue discípulo de Grotowski, quien postuló la necesidad de un
“teatro pobre” que eliminara lo superfluo y se centrara en el actor y su
cuerpo, en lo esencial. ¿Piensa que el teatro pobre tiene la misma potencia en
países que son de por sí pobres, sin tanta espectacularidad?
–Voy a decir esto
habiendo visto nacer el teatro pobre de la mano de la persona que inventó ese
término: para hacer teatro pobre debés ser rico (risas). Grotowski hacia teatro
pobre, sí, pero buscaba un espacio vacío y dentro de él mandaba a construir un
escenario particular que permitiera ciertas cosas que él buscaba, y que
costaban un montón de dinero. Su teatro pobre sólo fue posible dentro de un
país socialista que financiaba a la cultura.
–Bueno, usted alzó el concepto de “Tercer teatro”, que es aquel que no
es ni el teatro oficial ni el que lo rodea, que busca imitarlo, y ahora está
presentando este trabajo en al menos dos espacios que dependen del
Estado.
–Sí, y es una
victoria, porque estamos ocupando esos espacios con nuestro teatro. La semana
pasada estuvimos en Uruguay e hicimos espectáculos en pequeños teatritos
sucios, que no limpiaban, todo muy tercer teatro. Después nos invitó el Solís y
fue un placer. Cuando llegamos pensamos “ahora sí” (risas).
–¿Tampoco encuentra contradictorio montar el espectáculo en un teatro
“alla italiana”, siendo que siempre pugnó por la proximidad con el público?
–¿Porque está alejado
el escenario? No. Vayan a ver la obra y después díganme si se puede hacer o no.
Como director debés decir que todo es posible. Lo único que hay que ser es
eficaz, ganar la batalla, atraer la atención de los espectadores y que al final
tengan la sensación de que un extraño animal invisible entró a su cuerpo y se
está cazando con otros animales. Esa es la batalla del director.
Para anotar en la agenda
- Las funciones de Las grandes ciudades bajo la
luna se realizarán mañana y el jueves a las 20, el sábado a las 18 y el
domingo a las 11 en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444).
El viernes a las 20 se presentará en el Banfield Teatro Ensamble (Larrea
350, Lomas de Zamora).
- Los workshops tendrán lugar el 23, 24 y 25 de
marzo en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).
- La demostración “Blanca como el jazmín” se
verá hoy a las 20 en el Centro Cultural Recoleta.
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