Gilberto y su esposa Francis.
Gilberto Pinto luchó para sobrevivir
unos años más y no dejar sola a su última esposa Francis Rueda y además conocer
el nieto que les anunciaba Máximo, el hijo de ambos. Pero el 7 de diciembre de
2011 falleció y así ingresó definitivamente en la historia, convulsa pero
hermosa, del teatro venezolano como autor, maestro de actores y director de
espectáculos. Dejó para estrenar su pieza Mark Crossman regresa a casa,
sobre los soldados gringos que pelearon en Vietnam.
Nació el 7 de septiembre de 1929 en una casa de vecindad de la parroquia Santa
Rosalía. La obrera Socorro era su madre -ganaba seis bolívares semanales- y la
de sus dos hermanos, Lilia y Porfirio Pinto, conocido posteriormente como el
teatrero Luis Márquez Páez. Sólo estudió hasta el sexto grado, pero su
bachillerato y la universidad fueron los escenarios criollos. Sus únicas
diversiones cuando muchacho las realizaba en la YMCA, cuando funcionaba en las
inmediaciones del puente La Trinidad.
Unas páginas de El Nacional abandonadas sobre la mesa del
billar del YMCA (Young Men's Christian Asociation) atraparon la atención de
aquel jovenzuelo. Las hojeó y se detuvo con curiosidad en un reportaje que
Carmen Clemente Travieso le hacía al curso de Capacitación Teatral que, bajo
los auspicios del Ministerio de Educación, dictaba el profesor mexicano Jesús
Gómez Obregón para la juventud caraqueña desde 1947. “Eran las ocho de la
mañana, de un día que ya no recuerdo de aquel 1948. Aquello me sorprendió
porque no sabía quien había dejado abandonado ese periódico y además lo leído
me llamó la atención. No tenía ninguna inclinación hacia el teatro pero mi
profesión de vago me llevó a conocer que era aquello. Me encaminé hacia el
edificio Casablanca, de Peligro a Puente República, y Carlos Denis, que era una
especie de secretario, me inscribió sin mayores requisitos, porque no había más
de 25 alumnos. De pronto me encontré en una clase, escuchando al profesor y
viendo las improvisaciones de Luisa Mota y Pedro Marthan, quienes ya tenían un
año en esos avatares. Todo eso me preocupó y al mismo tiempo me llamó la
atención. Y al día siguiente estaba estudiando teatro. Desde entonces no he
parado y son algo así como largos 60 años. La vagancia me llevó a la escena”.
Así relató sus inicios en las artes
escénicas venezolanas este Gilberto Pinto, Premio Nacional de Teatro de 1999,
actor, director, maestro de varias generaciones de comediantes y autor de 19
piezas, una de las cuales, El peligroso encanto de la ociosidad,
fue estrenada por la agrupación Rajatabla, bajo la dirección de Germán
Mendieta.
Afirmaba, a manera de consejo para
los que presentan problemas de salud, que “uno escribe mejor cuando le cuesta
hacerlo y no cuando no le cuesta escribir. Este largo tiempo con mis dolencias,
me ha permitido serenar mi estilo y acercarme a lo que proponía Ibsen, que era
ser económico en las palabras y profundo en el uso de ellas. Eso me ha
permitido descubrir que yo escribía de más”.
Abandonó la docencia por razones
obvias, pero eso no le impidió reiterar que “la actuación es una sola, todo lo
demás son tonterías. La actuación es una, bien sea en teatro, cine o
televisión, y en cada una de esas especialidades hay que cumplir las exigencias
generales de la profesión: la sensibilidad, la imaginación, la concentración y
sobre todo el deseo de jugar a ser otro, lo cual es importantísimo, porque
quien no tiene ese deseo no puede ser actor”.
Subrayaba que la investigación es
importante, porque ayuda a todo lo demás. “Ayuda a profundizar, pero tiene que
partir del juego, porque actuar es como jugar, por eso es que en el mundo sajón
actuar se identifica con el término play, porque actuar es como jugar. Cuando
se actúa se juega a ser el otro. Es un juego de niños pero emancipados, no es
el niño que juega a ser Superman, no, nosotros los adultos jugamos a ser otras
cosas porque estamos emancipados. Una de mis mayores satisfacciones es el haber
dejado una profunda huella en una gente que hoy está actuando o dirigiendo. Los
veo en la televisión, en el cine o el teatro y me llena de satisfacción que
algunos de ellos hayan cristalizados sus aspiraciones profesionales y
artísticas, porque no hay que olvidar que no todos llegan. Hay un 95 por ciento
que se queda en el camino”.
De sus años mozos, durante la
compleja década de los 50, recuerda que participó activamente en la lucha
popular contra la dictadura perezjimenista. “Hacíamos teatro contestatario en
el día y en la noche nos entregábamos a las actividades políticas. Hacíamos
graffitis y repartíamos proclamas y propaganda. Y todo ese grupo estaba en una
lista negra. Éramos Rafael Briceño, Héctor Myerston, Humberto Orsini y Román
Chalbaud, entre otros. La llegada de la democracia no cambió nada: siguieron la
torturas, los asesinatos, las represiones y hasta que afortunadamente, vino una
pacificación, pero antes mataron a César Trujillo y Oswaldo Orsini entre
otros”.
La producción dramatúrgica de
Gilberto Pinto está impregnada y cargada de profunda y mordaz crítica social,
política e histórica. Dejó leer y representar piezas como El rincón del
diablo, El hombre de la rata, La noche moribunda, Los
fantasmas de Tulemón, El confidente, Pacífico 45, La
guerrita de Rosendo, La muchacha del blue jeans, Gambito
de dama, Lucrecia, La visita de los generales y El
peligroso encanto de la ociosidad, entre otras.
Seguirá vivo siempre que lo
recordemos y además veamos en escena sus piezas.
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