sábado, enero 11, 2020

No podemos olvidar al teatro de Cabrujas

Cada día me convenzo más de que la muerte es un asunto del cuerpo y nada más. La personalidad del fallecido permanece y vibra, no desaparecen sino que por el contrario, se avivan y nos acompañan para siempre, escribió  Isaac Chocrón en su novela El Vergel (2005).
Citamos a Chocrón porque el mutis de Carlos Giménez (1993), director, gerente y esteta,  a consecuencia del Sida, y la muerte de José Ignacio Cabrujas, dramaturgo, actor, director y guionista para televisión y cine, son ausencias notables para el teatro venezolano. Fácil es eliminar, difícil sustituir, pero en los casos del legendario argentino y el inconmensurable caraqueño, no queda sino evocar sus pasiones por el arte de Tespis
Recordamos todo esto porque tras la muerte de Cabrujas (Caracas, 7 de julio de 1937-Porlamar, 21 de octubre de 1995) impone un arqueo, el cual hasta ahora nadie ha hecho,  a pesar del gran aporte de Leonardo Azpárren, o una justa valoración a su vasta obra intelectual, en especial la que legó al teatro nacional, su más grande pasión.
Él, junto a Isaac Chocrón (Maracay, 25 de septiembre de 1930-6 de noviembre de 2011), Rodolfo Santana (Caracas, 24 de octubre de 1944-21 de octubre de 2012)  y Román Chalbaud (Mérida, 10 de octubre de 1934) constituyeron  el cuarteto más importante de dramaturgos venezolanos contemporáneos.
Cabrujas salió de Catia porque le tenía pánico a la pobreza, en 1960, con su esposa Democracia López, para procrear a su unigénito Francisco, entregarse de lleno al Teatro Universitario, que dirigía Nicolás Curiel, y hacer realidad  su sueño de hacerse escritor, lo cual lo logró en los restantes 35 años, llegando a pergeñar  y hasta  dejar bocetos de no más de 20 obras de teatro, varios guiones para televisión y cine, además de novelas y cuentos, la mayoría de ellos inéditos.
Cabrujas decía que muy pocos escritores  podían señalar el día y la hora en que decidieron ser escritores. “Yo sí. Fue exactamente, a los 14 años, en el instante  en que terminé de leer Los miserables de Víctor Hugo, cosa que hice  en un mar de llanto. No podía parar de llorar encaramado en la platabanda, de la interminable casa  que construyo mi padre en la calle Argentina, entre la quinta y la sexta avenidas, a tres cuadras de plaza  de Pérez Bonalde. Debo de haber suspirado 86 veces consecutivas. Entonces me dije: esto es lo que quiero hacer  en la vida; que esas letras, esas páginas, me hayan producido toda esa emoción es un milagro; yo quiero  formar parte de esa milagro. Si las muchachas no me querían, yo tenía que ser escritor para que me quisieran…y de alguna manera funcionó después. Si yo iba a ser escritor, tenía que ser  uno grande, famoso. Me la pasaba fabulando con el momento en que yo, ya célebre, regresaba a Catia y las muchachas me iban a ver  pasar desde sus ventanas: allá va José Ignacio, flaco, tartamudo, pero mira donde  llegó, ahora es un potentado. Yo ligaba la idea de la literatura al poder, a la magnificencia. Iba a ser escritor y eso se lo dije, a partir de allí, a todo el mundo, absolutamente a todo el mundo; al bodeguero de la equina de arriba, al bodeguero que se suicidio, a mi amigo, a los padres de mis amigos. Respétenme, respétenme, porque yo voy a ser  su escritor, yo no soy como ustedes, yo exijo un trato especial en esta comunidad, porque yo soy el predestinado y voy a  ser un gran escritor. Desde luego, no lo decía así exactamente, esas cosas presuntuosas no se podían decir en Catia, pero eso era lo que sentía y lo que, de alguna manera, les hacía sentir, sin ser antipático, de una manera directa. No, yo voy a ir a donde las putas ni  a jugar béisbol porque no, porque yo soy un escritor, yo no hago esas cosas”.
Cabrujas nunca más regresó a vivir a Catia. Pasaba por ahí, más nada. Añoraba hacerlo algún día, pero era que sus amigos se habían ido o ya estaban muertos.
Pro la pobreza siempre persiguió a Cabrujas. Su pasión por el teatro, que en Venezuela siempre ha desenvuelto en una atmosfera precaria, hizo que como dramaturgo se viera obligado a desempeñar varias tareas para que su compromiso con el arte resultara más efectivo y fuera de verdad. Fue por eso que además de autor se convirtió en uno de los  actores  más prestigiosos de Venezuela y en guionista de grandes imaginativas y creadoras para la televisión, Cabrujas brillo en todas porque el igual que los grandes teatreros de la historia, encauzó su descomunal talento, su curiosidad  intelectual y su entusiasmo para trabajar en la dirección que se proponía.
Como dramaturgo, Cabrujas explora al hombre venezolano mostrando la soledad y la incomunicación en que vive. Para conseguir su objetivo, se distanció, recurriendo a la historia de acontecimientos pasados, como núcleo de reflexión acerca del presente, al mismo tiempo que presentó un lenguaje operado hasta los límites de sus posibilidades expresivas. De este modo consiguió interpretar la angustia humana y la congoja del artista ante la dificultad de exponer toda su realidad interior.
 Como también lo hizo Chalbaud, Cabrujas se enfrentó con la desvalidez popular por medio  de las creencias religiosas  de un  pueblo que se ha creado un mundo se supercherías, una religiosidad degradada, llena de creencias fantasmagóricas que lo único que logra es alimentar la condición humana. El hombre contemporáneo se tiene que crea fantoches para aliviar el vacío en que vive. Desde diferentes ángulos, Cabrujas  se fue dirigiendo al público venezolano, le presentó  los diferentes problemas que afectan  su vida cotidiana y que no se pueden olvidar  a su causa de trascendencia.
El teatro de Cabrujas  combatía y mientras se le represente tendrá vigencia, porque todo lo que fuera inmovilidad, inacción, todo estatismo es destructivo  y a la larga petrifica,  y esteriliza al ser humano, como sucede con los habitantes de San Rafael de Ejido de su Acto cultural.
Estamos de acuerdo con el crítico Azpárren, que Profundo, Acto cultural y El día que me quieras son sus obras   que mejor  caracterizan la totalidad de su teatro; primero, porque en ellas culminan todos sus esfuerzo que, de una manera u otra, no logro en sus obras anteriores ni posteriores, y segundo, porque ellas rescatan de modo definitivo lo mejor de su teatro.

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