El caraqueño César Rengifo es más que
un recuerdo, editorializó la revista Theatron (numero 26 de mayo, 2016), de Unearte,
Y sirve esto para recordar que a 105 años de su nacimiento y 40 de su mutis, la
ausencia que nos dejó su desaparición física se transforma una y otra vez en
distintos lugares de nuestra geografía en una presencia fulgurante que
trasciende en el tiempo a través de su pensamiento y del invalorable legado que
representa su obra.
En Theatron se reitera que en la historia de nuestra cultura contemporánea son
muy pocos los artistas criollos que han logrado ocupar de manera tan amplia los
espacios del quehacer creador como César Rengifo: dramaturgo, director,
pedagogo, poeta, pintor, periodista, y ensayista. “Con persistente voluntad y
capacidad de trabajo volcó su mirada y su esfuerzo en el ánimo de desentrañar,
desde la perspectiva del excluido social, los procesos históricos de América
Latina, y de Venezuela lo cual plasmó con vuelo poético en imágenes,
trascendentes tanto en los escenarios como en la pintura. Su pasión era la
libertad. Su cuerpo diminuto como de pájaro albergó un alma de gigante que aún sirve
de inspiración a todo aquel que se proponga la transformación de la realidad”.
César Rengifo es considerado con razón
“El padre de la dramaturgia moderna venezolana”. Lo demuestra no solo su
crecida producción, más de 40 obras, sino la forma como abordó, con crudeza y
haciendo gala de un estilo no exento de poesía, la realidad de su país,
haciendo énfasis en lo social, porque para él la estética que no reivindique al
pueblo, carece de función y contenido. Preocupado por la explotación petrolera
y el daño que dejaba la maligna conducta de las empresas transnacionales y las
displicentes conductas de los gobiernos nacionales de turno, realizó a lo largo
de su vida una “tetralogía del petróleo”, piezas que al lograr verlas puestas
en la escena, le permitió reescribirlas incluso, donde analizó y cuestionó la
explotación petrolera y sus graves consecuencias sociales.
Para el crítico e investigador Leonardo
Azpárren Giménez, Rengifo es un dramaturgo
importantísimo, que tiene una amplia obra original, y quien junto a Román
Chalbaud, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas y Rodolfo Santana, es uno
los grandes puntales del teatro moderno venezolano de la segunda mitad del
siglo XX.
TETRALOGIA
PETROLERA
Para nosotros, lo
mejor de Rengifo es su ejemplar tetralogía del petróleo, donde él arremete contra el imperio de las petroleras y su nefanda presencia en
Venezuela. Deberían los teatreros venezolanos detener durante un año sus
producciones extranjerizantes, por lo menos, y planificar y ejecutar un ciclo
de montajes y foros con esos cuatro textos porque es necesario predicar
precisamente con el teatro. Ahí advirtió las frustraciones de un amplio
sector de la sociedad venezolana por el sinuoso destino de la renta petrolera,
además de la muerte lenta de la agricultura y el éxodo de los campesinos a las
grandes ciudades para buscar un destino incierto o esquivo, al tiempo que
señalaba la incesante sustitución de la cultura nacional por una foránea, “bien
servida” por todos los medios de comunicación.
Ahí están, pues, Las mariposas
en la oscuridad (entre 1951 y 1956), basada en el éxodo y el abandono
de los campos venezolanos ante la invasión (y nunca esa palabra fue tan
patética) de las empresas petroleras. Muestra el dolor del campesinado
al dejar atrás sus raíces, lo que le lleva a supercherías tan burdas
y grotescas dejando el presente como testigo de un pasado.
Concibió para únicamente tres actos
a El vendaval amarillo (1952), que
transcurre en el estado Zulia, entre los años 1938 y 1939, una zona
que sacrificó su explotación agraria y lanzó, sin destino alguno, a los
campesinos, al tiempo que sus poblados eran destruidos. Denuncia con sus diez
personajes populares cómo los terratenientes fueron vendiendo, sin
contemplaciones, sus haciendas para que las compañías petroleras iniciaran y
avanzaran en la búsqueda de “el estiércol del diablo”.
Un marxista, como era César, no podía
dejar pasar la oportunidad de inmiscuirse en la vida privada de los empleados
estadounidenses de las petroleras, desnudarlos de sus supuestos ropajes de
dignidad y exhibirlos como unos asesinos desalmados. Eso lo logró con El
raudal de los muertos cansados (1969). Muestra cómo se va
urdiendo una serie de intrigas entre los petroleros para quedarse con un cargo
burocrático que les permitirá ganarse unos cuantos miles de dólares más, aunque
para ello tengan que matar o sacrificar al personal que trabaja para ellos, al
tiempo que la explotación petrolera avanza y se lleva por delante a los mismos
obreros.
Y diez años antes de su muerte,
entregó Las torres y el viento, la más poética y
la más completa pieza de su tetralogía petrolera, la cual vimos en memorable
montaje que hiciera Herman Lejter. Sintetizó en el preámbulo el valor de las
torres de petróleo y el viento en los pueblos donde la explotación del mineral
ha cesado: “Torres destruidas y viento. He ahí para muchos venezolanos
lo que queda del petróleo”. Como frustración de la riqueza fácil o
decepción por el inalcanzable Dorado, las torres en abandono y el viento
pasando libre entre las viviendas abandonadas, resulta, por la fuerza de sus
significaciones, son casi un personaje. Es una de las obras más resaltantes del
teatro de Rengifo, la cual fue llevada a la escena por el Teatro Universitario
de la UCV, en los tiempos de Herman Lejter, hacia 1975.
PROFETA
¿Sería chavista César Rengifo si hubiese sobrevivido a sus dolencias físicas, que no eran pocas? No sabemos, porque eso que él denunció en sus obras, no era de su exclusividad, sino que ya el resto la inteligencia venezolana, especialmente la de izquierda. Luchaba para detener el proceso desgastador que durante un gran parte del siglo XX significó la explotación de los hidrocarburos.
¿Sería chavista César Rengifo si hubiese sobrevivido a sus dolencias físicas, que no eran pocas? No sabemos, porque eso que él denunció en sus obras, no era de su exclusividad, sino que ya el resto la inteligencia venezolana, especialmente la de izquierda. Luchaba para detener el proceso desgastador que durante un gran parte del siglo XX significó la explotación de los hidrocarburos.
No hay que ser chavista para execrar
los abusos cometidos, no sólo por las empresas sino por los gobiernos títeres.
Lo único cierto es que todo lo que él advirtió se cumplió y que al final el
petróleo terminó por ser controlado por el Estado venezolano al desencadenarse
una serie de cambios en la conducción política del país, pero las secuelas de
los malos años no ha podido curarse todavía, ni los muertos inocentes
resucitarán jamás.
Él hizo lo suyo al escribir su teatro,
pero muy pocos con poder político le hicieron caso y las consecuencias están a
la vista, porque “ya no somos un país independiente
económicamente. Junto con el alud del capital extranjero, explotador, nos
llegó también una pseudo civilización estandarizada. Y junto a los ranchos,
habitados por gente depauperada y sin ninguna cultura, apareció la
pseudocultura del petróleo”.
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