El dramaturgo Rodolfo Santana Salas,
fallecido el 21 de octubre de 2012, a los 68 años, a consecuencia de la
diabetes, vinculaba la escritura a la aventura y creía que los seres humanos
deben asumir la vida como un viaje, con naufragios irremediables y lo afirmaba
porque la historia está repleta de héroes viajeros, con sus descubrimientos y
combates. Escribía teatro porque no pudo ser Hilary para escalar el
Jomlunga, o el Everest; mucho menos Marco Polo o Charles Limberg.
“Y eso mismo ocurre con la ficción,
porque el hombre es monotemático con la aventura y desde niños, al igual que
Ulises, preparamos la embarcación para buscar la Itaca personal”, así nos lo
dijo hace 25 años cuando ya había escrito no menos de 8O obras, la mayoría
publicadas y representadas, porque por algo es que a Santana se le consideraba
el dramaturgo venezolano más prolífico de Venezuela.
Nacido en Caracas el 25 octubre de
1944 y criado entre Guarenas y Petare, Santana es además uno de los pilares del
movimiento cinematográfico criollo, lo que ocurre es que su trabajo fue de
libretista o guionista y los créditos se los llevaron los directores o los
actores, y los reales se los guardaron unos pocos. El cine le modificó sus
conceptos temáticos, rítmicos y estructurales de su teatro. Hasta en el
lenguaje buscó imágenes teatrales que se sostenían como un primer plano o un travelling.
Las transiciones entre estructuras escénicas las manejó con la fluidez de las
disolvencias. Y la influencia del ritmo cinematográfico estaba muy marcada en
cuanto a síntesis de las imágenes y su diversidad.
ENTREMÉS PREMONITORIO
Sobre sus orígenes teatrales, cuenta
que se desposó a los 19 años, el 22 de noviembre de 1963, el día que asesinaron
a John F. Kennedy, con Gladys Rodríguez. Treinta y cuatro años después recuperó
tal magnicidio en una obra llamada El asesinato público como diversión
pública.
Contaba Rodolfo que precisamente en
1963, Aníbal Guerrero, director de cultura de Petare, le preguntó: ¿Sabes de
teatro? Dijo que sí, porque conocía al dedillo los trágicos griegos, el Siglo
de Oro Español, los autores isabelinos y muchas obras de dramaturgos
latinoamericanos. Lo nombraron director de Teatro de la Casa de Cultura y
comenzó a organizar grupos en los barrios petareños, barriadas nacientes, donde
el polvo flotaba; sin agua ni electricidad. Se sumergió en las necesidades
abrumadoras de unos invasores que rehuían el campo donde cultivar era
miserable.
Trabajó el entremés El
mancebo que casó con mujer brava, de Miguel de Cervantes, en versión de
Alejandro Casona. Cuando lo presentó, en una zona que ahora es La Urbina,
recibieron una lluvia de tomates y piedras, y al protagonista, un muchacho
vestido de riguroso clásico, le gritaban “Peter Pan marico”. No se detuvo ante
el desastre. Investigó fríamente el por qué las piedras y los tomates:
sencillamente no entendían al mancebo, ni su vestimenta, lenguaje, etcétera. Al
no entender, el público hizo su obra: "Peter Pan maricón" y participó
activamente con piedras y tomates.
El fracaso con el entremés
cervantino le enseñó muchísimo y a partir de ahí es cuando empezó a escribir
teatro. Primera inquisición fue su ópera prima y desde ahí
entendió que el teatro era una necesidad social, tan importante como el sueño o
alimentación.
IDEOLOGÍA Y TORTURA
Reconocía que sus conflictos con la
ideología y la verdad comenzaron durante su pasantía por Petare. Y esa imagen
no se le fue nunca de sus neuronas, porque fue torturado por la Digepol tras
ser traicionado por un maestro, pero lo salvó el periodista José Vicente Rangel
Vale. Tan siniestra experiencia por su ideología política lo hizo más radical y
es por eso que su teatro enseña que el acto de vivir es una pelea, un combate,
el tránsito de una aventura, un marco social y político donde se contradecían
las opiniones y “uno habla mediante el drama”.
Subrayaba que ante su frustración por
ser Marco Polo o Cristóbal Colón, accedió a la aventura del espíritu, el cual,
según estudiosos que se han dedicado a pesar gente en agonía y después de
muerta, el alma pesa diez gramos. “Pero a nivel vital el alma nos conduce y
maneja. Somos primariamente reos de un amor que quiere entregarse y no halla
los modos”.
OPTIMISTA
Para Santana, en el año 2007,
“nuestro pueblo vive un momento estelar, que nos modifica como sociedad por los
próximos 100 años. Aprendemos, en días, conceptos, formas de asociación y
participación que en 200 años nos fueron negadas. El alma de nuestras gentes se
fortalece en la confrontación, la diatriba, la confusión y el sentimiento que
corre en las calles. Soy optimista y no creo que naufraguemos”.
Y porque creía en otro mañana es que
preparaba un libro con siete obras nuevas que tocan diversos temas como la
muerte, los mundos mágico-religiosos de América Latina, los asesinatos
múltiples. Sea usted un héroe, El hada azul no tiene celular, Un
lugar donde nadie nos mire los zapatos, El asesinato múltiple como
diversión pública, Obra para dormir al público y Cómo
matar al Fénix, son algunos de sus títulos.
Él proseguía reescribiendo sus obras
anteriores. Las rehacía totalmente cuando detectaba que el lenguaje y los
personajes ya no existían en la realidad donde está inmerso. No olvidaba el
Petare de su adolescencia y lo que aprendido con sangre, sudor y lágrimas.
DESPEDIDA
La despedida de
Santana fue con el espectáculo Rumba caliente sobre el muro de
Berlín, creado sobre su obra homónima. Fue el gran
estreno del Festival Nacional de Teatro Caracas 2011, en la Sala Anna Julia
Rojas de Unearte, durante los días 22 y 23 de noviembre. Ahí, el meritorio director José Gregorio Cabello y su
acoplado grupo Manatí, con el respaldo de Fundarte, fueron los oficiantes de un
extraño ritual con personajes metafísicos o fantásticos, y además muertos,
quienes cantan y bailan a la vida sobre las ruinas de ese algo que el mismo
autor ha señalado como “la costumbre, muy humana, de encontrar siempre las
leyes y permisos que permiten elevar muros y prohibiciones”.
Santana no
tenía miedo alguno de enfrentarse a un público, anquilosado mentalmente por el
cine, la televisión y el teatro realistas, y proponerle un juego intelectual.
Un exhaustivo acertijo para obligarlo a pensar sobre asuntos tan básicos como
la religión, Dios, la vida, la muerte, la libertad, los gobiernos y hasta el
amor, pero usando personajes cotidianos tales como una mujer transformada en
ángel, un obrero empeñado en levantar muros, y un militar dedicado a
fiscalizarlo y ordenarlo todo, en compañía de unos soldados perrunos, etcétera.
¡El teatro copia a la vida, eso es todo!
En resumen, el
Santana de quien conocemos las claves de su cantera teatral, había regresado a
dos piezas básicas en su extensa dramaturgia: Nuestro Padre Drácula y La empresa perdona un
momento de locura, ambas exhibidas en los años 70, donde los seres humanos
se inventan mitos y monstruos para jugar con ellos y aceptar además que lo
dominen y lo esclavicen, y además enseña como el hombre explota a sus
congéneres sin piedad alguna para lucrar o para jugar con ellos.
Textos, para nuestro
entender, existencialistas, en la medida que materializan aquello que nos gusta
y que además no hacen daño pero no podemos vivir sin ellos o dominarlos. En
ambas piezas el juego de la representación es básico o fundamental, se está
actuando o imitando a un ser que ha copiado o creado por otros.
Teatro dentro del
teatro, o vivir de acuerdo a las normas y hasta jugar que podemos alzarnos y
cambiarlas cuando nos incomodan.
Por supuesto que Santana no hacía ensayos filosóficos complicados o densos, nada de eso, recurría a lo lúdico y lo cómico y, quizás lo más delicado de su propuesta, invoca y personifica a la violencia, al tiempo que pretende explicarla, de darle un sentido para que no sea una fuerza ciega, como lo ha escrito.
Por supuesto que Santana no hacía ensayos filosóficos complicados o densos, nada de eso, recurría a lo lúdico y lo cómico y, quizás lo más delicado de su propuesta, invoca y personifica a la violencia, al tiempo que pretende explicarla, de darle un sentido para que no sea una fuerza ciega, como lo ha escrito.
“Las violencias
soterradas o explicitas duermen en todos los pechos humanos. Son parte de
nuestra naturaleza y una de las virtudes de la representación es que puede
mostrarla en todo lo que tiene de peligro y liberación”, reiteraba.
Hay, por supuesto
otras lecturas posibles sobre este texto y su espectáculo, apreciaciones incluso
muy comprometidas, para los tiempos que vivimos, pero que se las dejamos a los
espectadores porque todavía el teatro es el único rincón del mundo donde impera
la libertad. Solamente quiero recordar a los lectores o eventuales espectadores
que el derrumbe del muro de Berlín alemán no fue tan sencillo ni tan inocente,
pero para explicarlo Santana escribiría otra pieza de teatro porque las
consecuencias así lo ameritaban. Se le terimonó la vida y dejó sus observaciones.
S
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