Gustavo Ott, a sus 54 años, sigue ganado premios teatrales |
El abuso del poder y el terror sobre las
sociedades es la temática de Brutality, nueva obra de Gustavo Ott (Caracas,
14 de enero de 1963), con la cual recientemente ganó el Concurso de Dramaturgia
Hispana de Aguijón Theater Company y el Instituto Cervantes de Chicago. Sobre
ese texto y otros aspectos de su trabajo creativo lo hemos entrevistado.
Brutality, ¿qué aborda?
Explora la relación entre la humillación personal o colectiva con el
abuso de poder y el terror. Siete
personajes actuales se articulan a través de actos de violencia, pero su
experiencia va disminuyendo con la rutina de la reacción: la noticia, la
respuesta oficial, los expertos y el inevitable fin del ciclo mediático.
Háblenos
sobre esa humillación.
El proyecto
investiga sobre la humillación que el más fuerte o privilegiado impone al débil
y excluido. ¿No será que este desprecio sistematizado apunta al inicio de una
Era de la Radicalización?
¿Lo
apunta?
Todo indica que sí.
Una era de la Radicalización y del Resentimiento.
Le llama
Proyecto, ¿por qué?
Brutality pertenece a un
proyecto que abarca otros dos espectáculos conectados. Se trata de tres piezas continuadas
sobre la experiencia de siete personajes del primer capítulo que a su vez se
relacionan con otros cinco de la segunda obra y estos cinco con seis de la
tercera pieza. Un personaje pequeño de la primera pieza, por ejemplo, pasa a
ser el principal en la segunda. Las tres obras podrían representarse en una
sola tanda o por separado.
¿Y eso
está listo?
No, para nada. Sólo
la primera, Brutality. Haremos
una lectura el 27 de marzo en Chicago, lo que ayudará a pulirla. Mientras tanto
sigo trabajando en las otras dos piezas que faltan. Suena sencillo pero no lo
es, créeme.
¿Cómo lo está
realizando?
Entrevistas,
investigación y desplazamientos: es decir, periodismo puro, pero llevado al
teatro.
¿Queda
algún tema en el tintero o en la computadora que no haya abordado?
La realidad siempre
genera ideas. Pero lo más complicado para mí es el tratamiento del contexto,
que intento ubicarlo en un plano simbólico, buscando una mitología mayor,
construyendo además formas con complejidad y contradicciones. Lo más importante
son los personajes, claro, sumergidos en ritmos compuestos, que disparan sobre
todos los aspectos. A mis alumnos les recuerdo que uno debe intentar entrar en
la vida interior de otras
personas como si fuera la vida interior de la sociedad, con toda la riqueza de
gradaciones; penetrar en la mente de una persona o una familia, y en seis
líneas entrar en otra y con todas ahondar también en tu época.
¿Cuál es su
método de trabajo para materializar una obra?
Disciplina y
paciencia. Una obra de 70 páginas leíbles me lleva un año y unas 450 páginas de
basura en el Tras de la Mac. Aunque de Picasso aprendí que el rojo que sobra
del zapato es el mismo rojo de los labios de las Señoritas de Avignon, al final
nada es destruido. Escribo mucho, eso sí, todos los días, de lunes a viernes.
Aunque no siempre es escribir; hay mucho de corregir, repasar, releer. Lo que
sea, como sea, pero siempre a la
misma hora y todos los días. Disciplina y paciencia.
¿Y los
concursos?
Para mí, el
concurso no solo forma parte de la profesión, sino que se ha convertido en
parte de la obra también. Brutality, por ejemplo, la terminé casi en la
fecha límite de envío al premio de Chicago. Sin esa fecha tope, de entrega,
probablemente aún estaría haciéndole correcciones. Los concursos me ayudan a
establecer períodos de trabajo. Ganar o perder pasa a ser un beneficio
agradecido o una contrariedad periférica, frente a la obra terminada. Porque
antes que los reconocimientos, las puestas en escena, las opiniones políticas,
declaraciones, escritos teóricos o estallidos de cólera, lo único que nos
define es la obra.
¿Hay una velocidad
mayor de escritura que de producción escénica? ¿Eso le preocupa?
Claro que sí. Se
trata de una de las preocupaciones más peligrosas en el creador: que lo que
escriba no tenga salida. Los tiempos de producción son pesados, y esa lentitud afecta
al escritor, lo desanima, lo enceguece y a veces lo obliga a tomar decisiones
fatales, como acelerar los procesos o desistir de lo complejo, único e
importante por lo fácil, repetido y banal. Escribir sin consecuencias te
paraliza y puede acabar con la vocación porque hay quien decide escribir porque
tiene historias que contar, quiere ser escritor, tiene fe en el poder de la
literatura. Pero hay otros que escriben porque no pueden dejar de hacerlo. Me
refiero a esos que tienen un deseo incontrolable y que su decisión es más
consecuencia de una enfermedad, como si se tratara de una adicción mortal. Si
no escribes, no pueden funcionar en la vida diaria, y son dependientes de ese
estimulante. A estos, lo que suceda con su obra una vez terminada, no les afecta
tanto porque lo que les motiva a vivir es su adicción, su obsesión por las
palabras. Y cuando andan por la calle no están interactuado con otros, ni
experimentando sensaciones, en las redes no tienen perfil social, más bien van
por ahí como zombies, viendo únicamente jeroglíficos vivos en todo. Yo, ahora
lo sé, formo parte de estos últimos: los adictos, los enfermos.
¿En qué idioma la escribió? ¿Cuántas obras ?
La escribí en español. Vivo en Washington DC,
hacia Alexandria, ¿recuerdas? Y sigo haciendo cosas con EL Teatro Hispano Gala
de Washington. No sé cuántas obras llevo, seguramente demasiadas, creo que 45.
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