Hasta más allá de la muerte son sus creencias. |
Rocambolescamente se conocieron, se amaron y
lucharon contra prejuicios religiosos y sociales para ser felices y además
disfrutarlo, pero al cabo de cinco años, Luke (cristiano) y Adam (ateo inteligente),
previendo, que alguno se marchara sin despedirse, acordaron volar con sus almas
durante el próximo otoño, como los gansos que huyen del frío, y proseguir así
juntos hasta la eternidad.
Esta es la sinopsis de una escena que el dramaturgo
Geoffrey Nauffts (1961) nunca escribió para su estrujante y convincente melodrama
El próximo otoño (2010), pero sí dejó ideas o cabos sueltos para que un
creativo autor escénico lo montara o anhelando, quizás, que un sensible
espectador pudiera simplemente imaginarlo, porque los auténticos amantes nunca
se deben separar, tras sufrir lo indecible para encontrarse, como bien lo propone
Platón.
Pero teatralmente hablando, El próximo otoño, dirigido
por Fernando Azpúrua, se presenta ahora en la minisala El dedal, dentro del programa
del Segundo Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, el cual avanza
exultante desde el backstage de la Conca
Acústica, del 10 de junio al 25 de septiembre, con ocho textos desconocidos para
la teatromaníaca audiencia caraqueña.
Se trata de un audaz, grato y lacrimógeno espectáculo,
que dura 120 minutos, sobre aventuras
y desventuras de la relación homoerotica
del vivaz actor joven Luke (José Manuel Suárez) y el atolondrado vendedor
adulto Adam (Javier Figuera), quienes se
sobreponen a sus naturales diferencias y se aman sin cortapisas, en esa babilónica
Nueva York del siglo XXI, hasta que un absurdo accidente de tránsito coloca al filo
de la muerte al más idealista; desencadenándose así la conmovedora crisis entre sus padres, separados
por el convencional divorcio -Arlene (Carolina Leandro) y Butch (Juan Carlos
Ogando)- y el desestabilizado enamorado, porque ellos nunca supieron de las practicas
amatorias de su hijo, o si lo sospechaban nunca se enteraron, ya que siempre la
familia es la primera en saberlo pero la última en asumirlo.
La amiga Holy (Ana Melo) y Brandon (Teo Gutiérrez), ex
amante del accidentado, ayudan a todos para que acepten la gravedad de la
crisis, la cual culmina con la donación de los órganos de Luke, pragmática manera
de seguir viviendo en los cuerpos de otros. Paradoja, con mucho humor negro,
sobre la desarrollada tecnología y la generosidad de las leyes gringas para los
trasplantes, las cuales no resuelven,
por supuesto, el drama sentimental de Adam ni los dolores afectivos de
familiares y amigos.
Todo este melodrama se desarrolla en la clínica donde
tratan de salvar a Luke, múltiple espacio que se troca en bar, tienda o
apartamento de los amantes, además de ser el parque donde Adam y Brandon trotan
y desnudan sus almas, o un polivalente escenario para la exquisita parafernalia
musical que interpreta un trío de afinadas y bellas coreautas afroamericanas
(Ruthsy Fuentes, Grey Hernández y Nercy Padrino), quienes ademas fungen como las necesarias enfermeras, un bálsamo para el ácido montaje.
Este es el segundo trabajo del director Azpúrua, quien
resuelve muy bien lo que pide el autor y las peculiares exigencias actorales de
la pieza. Gran camino y con buen pie transita este artista. Por las actuaciones
hay que felicitar a todos los involucrados, pero en especial son conmovedoras
las performances de Figueras y Suárez.
¡Qué Tespis los premie!
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