jueves, agosto 25, 2016

"El malparido del sombrero" para no creer en amor ni en amistad

Valioso teatrero brasileño insertado en el teatro venezolano:Ricardo Nortier
El refrán reza “dime con quién andas y te diré quién eres” para advertir que no se puede salir limpio de una relación interpersonal con gente turbia o metida en problemas de drogas y prostitución. Y no estamos haciendo moralismo sino advirtiendo que una manzana podrida daña siempre a las demás y que hay cuidarse, más nada.
Y lo recordamos porque la amistad y el amor mal entendidos, dentro de la sociedad estadounidense -y también en la venezolana, para no ir muy lejos- son algunos de los sentimientos que reciben profundo y corrosivo cuestionamiento gracias el espectáculo teatral, El malparido del sombrero, agresivo texto de Stephen Adly Guirgis convertido en estrujante espectáculo criollo gracias a la correctísima  dirección de Ricardo Nortier, quien también actúa al lado de Maria Antonieta Hidalgo, Nazarí Bazán, Giovanni García y Paul Gámez. ¡Brillante quinteto de histriones!
El malparido del sombrero (2011), cuyo obvio título en inglés es The Motherfucker with the Hates, hace  temporada en La Caja de Fósforos, dentro de la programación del Segundo Festival de Teatro Contemporáneo  Estadounidense, el cual se adelanta en el backstage de la Concha Acústica de Bello Monte, hasta el próximo 18 de septiembre. Ahí se logra sumergir al espectador venezolano en los bajos fondos de una Nueva York nada turística y consigue plasmar, dentro de esa inmensa tienda por departamentos que algunos la consideran como “la capital del mundo”, a cinco desesperados seres humanos que tratan de superarse sobre sus bajas pasiones o sus vicios pero perecen  o fallan y deben terminar en una cárcel, de la cual no tienen escapatoria posible, o en tenebroso asilo para enfermos mentales por consumo excesivo de barbitúricos o alcoholes. Condenados sin salvación.
No es teatro moralista para mostrar a los malos o a los buenos. No, nada de eso. Sí logra desnudar a la sociedad estadounidense donde no todos triunfan y viven su American Dream   y nos muestra por un huequito a una comunidad donde sino hay ayuda profesional o una familia bien establecida, casi todos los hijos sin padres y madres responsables corren el riesgo de convertirse en ladrones o delincuentes de poca monta, salvo que se atrevan a comerciar a lo grande en el mundo de los narcóticos o en alguno otro ramo de la delincuencia.
Es una pieza, un tanto fatalista,  que advierte, no solo a los gringos, sino también a sus admiradores en América Latina, que la mayoría de las sociedades contemporáneas propician la existencia de algunos seres que se les considera humanos pero que en definitiva   son peores que las bestias y nadie hace nada por salvarlos o recuperarlos, porque los políticos del Norte y del Sur carecen de instrucción humanística filosófica y todos juegan a ser eternos y más nada, pero ese es tema de otra obra que no hemos todavía reseñado.
Por supuesto que el autor Stephen Adly Guirgis (Nueva York 1965), no está descubriendo nada nuevo, porque ya antes, en 1949, Arthur Miller con Death of a Salesman o Muerte de un viajante, reveló como un hombre se suicida para salvar a su familia de la miseria y dejarles así al menos como herencia una casa para la sobrevivencia. Todo eso porque la sociedad del American Dream no es tan humanista como debería de ser y tendría que mirar menos hacia la colosal acumulación de riquezas y cuidar más del bienestar de sus ciudadanos. Y por supuesto que ninguno de esos dos dramaturgos son pensadores comunistas o algo parecidos, sino simples seres humanos que buscaban o perseguían la posible felicidad terrenal.    
El malparido del sombrero es una especie de melodrama, acompañado de los más modernos y rumbosos ritmos musicales gringos, sobre las peripecias de un ex convicto que descubre como su novia se acuesta con su mejor amigo o padrino, y se desequilibra hasta que regresa a la cárcel de donde nunca debía retornar. Es un dramón de celos, de falsas amistades, de excesos de drogas psicotrópicas. Una historia que bien puede escenificarse en Caracas, porque sus personajes gringos son identificables con malandros criollos cotidianos, seres que no logran apoyos de psicólogos o psiquiatras ni tampoco tienen hogares solventes, y porque además deben trabajar o luchar para sobrevivir, al tiempo que piden un poquito de amor, esa pócima del afecto sincero que todos exigimos o necesitamos y cuyo lenguaje básico es físico y sensual, ciento por ciento.
El espectáculo, que consume 120 minutos sin intermedio, se desarrolla sobre una monumental cama (4x4), donde los personajes copulan o juegan, camastrón que se desmonta y sirve de mesa o de lechos para otras situaciones. Un espectáculo que no tiene desperdicio y está cargado de una envidiable fuerza física de sus cinco intérpretes. Recomiendo verla más de una vez para captar mejor la arista que nos pueden estremecer o cambiar, porque para eso se inventó el teatro hace más de cuatro mil años. Para buscar la necesaria catarsis.


 

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