Valioso teatrero brasileño insertado en el teatro venezolano:Ricardo Nortier |
El refrán reza “dime con quién andas y te diré quién eres” para advertir
que no se puede salir limpio de una relación interpersonal con gente turbia o
metida en problemas de drogas y prostitución. Y no estamos haciendo moralismo
sino advirtiendo que una manzana podrida daña siempre a las demás y que hay
cuidarse, más nada.
Y lo recordamos porque la amistad y el amor mal entendidos, dentro de la
sociedad estadounidense -y también en la venezolana, para no ir muy lejos- son algunos
de los sentimientos que reciben profundo y corrosivo cuestionamiento gracias el
espectáculo teatral, El malparido del sombrero,
agresivo texto de Stephen Adly Guirgis convertido en estrujante espectáculo
criollo gracias a la correctísima dirección
de Ricardo Nortier, quien también actúa al lado de Maria Antonieta Hidalgo, Nazarí
Bazán, Giovanni García y Paul Gámez. ¡Brillante quinteto de histriones!
El malparido del sombrero (2011), cuyo obvio título en inglés es The Motherfucker with the Hates, hace temporada en La Caja de Fósforos, dentro de la
programación del Segundo Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense, el cual se adelanta en el
backstage de la Concha Acústica de Bello Monte, hasta el próximo 18 de
septiembre. Ahí se logra sumergir al espectador venezolano en los bajos fondos de una Nueva York nada
turística y consigue plasmar, dentro de esa inmensa tienda por departamentos que
algunos la consideran como “la capital del mundo”, a cinco desesperados seres
humanos que tratan de superarse sobre sus bajas pasiones o sus vicios pero
perecen o fallan y deben terminar en una
cárcel, de la cual no tienen escapatoria posible, o en tenebroso asilo para
enfermos mentales por consumo excesivo de barbitúricos o alcoholes. Condenados
sin salvación.
No es teatro moralista para mostrar a los malos o a los buenos. No,
nada de eso. Sí logra desnudar a la sociedad estadounidense donde no todos triunfan
y viven su American Dream y nos muestra
por un huequito a una comunidad donde sino hay ayuda profesional o una familia
bien establecida, casi todos los hijos sin padres y madres responsables corren
el riesgo de convertirse en ladrones o delincuentes de poca monta, salvo que se
atrevan a comerciar a lo grande en el mundo de los narcóticos o en alguno otro
ramo de la delincuencia.
Es una pieza, un tanto fatalista, que advierte, no solo a los gringos, sino también
a sus admiradores en América Latina, que la mayoría de las sociedades
contemporáneas propician la existencia de algunos seres que se les considera humanos
pero que en definitiva son peores que las bestias y nadie hace nada
por salvarlos o recuperarlos, porque los políticos del Norte y del Sur carecen
de instrucción humanística filosófica y todos juegan a ser eternos y más nada,
pero ese es tema de otra obra que no hemos todavía reseñado.
Por supuesto
que el autor Stephen Adly Guirgis (Nueva York 1965), no está
descubriendo nada nuevo, porque ya antes, en 1949, Arthur Miller con Death of a Salesman o Muerte de un viajante,
reveló como un hombre se suicida para salvar a su familia de la miseria
y dejarles así al menos como herencia una casa para la sobrevivencia. Todo eso
porque la sociedad del American Dream no es tan humanista como debería de ser y
tendría que mirar menos hacia la colosal acumulación de riquezas y cuidar más del
bienestar de sus ciudadanos. Y por supuesto que ninguno de esos dos dramaturgos
son pensadores comunistas o algo parecidos, sino simples seres humanos que
buscaban o perseguían la posible felicidad terrenal.
El malparido del sombrero es una especie de
melodrama, acompañado de los más modernos y rumbosos ritmos musicales gringos, sobre
las peripecias de un ex convicto que descubre como su novia se acuesta con su
mejor amigo o padrino, y se desequilibra hasta que regresa a la cárcel de donde
nunca debía retornar. Es un dramón de celos, de falsas amistades, de excesos de
drogas psicotrópicas. Una historia que bien puede escenificarse en Caracas,
porque sus personajes gringos son identificables con malandros criollos
cotidianos, seres que no logran apoyos de psicólogos o psiquiatras ni tampoco
tienen hogares solventes, y porque además deben trabajar o luchar para sobrevivir,
al tiempo que piden un poquito de amor, esa pócima del afecto sincero que todos
exigimos o necesitamos y cuyo lenguaje básico es físico y sensual, ciento por
ciento.
El espectáculo,
que consume 120 minutos sin intermedio, se desarrolla sobre una monumental cama
(4x4), donde los personajes copulan o juegan, camastrón que se desmonta y sirve
de mesa o de lechos para otras situaciones. Un espectáculo que no tiene
desperdicio y está cargado de una envidiable fuerza física de sus cinco intérpretes.
Recomiendo verla más de una vez para captar mejor la arista que nos pueden
estremecer o cambiar, porque para eso se inventó el teatro hace más de cuatro
mil años. Para buscar la necesaria catarsis.
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