Elba Escobar, otro monstruo del teatro criollo. |
Lila
Rodriguez Escobar (Caracas, 1954) abandonó sus estudios de matemáticas en el caraqueño
Pedagógico y se fue tras la magia de los títeres que manejaba el director José
León con su agrupación Los monigotes, hasta lograr debutar en su espectáculo La pelotica encantada. Y pudo así ganarse
con justicia el apodo de “la pelotica” por sus innegables redondeces. Muy
pronto la conoció el dramaturgo Isaac Chocrón y la invitó a encarnar una importante
sirvienta chejoviana del memorable montaje que dirigió Antonio Costante para el
Nuevo Grupo de El jardín de los cerezos, en la temporada de 1977, pero antes le
cambió su nombre y desde entonces se le conoció, profesionalmente, como Elba
Escobar.
Pudimos apreciar a esa Elba Escobar
precisamente cuando comenzaba su carrera actoral y es ahora, a casi 40 años de tales
románticos inicios, que hemos logrado ponderar otra etapa de su vida profesional
y disfrutar así de su unipersonal Yo si soy arrecha, un texto escrito y dirigido
por Enrique Salas, en la sala Escena 8, con el cual hace una intensa gira que
le organizó el empresario Jesús Fuenmayor por escenarios de Caracas, Maracaibo,
Barquisimeto, Puerto Ordaz, Lecherías, Porlamar y Valencia, antes de regresar a
Miami, donde ella vive y trabaja
actualmente, desde hace dos años, para demostrar que el Norte es una quimera
posible, durante cierto tiempo y con mucha paciencia.
Yo si soy arrecha inicialmente
es una historia corta que integra el macro espectáculo Relatos borrachos, el cual desde hace cinco años permanece en la
cartelera caraqueña y actualmente se exhibe en el teatro Urban Cuplé, pero que ahora
su autor Salas lo ha llevado a 45 minutos de duración para hacer reír y sufrir
otro tanto al público, porque es la rocambolesca
y tragicómica historia de una mujer exitosa en su profesión que drena sus
desequilibrios románticos y existenciales con el consumo constante de bebidas
alcohólicas.
Al alargar el monologo Yo si soy arrecha, Elba tiene más material dramático para provocar la
reflexión entre la audiencia, especialmente de aquellos, que son casi la mayoría
de los espectadores, que vivieron o viven el síndrome del hijo del alcohólico,
por lo que pueden pasar fácilmente de la risa al llanto o a la conmiseración,
por que se muestra al alcohólico como un enfermo social que debe ser rescatado
o recuperado con ayuda de profesionales
de la medicina y la psiquiatría, lo cual
se hace muy poco y condenan al borracho a su desgracia, con pocas excepciones.
Son, pues,
45 minutos de risas y de profunda reflexión
donde Elba Escobar demostró, una vez más, su calidad y versatilidad
interpretativa al encarnar a una exitosa ejecutiva alcohólica que celebra su
ascenso laboral en el bar La soledad. Todo transcurre en un escenario en
penumbra, y ella reposa, o guarda equilibrio, en la silla de una imaginaria barra
y frente a una mesa con un par de copas y una botella, para que así su personaje
comparta episodios de su vida, una mezcla de logros y frustraciones marcadas
por la presencia del alcohol, ayudada en su discurso por una serie de videos sobre
su deambular exitoso por el mundo, por así llamarlo.
Y para que el espectáculo tenga mayor impacto
participa un grupo de mariachis que la acompañan al interpretar el tema “Sombras nada más”, pero antes realiza
una tarea física que muestra poco a poco el derrumbe físico de una borracha que
no tema a nada ni a nadie y se transforma en un ser inconsciente.
Aleccionador ese espejo que transmite desde la
escena. Y ahí reside su grandeza actoral, porque ella se desplaza sobre una
especie de cuerda floja que oscila entre el ridículo y la crudeza de la verdad,
esa que siempre aprecian los demás, los que no están borrachos o muy pronto lo
estarán.
Aquí
en Caracas un público cálido rio y aplaudió con entusiasmo la entrega de esta primera
actriz para dar vida a una borracha que incluso conmovió a algunos hasta el
llanto.
Elba Escobar
acostumbra saludar al público y expresar sus comentarios sobre esos borrachitos
simpáticos, la mayoría de las veces, quienes
han dado origen a una inconmensurable cantidad de chistes alrededor del
licor, al tiempo que recordó la cantidad de temas musicales que promueven
al alcoholismo. Y por supuesto recordó a las familias destruidas porque hay un
padre o un hijo alcohólico. “Esta obra es una belleza. La gente se divierte
mucho, pero también produce este momento final de reflexión. Estoy feliz de
hacer esta obra que permite ver el drama subyacente detrás de los borrachitos
simpáticos", expresó la actriz como colofón.
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