Vivió intensamente 16 años en Caracas y volvió a su amada Buenos Aires. Dejó profunda huella en la historia del teatro venezolano porque capacitó a centenas de actores, directores y hasta dramaturgos, además de haber realizado importantes y memorables espectáculos que generaron inquietantes preguntas a los espectadores. Fue el último maestro visitante que puso su tonelada de granitos de arena para el desarrollo de las artes escénicas del siglo XX, tal como lo hicieron otros seis hombres y dos mujeres, todos foráneos, que colaboraron en esa consolidación, entre 1945 y 1977.
Ahora Juan Carlos Gené anhela retornar a Caracas. No podrá salir porque está entregado a la producción final y los ensayos generales de su pieza Todo verde y un árbol lila, que estrena en octubre en el bonaerense Teatro Cervantes. Ahí además actúa, se encarna a sí mismo, es un personaje y nadie puede sustituirlo. De modo que hay que esperarlo, hasta que su espectáculo baje de cartelera, a mediados del 2008, tal como se lo comunicó a Héctor Manrique, el director del Grupo Actoral 80.
Gené (Buenos Aires, 6 de noviembre de 1929) no se cansa de repetir que durante sus 16 años de pasantía por Caracas se nutrió del clima espiritual de “vuestro país”, porque “Venezuela es el país más profundamente democrático que conozco, no porque haya enormes diferencias con otros, sino porque allá mentalmente nadie es más que nadie. El clima que se vivía era de tal libertad que incluso en esa libertad también estaba presente la indiferencia. Uno sabia que se podía decir cualquier disparate y a nadie le importaba mucho, pero aparte de eso nadie se iba a ocupar de reprimir lo que uno decía. Mi Argentina ha sido siempre represiva, aunque ahora está aprendiendo a dejar de serlo. Durante el lapso que estuve en Caracas escribí una obra cada dos años, sistemáticamente, y escribí más obras porque era la consecuencia de ese clima tan apto para que uno se expresara libre e independientemente de los demás”.
Gené salió de Buenos Aires, aventado por la dictadura militar neofascista, el 4 de julio de 1976, “hacia Bogota, porque tenía un amigo muy vinculado a la televisión, pero al año de estar ahí me llamaron de Venevisión para que me fuera para alla y en mayo de 1977 estaba en Caracas. Cuando llegué, Luis Molina se presentó en nombre del Celcit para ofrecerme trabajo como docente, cosa que rechacé porque después de la gran derrota política que me había obligado a salir de mi país no estaba en condiciones de enfrentarme a un grupo de jóvenes y orientarlos. Lo rechacé, pero lo que si acepté fue acercarme al Celcit, conocer su actividad y empezar a colaborar, eso fue en 1977, pero a mediados de 1978 tomé consciencia de donde estaba y empecé a adaptarme a Caracas y su gente. Estrené primero Fifty-Fifty y después Esperando a Godot, en Barcelona, donde conocí a un grupo de muchachos, con Fermín Reyna y Aroldo Betancourt a la cabeza, quienes me convencieron de que tenía que volver a enseñar y así fue. Con ese grupo armé poco a poco un elenco de profesionales, porque hacía uno o dos talleres cada semestre y siempre al terminar había un puñado que no se quería ir, quería empezar de nuevo, y a los tres años decidimos que evidentemente debíamos proseguir juntos. Pusimos nombres en un sombrero y al final salió Grupo Actoral 80, año en que el que nos juntamos por primera vez, aunque se fundó en 1983”.
No puede calcular el número exacto de artistas que capacitó, lo que si es cierto es que entre 1980 y 1993 realizó uno o dos talleres, por semestre, dedicados a la dirección, actuación y dramaturgia, a los cuales acudieron un promedio de 25 personas. Al mismo tiempo actuó, dirigió y escribió sus piezas, tarea que comenzó en 1954 con El herrero y el diablo, y ahora tiene su primera docena, donde destaca Golpes a mi puerta, llevada incluso al cine
Se reinstaló en Buenos Aires, hacia 1993, no porque se sintiera mal en Caracas, sino porque “quería volver y regresé con un enriquecimiento interno y con una sensación de amor hacia la pasión teatral venezolana, que durará siempre. Por eso volví en el 2005, para festejar la creación del Grupo Actoral 80 y montar El día que me quieras de José Ignacio Cabrujas, y quiero hacerlo siempre que pueda”.
Bien hecho o mal hecho
Ahora Juan Carlos Gené anhela retornar a Caracas. No podrá salir porque está entregado a la producción final y los ensayos generales de su pieza Todo verde y un árbol lila, que estrena en octubre en el bonaerense Teatro Cervantes. Ahí además actúa, se encarna a sí mismo, es un personaje y nadie puede sustituirlo. De modo que hay que esperarlo, hasta que su espectáculo baje de cartelera, a mediados del 2008, tal como se lo comunicó a Héctor Manrique, el director del Grupo Actoral 80.
Gené (Buenos Aires, 6 de noviembre de 1929) no se cansa de repetir que durante sus 16 años de pasantía por Caracas se nutrió del clima espiritual de “vuestro país”, porque “Venezuela es el país más profundamente democrático que conozco, no porque haya enormes diferencias con otros, sino porque allá mentalmente nadie es más que nadie. El clima que se vivía era de tal libertad que incluso en esa libertad también estaba presente la indiferencia. Uno sabia que se podía decir cualquier disparate y a nadie le importaba mucho, pero aparte de eso nadie se iba a ocupar de reprimir lo que uno decía. Mi Argentina ha sido siempre represiva, aunque ahora está aprendiendo a dejar de serlo. Durante el lapso que estuve en Caracas escribí una obra cada dos años, sistemáticamente, y escribí más obras porque era la consecuencia de ese clima tan apto para que uno se expresara libre e independientemente de los demás”.
Gené salió de Buenos Aires, aventado por la dictadura militar neofascista, el 4 de julio de 1976, “hacia Bogota, porque tenía un amigo muy vinculado a la televisión, pero al año de estar ahí me llamaron de Venevisión para que me fuera para alla y en mayo de 1977 estaba en Caracas. Cuando llegué, Luis Molina se presentó en nombre del Celcit para ofrecerme trabajo como docente, cosa que rechacé porque después de la gran derrota política que me había obligado a salir de mi país no estaba en condiciones de enfrentarme a un grupo de jóvenes y orientarlos. Lo rechacé, pero lo que si acepté fue acercarme al Celcit, conocer su actividad y empezar a colaborar, eso fue en 1977, pero a mediados de 1978 tomé consciencia de donde estaba y empecé a adaptarme a Caracas y su gente. Estrené primero Fifty-Fifty y después Esperando a Godot, en Barcelona, donde conocí a un grupo de muchachos, con Fermín Reyna y Aroldo Betancourt a la cabeza, quienes me convencieron de que tenía que volver a enseñar y así fue. Con ese grupo armé poco a poco un elenco de profesionales, porque hacía uno o dos talleres cada semestre y siempre al terminar había un puñado que no se quería ir, quería empezar de nuevo, y a los tres años decidimos que evidentemente debíamos proseguir juntos. Pusimos nombres en un sombrero y al final salió Grupo Actoral 80, año en que el que nos juntamos por primera vez, aunque se fundó en 1983”.
No puede calcular el número exacto de artistas que capacitó, lo que si es cierto es que entre 1980 y 1993 realizó uno o dos talleres, por semestre, dedicados a la dirección, actuación y dramaturgia, a los cuales acudieron un promedio de 25 personas. Al mismo tiempo actuó, dirigió y escribió sus piezas, tarea que comenzó en 1954 con El herrero y el diablo, y ahora tiene su primera docena, donde destaca Golpes a mi puerta, llevada incluso al cine
Se reinstaló en Buenos Aires, hacia 1993, no porque se sintiera mal en Caracas, sino porque “quería volver y regresé con un enriquecimiento interno y con una sensación de amor hacia la pasión teatral venezolana, que durará siempre. Por eso volví en el 2005, para festejar la creación del Grupo Actoral 80 y montar El día que me quieras de José Ignacio Cabrujas, y quiero hacerlo siempre que pueda”.
Bien hecho o mal hecho
Gené, con más de medio siglo en el teatro, está preocupado por la calidad y la trascendencia de las artes escénicas venezolanas en el siglo XXI, porque su originario movimiento grupal se ha ido debilitando, poco a poco, y están insurgiendo compañías exclusivamente dedicadas al teatro “comercial”, en el cual no cree mucho, porque para él sólo existen: “el bien hecho o el mal hecho”. No cree en un teatro que únicamente se haga para ganar dinero. En Buenos Aires, donde hay 200 salas funcionando, cada vez más lo “comercial” está en retroceso, porque el público quiere otras cosas, quizás más comprometidas, comenta.