La cultura peruana vale no sólo un viaje sino muchos más para aprehenderla. En tres días disfrutamos tres espectáculos centrados en la identidad de ese pueblo, donde ha coexistido lo aborigen con lo hispánico y ha brotado algo tan maravilloso, especie de sincretismo aleccionador, el cual reitera, una vez más, que los latinoamericanos sí tenemos algo que los otros continentes deben conocer y gozar además.
Vimos los montajes de las agrupaciones Cuatrotablas, Yuyachkani y el Centro Cultural Británico. Hoy nos detenemos en el espectáculo de Mario Delgado, creado a partir de la novela Los ríos profundos, de José María Arguedas (1911-1969), etnólogo, profesor y escritor que se inmoló al no recibir apoyo para una revolución cultural a la peruana. Un científico social que aplicó el rigor del ensayo y la ficción narrativa para utilizar la lengua quechua del indio y la del español. Leerlo es detectar las raíces del realismo mágico del cubano Alejo Carpentier, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el venezolano Arturo Úslar y el colombiano Gabriel García Márquez. Leerlo es comprender porque su novela es lírica y hermosa, y además constituye el mejor instrumento de propaganda por el mundo andino, porque lirismo y realidad coexisten sin deformar o alterar la imagen del mundo andino, como puntualiza Marie-Madeleine Gladieu.
Presenciamos el estreno de Arguedas, los ríos profundos, en el Teatro Municipal de Lima, producido por Delgado y Cuatrotablas, durante dos años de investigación y otros dos de presentaciones e improvisaciones, a lo largo del Perú, en la periferia de Lima y en su centro piloto en Chorrillos. Nos deleitamos con el primer episodio de la trilogía que hicieron sobre su novela. Por ahora “El viejo”, “El viaje” y “La despedida” son los primeros capítulos utilizados para el guión de ese montaje, el 34, con el que festejan sus 36 años de vida útil.
Reconocemos que disfrutamos una inolvidable y conmovedora fiesta teatral, capaz de manosear los sentimientos más íntimos del público, gracias a las peripecias y narraciones del protagonista, Ernesto, niño de 13 años que tiene la facultad de sentir y sufrir al Perú, con su olfato, tacto y mirada, con esa sensibilidad prodigiosa “como sólo los niños pueden ver”. José Carlos Urteaga, Flor Castillo, Fernando Fernández y Juan Maldonado son el coro arguediano que interpreta a Ernesto y a todos los personajes de ese fantástico ritual iniciático, entre los griegos, Eugenio Barba y Jerzy Grotoswki, comparable con Tu país esta feliz de Antonio Miranda y Carlos Giménez y los primeros montajes del grupo Altosf en esta Caracas la horrible.
Delgado fue fiel al texto original y por eso llevó a escena ese mestizaje cultural presente en Los ríos profundos y particularmente en Ernesto, que, como dicen los especialistas, es un mestizo cultural.
Sin lugar a dudas, este teatro es peruano por donde se le mire y por eso es valioso donde se le presente, no sólo por lo dice sino también como se hace y por las repercusiones que tiene en su comunidad, a la cual refleja y además se retroalimenta de ella.
Ver al Cuatrotablas es lamentar el mutis de Carlos Giménez, porque dejó al teatro venezolano sin líder y sin los sucesores que se requerían.
Vimos los montajes de las agrupaciones Cuatrotablas, Yuyachkani y el Centro Cultural Británico. Hoy nos detenemos en el espectáculo de Mario Delgado, creado a partir de la novela Los ríos profundos, de José María Arguedas (1911-1969), etnólogo, profesor y escritor que se inmoló al no recibir apoyo para una revolución cultural a la peruana. Un científico social que aplicó el rigor del ensayo y la ficción narrativa para utilizar la lengua quechua del indio y la del español. Leerlo es detectar las raíces del realismo mágico del cubano Alejo Carpentier, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el venezolano Arturo Úslar y el colombiano Gabriel García Márquez. Leerlo es comprender porque su novela es lírica y hermosa, y además constituye el mejor instrumento de propaganda por el mundo andino, porque lirismo y realidad coexisten sin deformar o alterar la imagen del mundo andino, como puntualiza Marie-Madeleine Gladieu.
Presenciamos el estreno de Arguedas, los ríos profundos, en el Teatro Municipal de Lima, producido por Delgado y Cuatrotablas, durante dos años de investigación y otros dos de presentaciones e improvisaciones, a lo largo del Perú, en la periferia de Lima y en su centro piloto en Chorrillos. Nos deleitamos con el primer episodio de la trilogía que hicieron sobre su novela. Por ahora “El viejo”, “El viaje” y “La despedida” son los primeros capítulos utilizados para el guión de ese montaje, el 34, con el que festejan sus 36 años de vida útil.
Reconocemos que disfrutamos una inolvidable y conmovedora fiesta teatral, capaz de manosear los sentimientos más íntimos del público, gracias a las peripecias y narraciones del protagonista, Ernesto, niño de 13 años que tiene la facultad de sentir y sufrir al Perú, con su olfato, tacto y mirada, con esa sensibilidad prodigiosa “como sólo los niños pueden ver”. José Carlos Urteaga, Flor Castillo, Fernando Fernández y Juan Maldonado son el coro arguediano que interpreta a Ernesto y a todos los personajes de ese fantástico ritual iniciático, entre los griegos, Eugenio Barba y Jerzy Grotoswki, comparable con Tu país esta feliz de Antonio Miranda y Carlos Giménez y los primeros montajes del grupo Altosf en esta Caracas la horrible.
Delgado fue fiel al texto original y por eso llevó a escena ese mestizaje cultural presente en Los ríos profundos y particularmente en Ernesto, que, como dicen los especialistas, es un mestizo cultural.
Sin lugar a dudas, este teatro es peruano por donde se le mire y por eso es valioso donde se le presente, no sólo por lo dice sino también como se hace y por las repercusiones que tiene en su comunidad, a la cual refleja y además se retroalimenta de ella.
Ver al Cuatrotablas es lamentar el mutis de Carlos Giménez, porque dejó al teatro venezolano sin líder y sin los sucesores que se requerían.