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Recientemente cumplió 84 años y no deja de trabajar |
El periodista Diego Arroyo Gil publicó el 10 de noviembre esta entrevista en la pagina web Runrunes,la cual aquí publicamos:
Autor y director
referencial del cine, el teatro y la televisión, Román Chalbaud (Mérida, 1931)
acaba de recibir la Orden Libertadores en su primera clase, otorgada por el
Gobierno nacional. El día de la condecoración, el 29 de octubre, desde el
Teatro de la Ópera de Maracay, el presidente Nicolás Maduro lo distinguió como
“compañero de todas las causas justas de Venezuela”. No es el primer
reconocimiento que Chalbaud recibe de manos de un mandatario: en 1984, durante
la presidencia de Jaime Lusinchi, fue galardonado con el Premio Nacional de
Teatro, y en 1990, en el segundo período de Carlos Andrés Pérez, obtuvo el
Nacional de Cine. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el público y la
prensa lo adoraron y alabaron sin descanso.
Hoy, a sus 84 años, se
prepara para dirigir una película sobre Hugo Chávez, quien, según él, “era
maravilloso”. Me recibe en su casa, un penthouse en la urbanización caraqueña
de San Bernardino. Vive con dos perros que saludan, se alejan, entran y salen
de la oficina donde conversamos. Sea cual sea la pared hacia la cual uno dirija
la mirada en este lugar, hallará un afiche de cine o un cartel de teatro que
recuerde una época vigorosa de la cultura en Venezuela. “La gente cambia”, dice
Chalbaud en esta entrevista. Los tiempos también.
— ¿Cómo lo trata la vida,
señor Chalbaud?
–
¡Muy bien! No me puedo
quejar.
— ¿Y usted a ella?
—Yo la trato también muy
bien para que ella me trate bien a mí. (Risas).
—Esta mañana pensaba que hay hombres que son elegidos y amados por los
dioses: ¿es usted un afortunado?
—Me siento muy afortunado
porque en mi infancia hubo tres mujeres que se encargaron de mí: mi bisabuela,
mi abuela y mi mamá. Nos vinimos a Caracas en un autobús, 4 días y 4 noches,
desde Mérida. Me metieron en la mejor escuela posible, la Experimental
Venezuela. Después entré en el Fermín Toro, donde conocí a Alberto de Paz y
Mateos, que me enseñó mucho de teatro. Luego fui asistente de dirección de
Víctor Urruchúa. No me puedo quejar. Tuve la suerte de encontrarme con gente
que me apoyó. Claro que también uno ayuda a la suerte.
— ¿Con el trabajo?
—Con el trabajo y con la
manera de ser. Si uno es negativo ante la vida, le pasan cosas negativas. Si
uno es positivo, consigue mucho más.
— ¿Se siente satisfecho con
lo que ha conseguido?
—Hay una frase de Charles
Chaplin que siempre uso. Él decía: “Nunca he sabido lo suficiente para dejar de
ser un aficionado”. Así me siento yo: un aficionado. Siempre siento que estoy
empezando, que estoy aprendiendo. Porque si piensas que ya llegaste, allí está
el vacío, a la distancia de un escalón. Das un paso y listo.
— El Gobierno acaba de
conferirle la Orden Libertadores en su primera clase. ¿No es una
consagración?
—Me siento muy honrado y
contento de haberla recibido. Maravilloso. Fue una sorpresa. El gobernador
(Tareck El Aissami) me invitó a la reinauguración del Teatro de la Ópera de
Maracay. No te imaginas cómo estaba antes: destrozado. Lo que encontramos ahora
es una maravilla, el mejor teatro que hay en Venezuela. Vale la pena verlo.
—Sigue usted siendo afecto a la Revolución.
—Por supuesto… Critico
muchas cosas. Nada es perfecto.
— ¿Por ejemplo?
—Cuando nosotros teníamos
El Nuevo Grupo, manteníamos abiertos los teatros de martes a domingo. Ahora vas
a ver una obra y está tres días en un lugar y luego tres días en otro lugar. Yo
le daría cada teatro a uno, dos, tres grupos que lo mantuviesen siempre
abierto, como si fuese un cine.
— ¿Qué otras críticas tiene
aparte de esta?
—Critico mucho la posición de
la oposición. No me gusta la oposición porque está basada en el
odio, y la gente que tiene odio en el cuerpo se envenena a sí misma. Si todos
estamos luchando por Venezuela, debe de haber una mayor unión, una mayor
comprensión. Tú piensas de una manera, yo pienso de otra. No podemos odiarnos
unos a otros. No se puede sembrar odio. Es dañino, sobre todo para el que lo
siembra. Fatal.
—La oposición acusa al Gobierno precisamente de eso mismo, de sembrar
odio.
—Yo preferiría no seguir
hablando de política porque me molesta mucho.
—Es inevitable, usted es una persona principal de la sociedad y…
— ¡Ya te estoy diciendo lo que pienso! –Chalbaud alza ligeramente la voz.
— Cuando murió el
expresidente Chávez, dijo: “Debemos continuar su obra”. Me gustaría que
ampliara esa idea.
—Chávez fue maravilloso.
Fui con él a la inauguración de la Villa del Cine. Fui con él a la inauguración
de la Universidad de las Artes. Todas estas películas –señala un amplio estante
donde guarda cientos de DVD– van a Unearte, para que todo el mundo pueda ir
allá y verlas.
— ¿Haría una película sobre
Chávez?
—Sí, ¿por qué no? Lo he
pensado… Estamos en eso.
— ¿Cómo la llamaría?
—Posiblemente empecemos
por Los cuentos del arañero. Ya la está escribiendo Luis Britto
(García). Será producida por la Villa del Cine y dirigida por mí, por supuesto
—Pero la película en la que está trabajando actualmente no es esa
sino La planta insolente,
¿cierto?
—Sí, La
planta insolente, que es la vida de Cipriano Castro. Se estrenará en
enero o febrero del próximo año. Tal vez en marzo.
–
¿Cómo se siente con el resultado?
—Muy bien. Mandamos a hacer
los efectos especiales en Argentina porque aquí no había quien los hiciera.
Aquí no hay una compañía que se encargue de eso, que sepa hacerlo… Roberto Moll
hace el papel de Cipriano Castro y está estupendo. Hay muchísimos actores y
cientos de extras. Es una película muy ambiciosa.
— ¿Le gusta esa frase de
Cipriano Castro: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado
suelo de la patria”?
— ¡Muchísimo!
— A mí me parece cursi y
estrambótica.
—Bueno… Fue una frase de un
discurso que él dio, histórico.
— ¿Queda bien parado Cipriano
Castro en su película?
—Él tiene muchos defectos,
y también se habla de ellos. Todos tenemos cosas buenas y cosas malas. Todos
tenemos un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde por dentro. Nadie es perfecto, ni siquiera
los santos o los curas.
— ¿Cuál lo domina a usted, el
Dr. Jekyll o Mr. Hyde?
—A veces me domina Mr.
Hyde, pero por lo general Dr. Jekyll es el que mejor me maneja. (Risas).
—A lo mejor no le va a gustar que le haga esta pregunta, pero se la
haré: ¿cree que le hubiesen otorgado la Orden Libertadores si usted fuese un
opositor?
—No me lo preguntes a mí.
Pregúntaselo a Maduro. Ve y entrevístalo.
—Maduro no le da entrevistas a la prensa independiente.
—Ah, bueno… Está bien.
—Usted hizo una gran vida cultural como autor dramático durante la
democracia, durante los llamados “40 años” de Acción Democrática y Copei. ¿Qué
piensa ahora de esos 40 años?
— ¿Desde qué punto de vista?
—Teniendo en cuenta la vida que usted hizo durante ese período.
—Cuando llegó lo que tú
llamas “democracia”, en la función número 42 de Sagrado y obsceno,
la policía rodeó el teatro y el gobernador Alejandro Oropeza Castillo, el papá
de Isa Dobles, prohibió la obra. Yo fui a El Nacional y
declaré: “En una democracia no se puede prohibir una obra”. No me publicaron.
—El Nacional siempre fue adorable con
usted.
—Pero esa protesta, esa
declaración que yo hice no me la publicaron. Oropeza dijo que los actores
estaban inventado groserías que no estaban en el texto. ¡Mentira! Como la gente
gritaba “¡Abajo el gobiernito!” y otras cosas en contra de (Rómulo) Betancourt,
se prohibió. Esa es la experiencia que yo tengo… Además, (en esa época) a todos
los que éramos de izquierda nos botaron de la televisión: Hilda Vera, Rafael
Briceño y pare de contar. Nos quedamos sin trabajo.
—Luego de Betancourt, y hasta 1998, ¿lo trataron igual de mal?
— ¿Quién?
—El poder oficial.
—Pero ¡¿qué es lo que tú
quieres que yo te diga?!
—Que me hable de eso.
— ¡En mi casa se escondía Alberto Carnevali, que era merideño y amigo de
mamá…!
—Me está hablando del perezjimenismo…
— ¡Y ninguno de esos adecos respetó a Alberto Carnevali! ¡Se murió y
cuando Betancourt llegó al poder, se vendió a los norteamericanos! No puedo
estar de acuerdo con eso. ¿Tú quieres saber mi posición? Es esa y siempre la he
dicho. Yo respeto las ideas de cada uno. Tengo amigos que son de oposición. Esa
es la democracia.
—En cualquier caso, ¿usted piensa que hoy el país está mejor que como
estuvo en los años sesenta, setenta, ochenta, noventa?
—Desde cierto punto de vista,
sí. El dinero está llegando a gente a la que no le había llegado. El Gobierno
se ha preocupado por llegar a gente que no tenía vivienda para darle vivienda,
darles posibilidades a los que estaban por fuera, como si no existieran: los
invisibles. Por eso me gusta Chávez. ¡Porque YO, en cualquier época, me puedo
defender, pero la gente humilde no! Y yo estoy a favor de la gente humilde.
Porque tú me puedes decir: “¡Ah, no, pero tú estuviste muy bien en esa época!”.
Yo voy a estar bien en cualquier época. Lo estuve incluso cuando Pérez Jiménez,
que me mandaron preso. El hermano de Uslar Pietri, que dirigía la Televisora
Nacional, me denunció por haber dicho que el Gobierno se caía en enero, cosa
que realmente pasó.
—Un don profético…
—Una casualidad. Yo era
director artístico del canal. En agosto (de 1957), el hermano de Uslar me dijo:
“Dame los presupuestos para enero”. Yo le respondí: “¿Enero? A lo mejor en
enero se cae el Gobierno”. La Seguridad Nacional me fue a buscar a mi casa. Me
preguntaron si yo había dicho eso y dije que sí. “¡Ya confesó!”. El primero de
enero (de 1958), pasó aquel avión adeco y tiró una bomba que era para la
Seguridad Nacional. Si hubiera caído allí, no te estaría contando esto. Nos
bajaron al sótano. Me hizo mucho bien haber estado en la cárcel. Agarré una
gran conciencia social.
— ¿Ve usted televisión?
—No.
— ¿Por qué?
–Porque estoy escribiendo
una nueva obra de teatro, que se llama Los espíritus animales,
y he leído de nuevo a Balzac y a Maupassant. Uno lee un libro a los 20 años,
después lo lee a los 30, después a los 60, y luego a los 84 que tengo ahora, y
cada vez el libro tiene otro sentido. Tengo 5000 libros. Prefiero leer que ver
televisión.
–
¿Qué opina sobre la televisión que se está haciendo en Venezuela?
—No me gusta la televisión
que se está haciendo. Cuando nosotros empezamos a hacer televisión, la
televisión era cultural. Era la época de Pérez Jiménez y lo único que no se
podía hacer era Rómulo Gallegos, porque era adeco, todo lo demás se podía
hacer. Yo hice “El cuento venezolano televisado” durante tres años: era toda la
cuentística venezolana adaptada y dirigida para la TV. Cuando aparecieron los
canales comerciales, la televisión siguió siendo cultural. Tú prendías Radio
Caracas a las 8 de la noche y veías “Anecdotario”, con Margarita Gelabert.
— ¿Y qué era “Anecdotario”?
—Anécdotas.
— ¿Sobre quiénes?
—Sobre Manuelita Sáenz,
sobre Schubert, sobre Einstein, sobre Liszt, sobre Víctor Hugo. Y luego veías a
Tomás Henríquez haciendo Otello, o a Amalia Pérez Díaz
haciendo La casa de Bernarda Alba. Todo fue así hasta que un día
llegó el maldito rating. Fidel Castro fue el culpable.
— ¿Por qué?
—Porque los cubanos que se
fueron de Cuba, a Miami, fueron los que inventaron el rating. Al inventar el
rating, lo que importó fue el dinero, no la calidad.
—De modo que también le debemos el rating a Fidel Castro…
—También.
— ¿Por qué los cambios
sociales no han tenido una repercusión beneficiosa en la televisión?
—Porque la televisión se
corrompió desde mucho tiempo atrás. Se ha impuesto eso de que “a la gente lo
que le gusta es esto”. Y se olvidó lo que nosotros hicimos… Y eso que la
televisión culturiza a la gente. Un niño ve más televisión que lo que ve a la
maestra.
— ¿Extraña a Cabrujas?
— ¡Sí! Fue un gran compañero. Trabajamos mucho juntos. Éramos como
hermanos. Me hace falta como ser humano.
— ¿Y a Isaac Chocrón?
—También. Estuvimos juntos
20 años en El Nuevo Grupo. Además, Isaac estudió conmigo en la Experimental
Venezuela. Nos conocimos de carajitos. A él lo mandaron a estudiar al exterior
porque la familia tenía plata. Yo me quedé aquí. Cuando regresó, ya yo era
Román Chalbaud. Él traía una obra, Asia
y el Lejano Oriente, y me la dio para dirigirla. Así continúo nuestra
amistad de la escuela primaria.
—A ustedes tres: Cabrujas, Chocrón y Chalbaud, los llamaban “la
Santísima Trinidad del teatro venezolano”. ¿Quién era el Padre, quién el Hijo y
quién el Espíritu Santo?
—Cada uno elige. A lo mejor
tú me pones a mí de Espíritu Santo, pero otro me pone de Padre. It’s up
to you! (¡Depende de ti!)
— ¿Este es el país que usted
soñó?
—Eso es muy difícil. No
creo llegar a ver nunca el país que yo soñé, ¡pero ojalá! Sin embargo, estoy de
acuerdo con lo que está pasando hoy en Venezuela. Yo sé que tú estás en contra,
pero podemos ser amigos. El odio es lo peor que hay en el mundo.
— ¿No cree que a veces el discurso
oficial es muy violento?
—Me parece que el discurso
de la oposición es muy violento. Inventan cosas horribles.
— ¿Y el oficialismo no
inventa?
–Posiblemente. No sé. En
política esa es la desgracia. Además, no todo el mundo es perfecto. Que tú
digas: “¡No hay un solo ladrón…!” Mentira.
–Hace poco le escuché decir que odia las injusticias. ¿Observa alguna en
el panorama cultural venezolano? Por ejemplo: que haya algún área que no se
esté atendiendo como se debería.
–Insisto: los teatros
deberían de entregarse a grupos y funcionar de martes a domingo, como lo
hacíamos nosotros en el Teatro Alberto de Paz y Mateos. ¿Cómo es posible que en
aquella época, cuando había menos gente y menos posibilidades y recursos,
nosotros sí lo hiciéramos? ¿Por qué una cosa buena la vas a cambiar? Aquí todo
el mundo que se sienta en el Gobierno, cambia lo que estaba haciendo el
anterior, así sea bueno.
– ¿Ha pasado en estos años?
– ¡AH!
–Chalbaud
manotea sus piernas, rabioso–.
¡Pero, chico, te lo estoy diciendo! ¡Tú lo que
quieres es que yo hable en contra del Gobierno y no te voy a hablar en contra del
Gobierno!
–No se tiene que poner así. No se moleste. Si lo desea, me levanto y me
voy.
– ¡SÍ ME MOLESTO PORQUE TÚ
INSISTES!
–Es mi trabajo: como el de
usted es hacer cine, el mío es hacer entrevistas.
– ¡PERO YO SOY MUY CLARO EN
LO QUE DIGO! ¡NO PUEDO DECIR LO QUE TÚ PIENSAS! ¡NUNCA HE SIDO TAN SINCERO!
¡ESTA ES MI SINCERIDAD! ¡NADIE ME HA HECHO MOLESTAR COMO TÚ! ¡POR ALGO SERÁ!
¡PORQUE TÚ QUIERES SACARME UNA COSA QUE NO TE VOY A DECIR!
–Bien… –hacemos un
silencio.
Y en breve–: Circula la información de que está en marcha un remake de El pez que fuma.
–No, señor. Falso.
–En YouTube hay una entrevista que le hicieron recientemente en la que
usted habla del asunto.
–
¡Ah! Había la idea de hacer
la película en España, es verdad. Me preguntaron si quería que fuese en Sevilla
o en Barcelona. Dije que prefería Barcelona porque las putas de Barcelona son
más serias que las de Sevilla. Pero cuando me presentaron al joven que quería
hacer la película y vi su trabajo, no le vendí los derechos a pesar de que ya
tenía el cheque hecho en maravillosos euros, que me hubiesen caído de
maravilla. No acepté porque no la iba a hacer bien. No es un buen director…
¿Quieres tomar algo?
–No, gracias… Su
apartamento es amplio y fresco.
–Me mudé aquí el año 86
–dice Chalbaud, y cuenta cómo lo compró: lo hizo gracias a la venta de otro
apartamento, el crédito de un banco y la ayuda de un amigo: el actor venezolano
Arturo Calderón.
–
¿Ha pensado en mudarse de nuevo?
–No, ¿para dónde? ¿Por qué?
–No lo sé: vivir en un lugar más pequeño y manejable.
–No, no. Tengo muchos
libros. En mi testamento dice que todos ellos y mis películas se van para
Unearte.
–
¿Ya hizo testamento?
–Por supuesto. Hace muchos
años. Uno no sabe cuándo se va a morir.
–
¿Piensa en la muerte?
–No me preocupa. He vivido
mucho y he hecho lo que he querido, más o menos. Claro que uno siempre quiere
seguir vivo, pero la muerte no me atormenta. Llegará y es normal.
–Es una virtud no temerle a la muerte.
–Si no, se sufre muchísimo…
Esa cosa del odio me parece tan terrible… –y un momento después, antes de
despedirnos–: Lamento haberme excitado hace un rato. Pero quizá está bien que
sucediera.
–No se preocupe. Podemos hacernos a la idea de que estábamos en “Buenos
Días”, el programa de Sofía Imber.
–
(Risas). Es verdad. ¿Sigue
viva Sofía Imber? Cuando éramos jóvenes y ella estaba con Guillermo Meneses,
era de izquierda. Luego se casó con (Carlos) Rangel y se cambió. La gente
cambia.