Nadie duda que el teatro que se exhibe en las salas caraqueñas está saliendo del hueco negro en que cayó, durante la década de los noventa, como consecuencia de las muertes de artistas claves para su desarrollo. Enrique Porte, Carlos Giménez, José Ignacio Cabrujas, Fausto Verdial y la productora Clara Rosa Otero Silva, además de una amplia gama de intérpretes, dramaturgos y trabajadores de las artes escénicas, desaparecieron sin previo aviso en ese lapso. ¡Tampoco se puede negar que “la peste rosa” se encargó de diezmar al sector artístico. Y lo recordamos porque aún continúa causando estragos!
Tras ese inmenso hueco que dejaron los ausentes, quienes no brotaron de la nada y requirieron muchos años de sacrificios para llegar hasta su máximo nivel, no ha sido fácil para nadie esta primera década del siglo XXI. Todo se agudizó porque los tiempos revolucionarios generaron cambios en las relaciones entre los creadores independientes y las autoridades de la actividad cultural en general. Tarde o temprano esa ruptura de las dos Venezuelas tenía que darse, pero algunos artistas no lograron superar esas transiciones y sufrieron algunos reveses porque pretendieron patear al aguijón y no salir lastimados, mientras que la mayoría sí acentuaron sus labores creativas y otros buscaron las formulas más expeditas para el financiamiento de sus productos. Hay, pues, al concluir este 2008, espectáculos que se expenden en las taquillas y otro que son gratuitos para sus espectadores. En ambas manifestaciones del teatro, creado dentro de esos dos sistemas, gana el público y el arte como tal. La historia dirá que quedó de esta década, la cual no ha concluido.
MEJOR ESPECTACULO
No menos de 60 espectáculos vimos a lo largo de 2008, pero solamente nos detendremos en resaltar al mejor montaje y la mejor obra de autor venezolano. También reseñamos los otros buenos trabajos que presenciamos y evaluamos en su momento. ¡No hay memoria para lo deficiente!
El mejor, el más completo, el que suscitó esperanzas de próximos cambios renovadores, fue la espectacular creación que Ibrahim Guerra alcanzó con su guión de Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, tal y como fue representado en el sanatorio de Charenton por el marqués de Sade o simplemente Marat-Sade, basado en la pieza de Peter Weiss, en la adaptación y el guión cinematográfico de Peter Brook y, además, en la traducción al español de Alfonso Sastre.
Ambientado durante el 13 de julio de 1808, utilizó las sagas de Marat y la revolución francesa, además de la rocambolesca saga del Marqués de Sade, para hacer teatro dentro del teatro. Inventó una representación sobre el asesinato de “el amigo del pueblo” y la exhibió utilizando a los locos de Charenton, cuando precisamente Sade hacia de la suyas para no desaparecer como intelectual y entretener a la nueva burguesía que había creado Napoleón.
Guerra manipuló el espacio de la Sala Rajatabla para involucrar la acción escénica y el público, colocado de manera bifrontal ante el espectáculo. La planta de movimientos, perfecta en su sincronía, logró crear una sórdida atmósfera orgiástica que golpeaba los sentidos de la audiencia que miraba el impactante “juego de tenis” entre el delirante Marat en su bañera o la monstruosa guillotina entregada a su “labor depurativa”, al tiempo que los directivos del asilo y Sade disfrutaban, coordinaban o censuraban el rumboso ritual de los locos, que en este caso era uno diestro conjunto de actores venezolanos. Marat Sade fue una excelente producción de la Universidad Nacional Experimental de las Artes y únicamente se mostró en 16 funciones. Se espera que en el 2009 vuelva a escena.
MEJOR OBRA CRIOLLA
La pieza venezolana memorable fue Penitentes, de Elio Palencia, llevada a escena por Costa Palamides. Es una obra destinada a suscitar polémica por su tema corrosivo y desgarrador, inspirado en el caso de la muerte de un alto mando eclesiástico, ligada a una clandestina vida homosexual y a circunstancias criminales que motivaron un enfrentamiento entre el gobierno y la iglesia del país. Ahí se revisa crudamente la intolerancia y la indiferencia de la sociedad venezolana.
Teniendo como punto de partida a tres perspectivas de homosexualidad que se entrecruzan por la fuerza de sus pasiones, al autor pone sobre el tapete a sendos personajes (un cura, un estudiante y un buscavidas) cuyos destinos se atarán un sábado por la noche en un discoteca gay de Caracas. A partir de ese momento, la fuerza de la acción dramática se remite a una historia de revelaciones y confesiones de alta tensión que vuelven añicos una cantidad de tabúes y falsas morales.
Si la obra es audaz en sus planteamientos y en su estructura, la puesta en escena también obtiene un equilibrio visual al aplicar el concepto del teatro arena para mostrar a sus personajes en la cama del hotel o en la discoteca o en la cárcel. Están encerrados y espiados por ese crítico de las mil cabezas, todo eso con un acelerado ritmo escénico y llevando el compás de la música de una estruendosa discoteca, porque es ahí donde esos tres hombres sellaron sus destinos, un espacio donde la palabra es desplazada por el ruido de sus infiernitos particulares. En ese espacio escénico y con la entrega desenfadada de su tripleta de actores se materializa una angustiosa y aleccionadora metáfora capaz de conmover a su audiencia y advertirle los riesgos que conlleva vivir en una comunidad donde los prejuicios impiden no sólo la libertad sino la existencia misma.¡Elio Palencia se posesiona como el gran autor de esta década!
LOS MEJORES
Aquí en Caracas destacaron, además de los excelentes Marat-Sade y Penitentes, los montajes del GA-80 logrados con Final de partida de Beckett y Al pie del Támesis de Vargas Llosa, bajo la conducción de Héctor Manrique. También fueron gratas las versiones que Dairo Piñeres y Humberto Ortiz hicieron de Días felices de Beckett.
Imposible negar la importancia del multisápido espectáculo El eco de los ciruelos, creación de Miguel Issa con textos de Bertold Brecht y producción de la Compañía Nacional de Teatro. Experimento de teatro, música y danza, con original concepción y feliz realización de su puesta en escena.
Sin aspavientos y pasando más trabajos que un ratón en ferretería, el grupo Teatro del Laberinto escribió, produjo y escenificó, en varias salas, su montaje Bolívar vs. San Martín.La revancha, centrado en el encuentro histórico de esos héroes americanos y las consecuencias de tal hecho. Todo un derroche de habilidad para teatralizar, con humor rampante, a esas figuras y mostrarlas como ciudadanos del siglo XXI en medio de un ring side y peleando cual aprendices de boxeo. Ignacio Márquez y Arnaldo Mendoza demostraron así que el teatro criollo no se ha estancado, a pesar de la debacle de los años noventa.
Y la sorpresa del 2008 fue San Marcos de Venecia, un ritual creado, dirigido y actuado por Julio Cesar Alfonso, con el apoyo de William Cuao, que alude al drama existencial y humano de los discapacitados. Una historia elíptica sobre los dos tonticos de un pueblo, pero su metáfora es una bofetada para una sociedad que rueda sin rumbo. La pureza de la anécdota y la ejemplar solución actoral hicieron el milagro de conmover a un auditorio acostumbrado a temas mundanales.
El Centro de Directores para el Nuevo Teatro no quiere desaparecer y lo demostró con Hollywood Style, de Marcos Purroy, sólido montaje del director Daniel Uribe con un elenco reforzado por Javier Valcárcel y Gustavo Velutini, el cual sirvió para recordar el flagelo del narcotráfico que utiliza como “mulas” a jóvenes desesperados por emigrar. Una reiterada denuncia que debe ser atendida por las autoridades del país.
Otra grata sorpresa dio el monólogo Allende, la muerte de un presidente, de Rodolfo Quebleen, encarnado por Roberto Moll, bajo la dirección de Luis Fernández y producido por Mimí Lazo.
No se puede evaluar del teatro criollo del 2008 sin destacar la presencia de autores y otros artistas nacionales en Estados Unidos. En la sala neoyorquina de Repertorio Español ponderamos la desgarradora versión de Escrito y sellado de Isaac Chocrón, dirigida por René Buch y con el compatriota Fernando Then en la asistencia de dirección. Dejamos para el 2009 la reseña de Carta a una madre, que marca el debut dramatúrgico de Marcelo Rodríguez, en esa sala de Manhattan. En Washington presenciamos el estreno de Tu ternura Molotov, estrujante pieza de Gustavo Ott, con puesta en escena de Hugo Medrano, tragicomedia sobre el desarraigo de los latinos en ese país norteamericano.
Tras ese inmenso hueco que dejaron los ausentes, quienes no brotaron de la nada y requirieron muchos años de sacrificios para llegar hasta su máximo nivel, no ha sido fácil para nadie esta primera década del siglo XXI. Todo se agudizó porque los tiempos revolucionarios generaron cambios en las relaciones entre los creadores independientes y las autoridades de la actividad cultural en general. Tarde o temprano esa ruptura de las dos Venezuelas tenía que darse, pero algunos artistas no lograron superar esas transiciones y sufrieron algunos reveses porque pretendieron patear al aguijón y no salir lastimados, mientras que la mayoría sí acentuaron sus labores creativas y otros buscaron las formulas más expeditas para el financiamiento de sus productos. Hay, pues, al concluir este 2008, espectáculos que se expenden en las taquillas y otro que son gratuitos para sus espectadores. En ambas manifestaciones del teatro, creado dentro de esos dos sistemas, gana el público y el arte como tal. La historia dirá que quedó de esta década, la cual no ha concluido.
MEJOR ESPECTACULO
No menos de 60 espectáculos vimos a lo largo de 2008, pero solamente nos detendremos en resaltar al mejor montaje y la mejor obra de autor venezolano. También reseñamos los otros buenos trabajos que presenciamos y evaluamos en su momento. ¡No hay memoria para lo deficiente!
El mejor, el más completo, el que suscitó esperanzas de próximos cambios renovadores, fue la espectacular creación que Ibrahim Guerra alcanzó con su guión de Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, tal y como fue representado en el sanatorio de Charenton por el marqués de Sade o simplemente Marat-Sade, basado en la pieza de Peter Weiss, en la adaptación y el guión cinematográfico de Peter Brook y, además, en la traducción al español de Alfonso Sastre.
Ambientado durante el 13 de julio de 1808, utilizó las sagas de Marat y la revolución francesa, además de la rocambolesca saga del Marqués de Sade, para hacer teatro dentro del teatro. Inventó una representación sobre el asesinato de “el amigo del pueblo” y la exhibió utilizando a los locos de Charenton, cuando precisamente Sade hacia de la suyas para no desaparecer como intelectual y entretener a la nueva burguesía que había creado Napoleón.
Guerra manipuló el espacio de la Sala Rajatabla para involucrar la acción escénica y el público, colocado de manera bifrontal ante el espectáculo. La planta de movimientos, perfecta en su sincronía, logró crear una sórdida atmósfera orgiástica que golpeaba los sentidos de la audiencia que miraba el impactante “juego de tenis” entre el delirante Marat en su bañera o la monstruosa guillotina entregada a su “labor depurativa”, al tiempo que los directivos del asilo y Sade disfrutaban, coordinaban o censuraban el rumboso ritual de los locos, que en este caso era uno diestro conjunto de actores venezolanos. Marat Sade fue una excelente producción de la Universidad Nacional Experimental de las Artes y únicamente se mostró en 16 funciones. Se espera que en el 2009 vuelva a escena.
MEJOR OBRA CRIOLLA
La pieza venezolana memorable fue Penitentes, de Elio Palencia, llevada a escena por Costa Palamides. Es una obra destinada a suscitar polémica por su tema corrosivo y desgarrador, inspirado en el caso de la muerte de un alto mando eclesiástico, ligada a una clandestina vida homosexual y a circunstancias criminales que motivaron un enfrentamiento entre el gobierno y la iglesia del país. Ahí se revisa crudamente la intolerancia y la indiferencia de la sociedad venezolana.
Teniendo como punto de partida a tres perspectivas de homosexualidad que se entrecruzan por la fuerza de sus pasiones, al autor pone sobre el tapete a sendos personajes (un cura, un estudiante y un buscavidas) cuyos destinos se atarán un sábado por la noche en un discoteca gay de Caracas. A partir de ese momento, la fuerza de la acción dramática se remite a una historia de revelaciones y confesiones de alta tensión que vuelven añicos una cantidad de tabúes y falsas morales.
Si la obra es audaz en sus planteamientos y en su estructura, la puesta en escena también obtiene un equilibrio visual al aplicar el concepto del teatro arena para mostrar a sus personajes en la cama del hotel o en la discoteca o en la cárcel. Están encerrados y espiados por ese crítico de las mil cabezas, todo eso con un acelerado ritmo escénico y llevando el compás de la música de una estruendosa discoteca, porque es ahí donde esos tres hombres sellaron sus destinos, un espacio donde la palabra es desplazada por el ruido de sus infiernitos particulares. En ese espacio escénico y con la entrega desenfadada de su tripleta de actores se materializa una angustiosa y aleccionadora metáfora capaz de conmover a su audiencia y advertirle los riesgos que conlleva vivir en una comunidad donde los prejuicios impiden no sólo la libertad sino la existencia misma.¡Elio Palencia se posesiona como el gran autor de esta década!
LOS MEJORES
Aquí en Caracas destacaron, además de los excelentes Marat-Sade y Penitentes, los montajes del GA-80 logrados con Final de partida de Beckett y Al pie del Támesis de Vargas Llosa, bajo la conducción de Héctor Manrique. También fueron gratas las versiones que Dairo Piñeres y Humberto Ortiz hicieron de Días felices de Beckett.
Imposible negar la importancia del multisápido espectáculo El eco de los ciruelos, creación de Miguel Issa con textos de Bertold Brecht y producción de la Compañía Nacional de Teatro. Experimento de teatro, música y danza, con original concepción y feliz realización de su puesta en escena.
Sin aspavientos y pasando más trabajos que un ratón en ferretería, el grupo Teatro del Laberinto escribió, produjo y escenificó, en varias salas, su montaje Bolívar vs. San Martín.La revancha, centrado en el encuentro histórico de esos héroes americanos y las consecuencias de tal hecho. Todo un derroche de habilidad para teatralizar, con humor rampante, a esas figuras y mostrarlas como ciudadanos del siglo XXI en medio de un ring side y peleando cual aprendices de boxeo. Ignacio Márquez y Arnaldo Mendoza demostraron así que el teatro criollo no se ha estancado, a pesar de la debacle de los años noventa.
Y la sorpresa del 2008 fue San Marcos de Venecia, un ritual creado, dirigido y actuado por Julio Cesar Alfonso, con el apoyo de William Cuao, que alude al drama existencial y humano de los discapacitados. Una historia elíptica sobre los dos tonticos de un pueblo, pero su metáfora es una bofetada para una sociedad que rueda sin rumbo. La pureza de la anécdota y la ejemplar solución actoral hicieron el milagro de conmover a un auditorio acostumbrado a temas mundanales.
El Centro de Directores para el Nuevo Teatro no quiere desaparecer y lo demostró con Hollywood Style, de Marcos Purroy, sólido montaje del director Daniel Uribe con un elenco reforzado por Javier Valcárcel y Gustavo Velutini, el cual sirvió para recordar el flagelo del narcotráfico que utiliza como “mulas” a jóvenes desesperados por emigrar. Una reiterada denuncia que debe ser atendida por las autoridades del país.
Otra grata sorpresa dio el monólogo Allende, la muerte de un presidente, de Rodolfo Quebleen, encarnado por Roberto Moll, bajo la dirección de Luis Fernández y producido por Mimí Lazo.
No se puede evaluar del teatro criollo del 2008 sin destacar la presencia de autores y otros artistas nacionales en Estados Unidos. En la sala neoyorquina de Repertorio Español ponderamos la desgarradora versión de Escrito y sellado de Isaac Chocrón, dirigida por René Buch y con el compatriota Fernando Then en la asistencia de dirección. Dejamos para el 2009 la reseña de Carta a una madre, que marca el debut dramatúrgico de Marcelo Rodríguez, en esa sala de Manhattan. En Washington presenciamos el estreno de Tu ternura Molotov, estrujante pieza de Gustavo Ott, con puesta en escena de Hugo Medrano, tragicomedia sobre el desarraigo de los latinos en ese país norteamericano.