Un clásico del buen teatro |
Gracias al “Teatro en
Resistencia”, proyecto de difusión cultural para ayudar a solventar los efectos
colaterales de la crisis social y política de Venezuela, el cual es adelantado
por el Grupo Actoral 80 (que lideriza Héctor Manrique), se están exhibiendo
gratuitamente, una vez al mes, algunos de los espectáculos que se presentan en
la salas comerciales de Caracas, gracias a la complicidad de sus gerentes,
buscando así propiciar la reflexión y drenar la tensión nerviosa de los
espectadores, sin distinción de tendencias políticas e ideológicas.
CRUDA REALIDAD SOCIAL
Ahora le tocó
el turno al Teatro Municipal de Chacao -antes se hizo en el Teatro Trasnocho-
donde se ha exhibido, nada más y nada menos, que Fresa y chocolate, obra antihomofóbica del cubano Senel Paz (1950).
Bien dirigida por Manrique y actuada gracias a Daniel Rodríguez, Juan Vicente
Pérez y Wadih Hadaya, y con la pulcra producción de Carolina Rincón, ahí se
plasmó de nuevo la cruda realidad social de la Cuba revolucionaria, durante
varias décadas del siglo XX. Plasma la relación de amistad que brota y se
establece entre Diego (Juan Vicente Pérez), artista gay que cree en la libertad
y trata de ejercerla, y David (Daniel Rodríguez), estudiante universitario
cargado de prejuicios en contra de la homosexualidad, quien además sigue las
orientaciones del régimen castrista. La personalidad racional y desenfadada y
tierna de Diego penetra y conquista finalmente la mentalidad del revolucionario
David, quien reevalúa sus concepciones no solo de la homosexualidad, sino
también sobre lo que significa ser un auténtico revolucionario, a pesar de su
homofóbico compañero Miguel (Wadih Hadaya), quien planea utilizarlo para espiar
a Diego, persona a quien el régimen considera “aberrante y peligrosa”. El
desenlace es el nacimiento de una fuerte amistad entre Diego y David,
quienes se separan porque el artista gay sale de la isla en pos de otras metas.
No tiene Fresa y chocolate un final
edulcorado ni nada que se le parezca, solo una propuesta para que el público
analice y tome una posición, porque si entre los antiguos romanos, griegos,
chinos y egipcios la homosexualidad era solo una manifestación más de la
sexualidad del ser humano, sin calificativos ni otra relevancia, las
religiones judeocristianas y la era moderna hicieron cambiar tal situación,
hasta castigar, censurar y prohibir tal expresión por intermedio de la
homofobia, que puede incluso llevar a la cárcel o a la muerte. En Cuba, el odio
ha disminuido porque incluso Fidel Castro admitió que su régimen se excedió y
hasta una sobrina suya, Vilma Castro Espín, ahora es líder y defensora de los
derechos de los Lgtbi.
El montaje
venezolano que deja sin aliento al público por la veracidad de su
representación, exalta el talento que como sobrio puestista y director de
actores tiene Manrique y las notables condiciones que han
desarrollado Rodríguez, Pérez y Hadaya. ¡Verlo es decir no a la homofobia!
Hay que
recordar al público que, aunque la homofobia está prohibida en Venezuela, según
la Carta Magna de 1999, esa enfermedad psicosocial está tan enraizada en la
sociedad venezolana, que pasarán muchas generaciones hasta que el respeto hacia
los demás sea norma de vida y para la educación, y en especial las artes, que
son las más eficaces herramientas.
Y es por todo
eso que Manrique y el GA 80 han escenificado Fresa y chocolate y la han convertido en su pieza de repertorio.
Ellos creen y manifiestan que “la razón fundamental para montar esta obra
es que en la sumatoria de todas las voluntades estará la solución de nuestros
problemas como sociedad. En Fresa y
chocolate se ejemplifica cómo la marginación en cualquiera de sus
estadios solo lleva a la fractura íntima y pública del hombre y esas fracturas
y desarraigos llevan al empobrecimiento de las personas”. Y reiteran
que “el amor es una fuerza modificadora; creemos que si hay algo que le está
haciendo falta a nuestra sociedad es el respeto a la vida, a las ideas de los
demás, porque nos enriquecen”.
CRIMEN DE ODIO
Mientras el
cine venezolano denuncia y fustiga a la homofobia con sus peliculas y las lleva
a los festivales internacionales, donde además gana premios de prestigio,
nuestro teatro también lo hace o lo prosigue haciendo porque así lo comenzó
Isaac Chocrón, en 1971, con esa pieza icónica que es La revolución, puesta en escena por Román Chalbaud y con Rafael
Briceño y José Ignacio Cabrujas en su reparto. No es gratuito, pues, que en
este siglo los films criollos Azul
y no tan rosa, de Miguel Ferrari (2012); Pelo malo, de Mariana Rondón (2013); Desde allá, de Lorenzo Vigas (2015); y Tamara, de Elia Schneider (2017), sean un cuarteto de oro cultural
y mediático contra una de las más feroces discriminaciones: la homofobia. El
Grupo Actoral 80 (GA80) ingresó oportunamente a la liza anti homofóbica con su
excelente Fresa y chocolate desde la
temporada 2014. A buena hora, el teatro y el cine criollos tercian y acentúan
su presencia en la lucha que se libra en el mundo contra ese
crimen de odio que es la homofobia. Y por eso que todos los hacedores de las
artes escénicas están en combate, con su Teatro en Resistencia.