El secuestro extorsivo de un joven actor paralizó durante una semana al excelente espectáculo teatral Incidente en Vichy, creado por Dairo Piñeres sobre el texto de Arthur Miller. La temporada fue reiniciada en la Sala Experimental del Celarg, tras ser liberado el aguerrido y meritorio comediante Javier de Vita, quien, precisamente, tiene un personaje clave en esa pieza, escrita para denunciar la singular persecución y los secuestros contra los judíos, en medio de la guerra de exterminio que libraban Adolfo Hitler y sus secuaces contra la URSS y el resto de la humanidad. ¡Desde 1945, la humanidad sensata trabaja, a veces infructuosamente, en varios frentes para que nunca más ocurra algo similar!
Aquí en Caracas conocimos personalmente al intelectual Arthur Miller (Nueva York, 1915/2005), cuando ya era el más importante de los dramaturgos estadounidenses, no solo por sus puntuales textos —La muerte de un viajante, exhibida en Broadway, hacia 1949, pronosticó el fin del american dream y la ruina de las políticas neoliberales— si no también por sus aportes teóricos, como explican los exégetas de su vasto legado, que le permitieron clarificar conceptos básicos del arte escénico, entendiéndolo como instrumento útil para disminuir el grado de angustia de nuestras mentes. Predicó que el arte, la literatura y la creatividad no han de ser solo vivencias, pues pueden y debe ser herramientas de concienciación. Nunca creyó en el arte puro para el disfrute de unos pocos. Era hombre del pueblo y entendió al teatro como “arte popular”. Creía que el escenario era arma poderosa y el dramaturgo debía utilizarla sin complejos para cambiar la sociedad. Murió creyendo que la estética y la propaganda no son compatibles, pero que una militancia razonable sí puede ayudar en la defensa de una causa justa, por lo que el poeta, al contrario que el sacerdote, habrá de ir a la búsqueda de la verdad, y nunca creerse en posesión de la misma.
Incidente en Vichy, estrenada hacia 1964, es una instructiva creación sobre hechos históricos que no deben repetirse jamás, pues ahí se reconstruye aquel siniestro pasaje de la ocupación nazi en Francia, cuando pusieron en marcha múltiples secuestros para la detención y posterior ejecución, en campos de concentración, de no menos de 70 mil hombres, mujeres y niños de origen judío, pero después también lo hicieron con los que no eran alemanes puros o arios. Fue una canallada perpetuada, entre 1940 y 1944, por detectives franceses y germanos, quienes se entregaron a la tarea de medir las narices y averiguar si los varones estaban circuncidados, tras detenerlos y hacer las severas pesquisas para someterlos a un proceso militar y deportarlos en trenes de carga.
Esta depurada y artística producción, con la cual el grupo Séptimo Piso (llevan 14 años de labores verdaderamente creativas), abrió su temporada de estrenos para 2009, bajo el patrocinio de PDVSA y del Centro de Arte La Estancia, permite ponderar, como nunca, los conflictos de los seres humanos ante las discriminaciones y las exclusiones por el color de la piel y las razas, además de las religiones. Su argumento se desarrolla entre los múltiples rumores que los hombres detenidos en una vieja estación de trenes comentan a lo largo de su espera. Ellos descubren que lo que parecía ser una simple revisión de documentos, es la ratificación de uno de los más grandes crímenes raciales cometidos en la historia de Europa a espaldas de la humanidad: el genocidio a escala de más de seis millones de judíos por parte de la Alemania Nazi.
Hay que subrayar el especial trabajo del director Piñeres para darle a su montaje realista el ritmo y la intriga cónsonos con los puntos críticos del texto, superando con su férreo control de los actores aquellos problemas normales que se presentan al utilizar intérpretes jóvenes en caracterizaciones de personajes adultos.
En ese histórico montaje venezolano —por las circunstancias en que ha sido creado, además de la calidad artística presente y el inesperado incidente del secuestro— participan, además del ex raptado Javier de Vita, Carlos Díaz, Jesús Miguel Das Merces, Alexander Rivera, Federico Moleiro, Najun Guillen, Neiron Medina, José Manuel García, José Manuel Peña, Gleinson Medina, Juan Pablo García, Julio Riobo, Sokrates Papadopoulos, Yorvis De Los Santos y Pablo Andrade. ¡Elenco de lujo por la condición humana y la condición artística que ahí se han reunido!
Aquí en Caracas conocimos personalmente al intelectual Arthur Miller (Nueva York, 1915/2005), cuando ya era el más importante de los dramaturgos estadounidenses, no solo por sus puntuales textos —La muerte de un viajante, exhibida en Broadway, hacia 1949, pronosticó el fin del american dream y la ruina de las políticas neoliberales— si no también por sus aportes teóricos, como explican los exégetas de su vasto legado, que le permitieron clarificar conceptos básicos del arte escénico, entendiéndolo como instrumento útil para disminuir el grado de angustia de nuestras mentes. Predicó que el arte, la literatura y la creatividad no han de ser solo vivencias, pues pueden y debe ser herramientas de concienciación. Nunca creyó en el arte puro para el disfrute de unos pocos. Era hombre del pueblo y entendió al teatro como “arte popular”. Creía que el escenario era arma poderosa y el dramaturgo debía utilizarla sin complejos para cambiar la sociedad. Murió creyendo que la estética y la propaganda no son compatibles, pero que una militancia razonable sí puede ayudar en la defensa de una causa justa, por lo que el poeta, al contrario que el sacerdote, habrá de ir a la búsqueda de la verdad, y nunca creerse en posesión de la misma.
Incidente en Vichy, estrenada hacia 1964, es una instructiva creación sobre hechos históricos que no deben repetirse jamás, pues ahí se reconstruye aquel siniestro pasaje de la ocupación nazi en Francia, cuando pusieron en marcha múltiples secuestros para la detención y posterior ejecución, en campos de concentración, de no menos de 70 mil hombres, mujeres y niños de origen judío, pero después también lo hicieron con los que no eran alemanes puros o arios. Fue una canallada perpetuada, entre 1940 y 1944, por detectives franceses y germanos, quienes se entregaron a la tarea de medir las narices y averiguar si los varones estaban circuncidados, tras detenerlos y hacer las severas pesquisas para someterlos a un proceso militar y deportarlos en trenes de carga.
Esta depurada y artística producción, con la cual el grupo Séptimo Piso (llevan 14 años de labores verdaderamente creativas), abrió su temporada de estrenos para 2009, bajo el patrocinio de PDVSA y del Centro de Arte La Estancia, permite ponderar, como nunca, los conflictos de los seres humanos ante las discriminaciones y las exclusiones por el color de la piel y las razas, además de las religiones. Su argumento se desarrolla entre los múltiples rumores que los hombres detenidos en una vieja estación de trenes comentan a lo largo de su espera. Ellos descubren que lo que parecía ser una simple revisión de documentos, es la ratificación de uno de los más grandes crímenes raciales cometidos en la historia de Europa a espaldas de la humanidad: el genocidio a escala de más de seis millones de judíos por parte de la Alemania Nazi.
Hay que subrayar el especial trabajo del director Piñeres para darle a su montaje realista el ritmo y la intriga cónsonos con los puntos críticos del texto, superando con su férreo control de los actores aquellos problemas normales que se presentan al utilizar intérpretes jóvenes en caracterizaciones de personajes adultos.
En ese histórico montaje venezolano —por las circunstancias en que ha sido creado, además de la calidad artística presente y el inesperado incidente del secuestro— participan, además del ex raptado Javier de Vita, Carlos Díaz, Jesús Miguel Das Merces, Alexander Rivera, Federico Moleiro, Najun Guillen, Neiron Medina, José Manuel García, José Manuel Peña, Gleinson Medina, Juan Pablo García, Julio Riobo, Sokrates Papadopoulos, Yorvis De Los Santos y Pablo Andrade. ¡Elenco de lujo por la condición humana y la condición artística que ahí se han reunido!