Quienes aún no hayan
visto a Melissa Wolf actuando, uno de los roles que bien hace esta bella
artista, ganadora del XV Premio Marco Antonio Ettedgui, deben hacer sus agendas
teatrales e incluir ahí al espectáculo El
matrimonio de Bette y Boo, el cual es una controversial farsa sobre las vicisitudes
existenciales de un matrimonio heterosexual, según la visión del dramaturgo Christopher
Durang (New Jersey, USA,01.02.1949) y la correcta versión escénica del director
Héctor Manrique, quien también actúa, la
cual hace temporada en el Centro Cultural BOD Corp Banca de La Castellana.
Estrenada en el New York Shakespeare Festival
(05.16.1985), es una farsa sobre la tradicional institución matrimonial, la
cual, en medio de risas y sorpresas que no lo son tanto, le plasman al
espectador lo que puede ser la vida familiar en un entorno disfuncional, pero
que a pesar de tantas vicisitudes, como el divorcio, permanece unida y solo
concluye con la muerte de algunos de sus miembros:a ella el cáncer se la come y èl se ahoga en el alcohol.
No hay que estar casado, ante la ley o los
ritos eclesiásticos, para saber que las relaciones matrimoniales no son nada
fácil ni descansan únicamente en las bondades sexuales o en los gustos o disgustos
con las rutinas en la cocina o frente a
la televisión. Son más complejas y muy difícilmente logran aislarse del
contexto donde more o se desenvuelva la pareja…y si son homosexuales sus
miembros, porque de todo hay en la Viña del Señor, las complejidades serán superlativas,
salvo que vivan o se desempeñen en sociedades más abiertas y respetuosas de los
derechos civiles de sus integrantes.
El autor, aventajado alumno molieresco,
maneja el humor y la ironía para abordar
las situaciones de Bette y Boo, en medio de una sociedad capitalista y exigente,
ayudando así a digerir los profundos y desgarradores que pueden ser los errores
cometidos en el transcurso de la vida matrimonial y familiar. Pero Durang no da
recetas sino que muestra la fatalidad de una situación.
El mecanismo dramático, no tan novedoso de El matrimonio de Bette y Boo, está centrado en el alcoholismo de Boo
Hudlocke (Jesús Cova) y la lenta desintegración de la paz familiar que eso
origina, agravado además porque la pareja solo logra criar a un hijo por la muerte sucesiva durante el parto de los
posteriores muchachitos. Aparece el divorcio y antes de la muerte de Bette (Melissa
Wolf) hay recuento de lo bueno y lo malo
que vivieron, para que ambos reconozcan sus fallas o desaciertos existenciales.
No es fácil “la digestión” de este
espectáculo pesar de las profesionales performances de todo su elenco, por la crudeza de la pieza, la cual muestra a unos seres humanos
desvalidos y condenados a la desgracia porque el sistema social no da mayores
alternativas, salvo que el alcoholismo sea controlado y se aplique terapia psicológica para que la
pareja recupere el tiempo perdido. Pieza cruel y brutal. Son millones los
hogares destruidos por situaciones similares a las que plasma el autor Durang.
Esta pieza fue estrenada en Caracas durante
la temporada de 1995 por el Grupo Actoral 80
con la dirección y la producción de Héctor Manrique y Carolina Rincón.
Recibió los Premios Municipales a la
Mejor Producción y al Mejor Actor de Reparto, de la temporada 1995.1996, para
Alejo Felipe por su personaje de Karl Hudloche (padre de Boo).
En este nuevo montaje
del Grupo Actoral 80, Bette Brennan es interpretada por Melissa Wolf, Margaret
Brennan por Samantha Castillo, Paul Brennan por Juan Vicente Pérez, Emily
Brennan por Martha Estrada (al igual que en el primer montaje), Joan Brennan
por Iris Dubs (también del montaje original), Boo Hudlocke por Jesús Cova, Karl
Hudlocke por Héctor Manrique, Switche Hudlocke por Omaira Abinadé (del montaje
de 1995), el padre Donnally y el doctor por Jorge Canelón (también del primer
elenco) y Matt por Wadih Hadaya. Es una muestra de la versatilidad actoral, de
calidad, presente en el GA80.
La música original es de
Jackie Screiberg y el solo de cello de William Molina. La asistencia de
dirección es de Ana Alicia Pérez, la escenografía y el vestuario de Marcelo
Pont-Vegés, la iluminación de José Jiménez y la producción de Carolina Rincón.