El secuestrado y su victimario |
Ya van cinco años del
mutis de Rodolfo Santana Salas (Caracas, 25.10.1944/Guarenas, 21.10.2012) y su
teatro sigue vivo porque hay teatreros que lo representan e instituciones que
lo exhiben buscando así la deseada catarsis del público. Es el caso de las
agrupaciones Teatro Katia con K y la Compañía Regional de Teatro Portuguesa,
las cuales escenificaron sendas piezas fundamentales de su dramaturgia: La farra (1969) y El animador (1972),
en el caraqueño teatro Nacional.
La presentación de ambas obras se hizo a
instancias de Fundarte para evocar al ausente y permitir así que la comunidad reflexionara
sobre el legado de Santana Salas, uno de los máximos referentes de la
dramaturgia nacional, autor de no menos de 100 obras de teatro y una docena de
guiones para cine, entre ellos El caracazo (1989)
de Román Chalbaud. Ojala que esto se
repita en años posteriores o se materialice en un majestuoso festival permanente
de autores venezolanos comprometidos con la realidad de su nación, precisamente
con sus mejores textos, como lo pedía César Rengifo,
precursor de una auténtica dramaturgia
social.
Rodolfo Santana Salas,
así como otros personajes de la literatura universal, está marcado por sus
primeras relaciones con el mundo, en este caso la presión familiar posterior y
el momento social y político fueron factores decisivos en la configuración de
su mundo interior. Venezuela siempre ha producido su gente necesaria.
PODER, CRIMEN Y TELEVISION
Sobre La farra debemos advertir
que ahí se plantea la relación entre el poder y el crimen a través de tres
personajes que representan la Iglesia, el Poder Político y el Poder Militar,
nada menos. Mientras que El animador –el espectáculo que aquí
analizamos- es una profunda y estrujante crítica a la televisión
(tema que por mucho tiempo fue de gran interés para Santana) a través de dos
personajes: Marcelo, dueño de un canal; y Carlos, todo un adicto a la
televisión, un hombre enamorado de ese medio a quien no le importa hacer lo que
sea para lograr sus propósitos.
Carlos, quien secuestra a Marcelo Ginero, presidente de una planta televisora
muy importante, ha planificado y así logra materializar una especie de juego o
juicio teatral con final fatal, donde culpa al responsable directo de la
programación que ha afectado su vida íntima y personal. Lo somete a una paradójica
tortura al convertirlo en comediante improvisado de algunos de sus recuerdos y
lo lleva fríamente hasta el precipicio de esa locura compartida.
De esta trama tan especifica como es El animador, Santana Salas se vale para denunciar el daño que han ocasionado algunas de las producciones
de televisión local venezolana por intermedio de seriales, telenovelas,
comerciales, concursos, etcétera, en la sociedad criolla durante no menos 50 años.
El protagonista culpa al presidente del canal, por creer que éste es el
responsable de todos los sinsabores vividos, desde la desde su niñez hasta la
última relación amorosa.
El director
Carlos Arroyo y la Compañía Regional de Portuguesa llevan dos años produciendo
y exhibiendo El animador, en Guanare
y otras ciudades venezolanas, gracias al excelente trabajo profesional de los
actores Aníbal Grunn y Wilfredo Peraza, además del pulcro soporte de los
técnicos Carlos Moreno y Kelynson Berrios. Una forma sobria, sin
amaneramientos, de cómo hacer un teatro para los venezolanos de estos tiempos,
de cómo mostrar un cuento bien echado.
Poder ver y evaluar El Animador nos remite por
su originalidad de inmediato a su creador Santana Salas, quien precisamente decía que en Venezuela sería muy bueno que
los creadores se dieran un paseo por las veredas del compromiso y conocieron
más al pueblo para quien escriben. “Ellos, los dramaturgos, especialmente, elevarían
en mucho los niveles creativos. Y más en esta etapa, donde una historia feroz
nos arrebata el derecho a soñar. Nuestros conductores políticos han aniquilado las
posibilidades de un mundo mejor. Del sueño posible. Los pueblos diseñan sus
sueños, el hábitat ideal donde sus ilusiones fructificarán. Pienso que nuestros
sueños colectivos han sido cercenados. Se nos han constreñido territorios en
nuestras aspiraciones de bienestar y participación y hoy la pesadilla ronda el
oxígeno común”, como lo afirma en nuestro libro Como es Rodolfo Santana (1995).
Santana Salas podía lucir impertinente cuando repetía, para aclarar algunos
aspectos de sus obras, “que el béisbol y la corrupción son símbolos de la vida
venezolana, porque la temporada de béisbol y la corrupción política nos son tan
propias como el acudir a Sorte o a un brujo para aliviar males físicos y
espirituales”. Definitivamente, la delincuencia actual logra unos tenores de
malevolencia que nada tienen que ver con el malandro de los setenta que, a lo
más, repartía cachazos a las víctimas que se resistían. Hoy se mata por matar.
Las noches son mortíferas y la gente no sale; y si lo hace se pasa el tiempo
moviendo la cabeza como un tiovivo, esperando un eventual incidente. Los
tiempos han cambiado y por lo regular los premilenarios y los milenarios ofrecen
estos cambios desorbitados.
MONTAJE PORTUGUESEÑO
La versión escénica de Arroyo con
El animador deja a la pieza como una
ecuación de primer grado, nada de artificios, nada de trampas coloquiales para
que el espectador se evada. Carlos y Marcelo se presentan y luchan: uno con
mucha inteligencia y sagacidad y el otro con simpleza y deseo de retaliación. El
más fuerte pierde y queda la duda: el burgués cede y gana el pueblo
reivindicativo. ¿Es lo correcto? o ¿quizás merecía otra oportunidad? o ¿hay que
buscar una segunda oportunidad?
Es una polémica que únicamente el público en un foro podría dilucidar o
profundizar, pero hay que recordar que Santana siempre nos recordaba, que, por
ejemplo, la noción de compromiso ha variado y seguirá cambiando. “Es de mal
tono mencionarlo. A quien se compromete se le mira con sospecha o lástima. Se
habla con soltura sobre el talento y la fuerza creadora, a secas, obviando para
mí lo esencial: el compromiso al lado de la humanidad ante los que la vejan y
engañan”.
En síntesis, hay que seguir exhibiendo a Santana Salas y a otros autores venezolanos, porque son los
poetas teatrales los que forman conciencia y dan una honesta pauta a los pueblos, como lo hicieron la pléyade de los
maestros griegos, o como Shakespeare o Moliere lo manifestaron y cambiaron a
sus comunidades.
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