Le gusta Superman, ama a Tin Tín, venera a Juana Inés de la Cruz, respeta a Juana de Arco y disfruta a Catwoman. No hay, pues, dos como ella en Venezuela. Desde los 17 lucha incesantemente para ser útil y diferente a todas las demás y al parecer lo ha logrado. Aprendió el abecé teatral en los talleres que dictó el artista argentino Carlos Giménez con su Rajatabla en la década de los ochenta y desde entonces no se ha bajado de los escenarios, no ha salido de los plató ni de los set televisivos. Ya es una consumada y afamada actriz internacional, pero, lo más importante, es que trata de ser un ser humano sumamente comprometido en las luchas contra las marginaciones ideológicas, económicas y sociales, pero, especialmente, ha combatido contra la discriminación sexual que cunde en el mundo entero contra las nacieron como ella. Y su guerrita ideológica y liberadora la hace desde y con sus personajes artísticos y no con desplantes histéricos que no ganan ni adeptos ni adeptas.
Así es Ruddy Rodríguez, bella caraqueña que a sus 42 años pretende morir en un escenario y bien viejita, morirse muy mayor. Esta mujer, que es tan sincera, que a veces comete "honesticidio", está de paso por Venezuela, tras de haberse instalado en Bogotá, desde hace varios años, donde trabaja todo el tiempo y además ama y es amada por el rejoneador colombiano Juan Rafael Restrepo. Y como siempre tiene que estar haciendo algo creativo y de interés, escogió el centro cultural de Corpbanca para mostrar, una vez más, la reposición de su unipersonal Una mujer con suerte, escrito por su hermano Romano Rodríguez y estrenado a mediados de los años 90, en la sala de conciertos del Ateneo de Caracas.
Ese espectáculo era una singular y hasta novedosa exaltación para la viuda Joanel, quien usa el semen congelado de su esposo, fallecido en un accidente aéreo, para preñarse y concebir al hijo que tanto desearon. La esencia, el tema y la argumentación de la pieza de Romano Rodríguez fueron impactantes y mucho más cuando se mostraban ante una audiencia venezolana, donde la mojigatería, para no hablar de otras cosas, era ostensible.
Pero el tiempo es despiadado con todo lo que hacen los seres humanos. Han pasado varios años y la fecundación asistida, tal como la practica la teatral y desesperada Joanel, ya no es noticia ni tiene novedad alguna, es muy común y se utiliza para resolver tortuosos tramites de enamoramiento y matrimonio, entre otras cosas, especialmente por aquellas que anhelan un descendiente, seleccionando incluso, como autor de esos espermatozoides, al mejor padrote, según lo pronosticó el controversial escritor italiano Giovanni Papini (Florencia,9 de enero de 1881/8 de julio de 1956) en su libro Gog (1931). También lo practican algunos matrimonios o parejas donde la infertilidad del marido tiene que ser suplida. Podría decirse, sin embargo, que Una mujer con suerte fue un buen teatro criollo, precursor para los nuevos tiempos. ¡Y eso es válido! En síntesis, el supuestamente escandaloso monólogo de los hermanos Rodríguez, ha envejecido notablemente .Ya nadie se sorprende por la decisión de la fiel viuda, pero lo que si deja inmensamente feliz al público es la terapéutica performance actoral de Ruddy, quien canta, baila, actúa y conmueve con su personaje. Se apodera de los espectadores, cual si fuese un conjunto de párvulos escolares, con su interactuaciòn y los hace inmensamente felices. Ella sí tiene suerte, porque la audiencia se lo agradece, aunque lo del semen congelado ya no preocupa tanto.
Así es Ruddy Rodríguez, bella caraqueña que a sus 42 años pretende morir en un escenario y bien viejita, morirse muy mayor. Esta mujer, que es tan sincera, que a veces comete "honesticidio", está de paso por Venezuela, tras de haberse instalado en Bogotá, desde hace varios años, donde trabaja todo el tiempo y además ama y es amada por el rejoneador colombiano Juan Rafael Restrepo. Y como siempre tiene que estar haciendo algo creativo y de interés, escogió el centro cultural de Corpbanca para mostrar, una vez más, la reposición de su unipersonal Una mujer con suerte, escrito por su hermano Romano Rodríguez y estrenado a mediados de los años 90, en la sala de conciertos del Ateneo de Caracas.
Ese espectáculo era una singular y hasta novedosa exaltación para la viuda Joanel, quien usa el semen congelado de su esposo, fallecido en un accidente aéreo, para preñarse y concebir al hijo que tanto desearon. La esencia, el tema y la argumentación de la pieza de Romano Rodríguez fueron impactantes y mucho más cuando se mostraban ante una audiencia venezolana, donde la mojigatería, para no hablar de otras cosas, era ostensible.
Pero el tiempo es despiadado con todo lo que hacen los seres humanos. Han pasado varios años y la fecundación asistida, tal como la practica la teatral y desesperada Joanel, ya no es noticia ni tiene novedad alguna, es muy común y se utiliza para resolver tortuosos tramites de enamoramiento y matrimonio, entre otras cosas, especialmente por aquellas que anhelan un descendiente, seleccionando incluso, como autor de esos espermatozoides, al mejor padrote, según lo pronosticó el controversial escritor italiano Giovanni Papini (Florencia,9 de enero de 1881/8 de julio de 1956) en su libro Gog (1931). También lo practican algunos matrimonios o parejas donde la infertilidad del marido tiene que ser suplida. Podría decirse, sin embargo, que Una mujer con suerte fue un buen teatro criollo, precursor para los nuevos tiempos. ¡Y eso es válido! En síntesis, el supuestamente escandaloso monólogo de los hermanos Rodríguez, ha envejecido notablemente .Ya nadie se sorprende por la decisión de la fiel viuda, pero lo que si deja inmensamente feliz al público es la terapéutica performance actoral de Ruddy, quien canta, baila, actúa y conmueve con su personaje. Se apodera de los espectadores, cual si fuese un conjunto de párvulos escolares, con su interactuaciòn y los hace inmensamente felices. Ella sí tiene suerte, porque la audiencia se lo agradece, aunque lo del semen congelado ya no preocupa tanto.
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