Venezuela dio su granito de arena para que se transformara en escritor mundial y conquistara el Nobel de Literatura 2010. Contribuyó con el I Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (1967), otorgado a La casa verde, al lanzamiento de Mario Vargas Llosa al menos en el ámbito iberoamericano. Después, su innegable capacidad narrativa, además de su vertical conducta como demócrata y su abierto rechazo al autoritarismo y el totalitarismo, lo transformaron en lo que es hoy: un peruano que ha utilizado sus piezas literarias como arietes contra los excesos del Poder, como lo demuestra, hasta la saciedad, con El sueño del celta, su más reciente novela.
Pero Venezuela también ha seguido presente en el éxito intelectual de Vargas Llosa y es por eso que desde la temporada 2003 del grupo Repertorio Español, en Nueva York, un puñado de actores y técnicos venezolanos, integrado a un valioso conjunto de latinoamericanos, mantienen en cartelera la versión escénica de su novela La fiesta del chivo, resuelta con guión del director Jorge Alí Triana y Verónica Triana, y tiene en los roles protagónicos a Ricardo Barber, Marcelo Rodríguez, Mario Matei, Fernando Then, Rene Sánchez y Pedro de Llano, entre otros.
El melodrama La fiesta del chivo, con unos 150 minutos de duración, no es más que la impactante representación de una gran saga sobre las intensas y sangrientas luchas que dieron los indomables y valientes dominicanos contra la dictadura del general Rafael Leonidas Trujillo y en especial el crudo drama de una niña ofrendada por su propio progenitor, para que fuese manoseada por el entonces Presidente de la República Dominicana; desalmado septuagenario que se valía de sus dedos para ciertas exploraciones íntimas, y a quien sus súbditos le pusieron de apodo “El chivo”; él precisamente murió en un atentado organizado por sus rivales, como se muestra en el espectáculo.
El montaje
En el 2001, el colombiano Jorge Alí Triana le propuso a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) que le diera los derechos para llevar La fiesta del chivo a las tablas. “Me dijo que le parecía imposible por la cantidad de personajes y conflictos que tenía la obra”, recuerda el director. La primera versión de la adaptación, realizada con su hija Verónica, era de 250 páginas, unas cinco horas en teatro. Hoy es de 100 páginas y cuenta con 14 actores que interpretan a 48 personajes.
Y no es por falta de presupuesto ni por ausencia de otros buenos actores que Triana le pidió a un solo, el veterano Ricardo Barber, que interpretara a los dos personajes: el temido dictador Rafael Leonidas Trujillo y su pusilánime consejero, Agustín Cabral. Tal decisión tuvo como propósito mostrar las dos caras de la misma moneda. La de Trujillo, que sumió a su país en un régimen del terror, mandó a asesinar a todos los inmigrantes ilegales haitianos que estaban en su país (exceptuando los que trabajaban en los ingenios azucareros) y se acostaba con las esposas de sus aliados, que le eran ofrecidas para honrarlo. Y la de Cabral, presidente del Senado, tan enceguecido por “el generalísimo” que fue capaz de entregarle, durante a una noche, a Urania, su hija de 14 años, y que cayó en desgracia cuando Trujillo fue asesinado.
“Un tipo tan horroroso como Trujillo existe -dijo Triana- si a su lado hay alguien como Agustín Cabral. Esto es algo actual en nuestro país. Estamos tiranizados por muchas cosas, por la derecha, por la izquierda, y hemos perdido libertad de movimiento, de pensamiento, derechos civiles y garantías democráticas que habíamos ganado. El que tiene una ametralladora acá es el que decide lo que se hace en el país'.
A Triana no solo lo estremeció el relato literario y su reflexión sobre la naturaleza humana, sino el poder simbólico de uno de sus personajes principales, Urania Cabral. Ella, que es víctima de Agustín Cabral y de Rafael Trujillo, dice: “A mí, papá y su excelencia me volvieron un desierto”. Para Triana, Urania es una metáfora de América Latina: “Es lo que han hecho, con mayor o menor grado, las clases políticas a Latinoamérica. Con su tiranía la ha convertido en un desierto”.
La pieza, que tiene lugar en una especie de cárcel donde todos los personajes están atrapados, se montó en marzo del 2003 vez en Nueva York. Vargas Llosa asistió a una función y quedó complacido. “El estaba aterrado con nuestra capacidad de síntesis”, contó Triana.
En misiva a Repertorio Español, Vargas Llosa comentó que, “El trabajo del señor Jorge Alí Triana ha conseguido esa difícil transposición y su versión escénica, al mismo tiempo que fiel al espíritu y a los hechos de la novela, es también muy teatral.”
A este espectáculo lo vimos y aplaudimos hasta rabiar en su temporada inaugural y lo hemos repetido varias veces para evaluar los trabajos de los actores y técnicos venezolanos ahí involucrados. Fueron ejemplares esas representaciones, directas y vehementes en sus prédicas por la libertad de los pueblos latinoamericanos, tal como lo ha mantenido desde siempre Vargas Llosa.
Pero no podemos dejar de exaltar, la excelente tarea, doble además, del primer actor Ricardo Barber (nació en Cuba y lleva más 50 años sobre las tablas) quien encarna al criminal y libidinoso tirano y al horrendo progenitor que utiliza a su hija para reconquistar el afecto del sátrapa gobernante, sin sospechar que la naturaleza iba a impedir que la adolescente fuese violada, pero quedó mancillada en su ánima y alterada, para siempre, su historia, como lo describe la novela y la hace más patética este espectáculo teatral, de excelente factura.
Venezolanos en Manhattan
El pan duro del exilio o el autoexilio se devora en silencio y sólo se añora regresar al hogar dejado atrás. Pero eso no es fácil y menos cuando se han tejido sueños, quiméricos a veces. Recordamos esto, que es nuestro lema cotidiano, porque Fernando Then, Marcelo Rodríguez, Pedro de Llano, Gredivel Vásquez, Eduardo Navas, Alfonso Rey, María Fernanda de Rey y Gabriel Flores son actores y técnicos venezolanos que en Nueva York participan en las producciones de Repertorio Español, el cual tiene en programación la comedia dramática O.K. de Isaac Chocrón y La fiesta del chivo, entre otras. Como ocurre con los espectáculos que están en la “bodega”, hay urgentes sustituciones actorales y demás ajustes en los montajes, con lo cual ganan todos. Y eso ha pasado con La fiesta del chivo a siete años de su debut: luce más compacta, los interpretes juegan generosamente con sus roles y por consiguiente el montaje ha ganado en la precisión de su denuncia: el tenebroso ejercicio del poder en una nación latinoamericana. Ahí aplaudimos las precisas performances de los criollos y de todos los ahí involucrados ¡Es teatro comprometido!
Pero Venezuela también ha seguido presente en el éxito intelectual de Vargas Llosa y es por eso que desde la temporada 2003 del grupo Repertorio Español, en Nueva York, un puñado de actores y técnicos venezolanos, integrado a un valioso conjunto de latinoamericanos, mantienen en cartelera la versión escénica de su novela La fiesta del chivo, resuelta con guión del director Jorge Alí Triana y Verónica Triana, y tiene en los roles protagónicos a Ricardo Barber, Marcelo Rodríguez, Mario Matei, Fernando Then, Rene Sánchez y Pedro de Llano, entre otros.
El melodrama La fiesta del chivo, con unos 150 minutos de duración, no es más que la impactante representación de una gran saga sobre las intensas y sangrientas luchas que dieron los indomables y valientes dominicanos contra la dictadura del general Rafael Leonidas Trujillo y en especial el crudo drama de una niña ofrendada por su propio progenitor, para que fuese manoseada por el entonces Presidente de la República Dominicana; desalmado septuagenario que se valía de sus dedos para ciertas exploraciones íntimas, y a quien sus súbditos le pusieron de apodo “El chivo”; él precisamente murió en un atentado organizado por sus rivales, como se muestra en el espectáculo.
El montaje
En el 2001, el colombiano Jorge Alí Triana le propuso a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) que le diera los derechos para llevar La fiesta del chivo a las tablas. “Me dijo que le parecía imposible por la cantidad de personajes y conflictos que tenía la obra”, recuerda el director. La primera versión de la adaptación, realizada con su hija Verónica, era de 250 páginas, unas cinco horas en teatro. Hoy es de 100 páginas y cuenta con 14 actores que interpretan a 48 personajes.
Y no es por falta de presupuesto ni por ausencia de otros buenos actores que Triana le pidió a un solo, el veterano Ricardo Barber, que interpretara a los dos personajes: el temido dictador Rafael Leonidas Trujillo y su pusilánime consejero, Agustín Cabral. Tal decisión tuvo como propósito mostrar las dos caras de la misma moneda. La de Trujillo, que sumió a su país en un régimen del terror, mandó a asesinar a todos los inmigrantes ilegales haitianos que estaban en su país (exceptuando los que trabajaban en los ingenios azucareros) y se acostaba con las esposas de sus aliados, que le eran ofrecidas para honrarlo. Y la de Cabral, presidente del Senado, tan enceguecido por “el generalísimo” que fue capaz de entregarle, durante a una noche, a Urania, su hija de 14 años, y que cayó en desgracia cuando Trujillo fue asesinado.
“Un tipo tan horroroso como Trujillo existe -dijo Triana- si a su lado hay alguien como Agustín Cabral. Esto es algo actual en nuestro país. Estamos tiranizados por muchas cosas, por la derecha, por la izquierda, y hemos perdido libertad de movimiento, de pensamiento, derechos civiles y garantías democráticas que habíamos ganado. El que tiene una ametralladora acá es el que decide lo que se hace en el país'.
A Triana no solo lo estremeció el relato literario y su reflexión sobre la naturaleza humana, sino el poder simbólico de uno de sus personajes principales, Urania Cabral. Ella, que es víctima de Agustín Cabral y de Rafael Trujillo, dice: “A mí, papá y su excelencia me volvieron un desierto”. Para Triana, Urania es una metáfora de América Latina: “Es lo que han hecho, con mayor o menor grado, las clases políticas a Latinoamérica. Con su tiranía la ha convertido en un desierto”.
La pieza, que tiene lugar en una especie de cárcel donde todos los personajes están atrapados, se montó en marzo del 2003 vez en Nueva York. Vargas Llosa asistió a una función y quedó complacido. “El estaba aterrado con nuestra capacidad de síntesis”, contó Triana.
En misiva a Repertorio Español, Vargas Llosa comentó que, “El trabajo del señor Jorge Alí Triana ha conseguido esa difícil transposición y su versión escénica, al mismo tiempo que fiel al espíritu y a los hechos de la novela, es también muy teatral.”
A este espectáculo lo vimos y aplaudimos hasta rabiar en su temporada inaugural y lo hemos repetido varias veces para evaluar los trabajos de los actores y técnicos venezolanos ahí involucrados. Fueron ejemplares esas representaciones, directas y vehementes en sus prédicas por la libertad de los pueblos latinoamericanos, tal como lo ha mantenido desde siempre Vargas Llosa.
Pero no podemos dejar de exaltar, la excelente tarea, doble además, del primer actor Ricardo Barber (nació en Cuba y lleva más 50 años sobre las tablas) quien encarna al criminal y libidinoso tirano y al horrendo progenitor que utiliza a su hija para reconquistar el afecto del sátrapa gobernante, sin sospechar que la naturaleza iba a impedir que la adolescente fuese violada, pero quedó mancillada en su ánima y alterada, para siempre, su historia, como lo describe la novela y la hace más patética este espectáculo teatral, de excelente factura.
Venezolanos en Manhattan
El pan duro del exilio o el autoexilio se devora en silencio y sólo se añora regresar al hogar dejado atrás. Pero eso no es fácil y menos cuando se han tejido sueños, quiméricos a veces. Recordamos esto, que es nuestro lema cotidiano, porque Fernando Then, Marcelo Rodríguez, Pedro de Llano, Gredivel Vásquez, Eduardo Navas, Alfonso Rey, María Fernanda de Rey y Gabriel Flores son actores y técnicos venezolanos que en Nueva York participan en las producciones de Repertorio Español, el cual tiene en programación la comedia dramática O.K. de Isaac Chocrón y La fiesta del chivo, entre otras. Como ocurre con los espectáculos que están en la “bodega”, hay urgentes sustituciones actorales y demás ajustes en los montajes, con lo cual ganan todos. Y eso ha pasado con La fiesta del chivo a siete años de su debut: luce más compacta, los interpretes juegan generosamente con sus roles y por consiguiente el montaje ha ganado en la precisión de su denuncia: el tenebroso ejercicio del poder en una nación latinoamericana. Ahí aplaudimos las precisas performances de los criollos y de todos los ahí involucrados ¡Es teatro comprometido!
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