Albi de Abreu abandonó el montaje de la comedia musical Se te nota, de Carlos Arteaga, que montó Daniel Uribe durante el último trimestre de 2006, y ahora para la segunda temporada ha sido sustituido por Saúl Marín, quien se integró fácilmente al espectáculo que continúa en la Sala Escena 8. Ahí se alude a la homosexualidad masculina, abierta o solapada, la cual ha estado siempre en el teatro y por ende en las sociedades.
Desde Edipo, tal conducta ronda los escenarios para expiar los pecados de su padre Layo y provocar la catarsis entre los espectadores. En la escena venezolana esos personajes no han sido extraños, ya que varios dramaturgos, como Leopoldo Ayala Michelena (1897-1962), crearon unos cuantos amadamados o zoquetes para provocar así la hilaridad entre su público. En los años 60,70 y 80 pulularon las piezas relacionadas abiertamente con “el tercer sexo”. Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Gabriel Núñez escribieron y vieron representadas La revolución, La máxima felicidad, Escrito y sellado, Réquiem para un eclipse, El pez que fuma, Todo bicho de uña, Los ángeles terribles y Bang Bang, entre otras. Sus personajes homoeróticos lanzaban proclamas existenciales o vitalistas.
También, desde los años 70 y hasta bien entrados los 90, se mostró otro teatro para burlarse del peluquero o el criado afeminado en unas tramas cercanas al ridículo. Fue el pingüe negocio del Teatro Chacaíto y de otras salas, ya que el público se agolpaba para ver a Julio Gasette, Jorge Palacios, Germán Freites o Antonio Briceño, encarnando a personajes con tales conductas.
Al avanzar este siglo XXI han vuelto los homosexuales al teatro criollo, como es el caso de Se te nota, donde, con psiquiatra en escena (Sebastián Falco), se plantean los conflictos de la sexualidad masculina, por intermedio de dos gays: Javier (Francisco de León), abiertamente definido, y Alexander (Saúl Marín), con deseos de casarse y tener hijos. La argumentación, agravada por el triangulo que se arma con la presencia de Rosa (Malena González), es elemental y desprovista de sorpresas, hasta que viene la boda, por lo que Javier llora y pide ayuda profesional. Pero se presenta un final color rosa: el matrimonio fracasa porque la señora no comparte a su marido con otro hombre y el abandonado tiene que volver a su “viejo camino”, a buscar otro tipo de amor. Todo eso transcurre en medio de añejas y eternas canciones de Sandro y unas cuantas coreografías para divertir al crítico de las mil cabezas, que ríe y aplaude frenéticamente por la “humanidad” de lo exhibido.
En esta reposición, la dirección saca partido de la “bondadosa” temática y de las plausibles condiciones actorales de Marín y León, pero en especial de Malena. Los tres hacen del espectáculo un grato pasatiempo, aunque lo que ahí se muestra no es precisamente “una perita en dulce”. Como anécdota hay que destacar que la pieza está basada en una situación real, según nos lo comentaron, en la Sala Escena 8.
Desde Edipo, tal conducta ronda los escenarios para expiar los pecados de su padre Layo y provocar la catarsis entre los espectadores. En la escena venezolana esos personajes no han sido extraños, ya que varios dramaturgos, como Leopoldo Ayala Michelena (1897-1962), crearon unos cuantos amadamados o zoquetes para provocar así la hilaridad entre su público. En los años 60,70 y 80 pulularon las piezas relacionadas abiertamente con “el tercer sexo”. Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Gabriel Núñez escribieron y vieron representadas La revolución, La máxima felicidad, Escrito y sellado, Réquiem para un eclipse, El pez que fuma, Todo bicho de uña, Los ángeles terribles y Bang Bang, entre otras. Sus personajes homoeróticos lanzaban proclamas existenciales o vitalistas.
También, desde los años 70 y hasta bien entrados los 90, se mostró otro teatro para burlarse del peluquero o el criado afeminado en unas tramas cercanas al ridículo. Fue el pingüe negocio del Teatro Chacaíto y de otras salas, ya que el público se agolpaba para ver a Julio Gasette, Jorge Palacios, Germán Freites o Antonio Briceño, encarnando a personajes con tales conductas.
Al avanzar este siglo XXI han vuelto los homosexuales al teatro criollo, como es el caso de Se te nota, donde, con psiquiatra en escena (Sebastián Falco), se plantean los conflictos de la sexualidad masculina, por intermedio de dos gays: Javier (Francisco de León), abiertamente definido, y Alexander (Saúl Marín), con deseos de casarse y tener hijos. La argumentación, agravada por el triangulo que se arma con la presencia de Rosa (Malena González), es elemental y desprovista de sorpresas, hasta que viene la boda, por lo que Javier llora y pide ayuda profesional. Pero se presenta un final color rosa: el matrimonio fracasa porque la señora no comparte a su marido con otro hombre y el abandonado tiene que volver a su “viejo camino”, a buscar otro tipo de amor. Todo eso transcurre en medio de añejas y eternas canciones de Sandro y unas cuantas coreografías para divertir al crítico de las mil cabezas, que ríe y aplaude frenéticamente por la “humanidad” de lo exhibido.
En esta reposición, la dirección saca partido de la “bondadosa” temática y de las plausibles condiciones actorales de Marín y León, pero en especial de Malena. Los tres hacen del espectáculo un grato pasatiempo, aunque lo que ahí se muestra no es precisamente “una perita en dulce”. Como anécdota hay que destacar que la pieza está basada en una situación real, según nos lo comentaron, en la Sala Escena 8.
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