Enrique Porte, fue un hombre feliz.
Lo decimos porque así lo enseñó Sófocles por intermedio del corifeo de su Edipo
Rey, ya que no se debe considerar feliz a un ser humano hasta que este haya
traspasado el umbral de la muerte, sin desventura alguna y en estos tiempos
hemos decido evocarlo porque lo conocimos y admiramos.
Nacido en La Victoria, estado Aragua,
el 10 de octubre de 1947, y fallecido en Caraballeda el 22 de agosto de 1990.
Amó intensamente, se casó con Rosa Elena Arcaya y procrearon a su hija,
Federica; además logró fundar y hacer funcionar, durante diez años
consecutivos, una institución para la enseñanza del arte de la actuación, pieza
fundamental del arte escénico en general, y por si todo esto fuera poco también
mostró una larga serie de excelentes espectáculos teatrales y musicales, y
además colaboró en la producción de los mismos. ¡Sí fue un hombre feliz!
Hizo lo que siempre se propuso y
nosotros creemos que por su trabajo como educador y formador apasionado de las
nuevas cohortes, esas a las cuales nosotros bautizamos “la generación del
relevo”, será recordado siempre. Fue, pues, un hombre feliz hasta minutos antes
de su muerte, porque a pesar de que ya su corazón le advertía un deterioro
critico, él insistía en subir hasta Caracas para continuar los ensayos de la
que a la postre seria su meta final: La maldición de la clase
hambrienta del norteamericano Sam Shepard.
Nosotros, porque así lo hemos
aprendido a lo largo de nuestras décadas de existencia, creemos que hacer lo se
quiere, alcanzar las metas propuestas, dar y recibir amor, ser útil, son, por
supuesto, los elementos de la felicidad, la cual no se podrá evaluar sino
cuando el ser humano le haya puesto “la raya” a su periplo vital, como lo
enseñó Jean Paul Sartre. Enrique Porte hizo todo eso y por eso fue un hombre
feliz, aunque quizá él no lo supo.
Entre las cosas que colmaron la
felicidad de Enrique Porte, las que lo estimularon a que seguir viviendo, está
el Taller del Actor, una asociación civil sin ánimo de lucro creada el 19 de
junio de 1980, donde se realizaron inicialmente más de 20 talleres. De
todos esos talleres donde los estudiantes trabajaron intensamente a lo
largo de un año entorno a las enseñanzas del método
stanislavskiano, salieron mejorados notablemente y con un mayor dominio de sus
recursos actorales figuras destacadas y suficientemente reconocidas como
Alberto Acevedo, Chela Alterio, Saúl Arocha, Juan Carlos Azuaje, Rosa Elena
Arcaya, Cesar Alonso, Leonardo Bustamante, Flavio Caballero, Koke Corona, Jorge
Canelón, Verónica Cortez, Carlos Cruz, Balmore Carrero, Odilia Docaos, Carolina
España, Gustavo Escobar, Morelia Segnini, Iván Feo, Marcos Ford, Ivette Garcia,
Dimas Gonzalez, Lupe Gehrenbeck, Isabel Hungría, Carlos Herrera, Ivonne
Hernández, Gledys Ibarra, Mimí Landaeta, Carmen Landaeta, Morelia Monagas,
Maria Alejandra Martin, Hernán Marcano, Abril Méndez, José Ramón Ortiz, Javier
Paredes, Gladys Prince, Reynaldo Perez, Juancho Pinto, Sergio Pacheco,
Elizabeth Quintanales, Vilma Ramia, Gina Roversi, Carlos Julio Ramírez,
Hector Rodriguez Manrique, Jeannette Rodriguez, Nelson Segré, Carlota Sosa,
Sixto Sánchez, Julio “Chino” Salas, Yordano Di Marzo, Carlota Sosa, Iraida
Tapias, Carlota Vivas, Claudia Venturini, Mimí Lazo y muchos más. Ellos
lograron convertirse en personajes destacados en los ámbitos del teatro, el
cine o la televisión dentro y fuera de Venezuela. Fue una semilla que sembró y
pudo ayudar a cosechar el mismo Enrique Porte, “la esperanza blanca”, como
nosotros le decíamos cariñosamente.
Enrique Porte aprendió el abecé del
teatro en la UCV. Trabajó durante los años 60 con Nicolás Curiel, Herman Lejter
y otros más; pero su gran aprendizaje lo hizo en Londres, en el Drama Center.
Retornó a Caracas, en 1978, y a la par que creaba el Taller del Actor, en
compañía de Carolina Puig, Carlota Sosa, Leonardo Bustamante, Antonio Machín,
Rodolfo Hurtado y otros amigos, comenzó a dirigir y producir espectáculos
de calidad, como lo fueron: El sagrado corazón de la cochina, Una
medalla para las conejitas, El tartufo, Todo bicho
de uña, Cruce sobre el Niagara, Teresa, Lennon, El
esclavo, Viaje hacia la tierra de Jauja, Muñequita
Linda, Suicidio en Si Bemol, La hora Texaco, Humboldt y
Bompland, y muchísimos más. Su último montaje fue La maldición de
la clase hambrienta, pero la conducción la asumió su alumno y amigo
Santiago Sánchez, quien hizo la respectiva temporada a partir del 28 de octubre
de 1992, en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, escenario donde precisamente
tuvo sus mejores momentos estéticos. Hector Rodrigue Manrique, Morelia Segnini,
Ivette Garcia, Juan Tresserres, Jorge Canelón, Flavio Caballero, Dayan Coronado
y Antonio Machín fueron los intérpretes de ese montaje que cerró la historia de
Enrique Porte.
El Taller del Actor a la desaparición
física de su fundador-director sobrevivió un tiempo como asociación civil, pero
por diferentes factores de orden jurídico legal se trasformó en la Fundación
Taller del Actor Enrique Porte, la cual auspicio el montaje del Cuarteto de
Muller, producción mostrada durante las temporadas de 1992 y 1993.
¿Qué ha pasado después? Ya
lo sabremos.Lo único cierto es que dejo huellas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario