El espectáculo de teatro comercial vive de la taquilla. Si no aporta los mínimos ingresos saldrá de escena con cualquier excusa. Si logra una recaudación mínima es posible que cumpla con la pauta fijada: 48 o 96 funciones. No está de más recordar que la formula del éxito crematístico no existe. Nadie tiene tal “piedra filosofal” que hace rico al artista y al productor. Todo montaje es un riesgo Es dura esa ley del dinero, pero es así: hay obligaciones laborales y empresariales que cumplir. ¡No hay que olvidar jamás que si no hay espectadores en sala, los esfuerzos y los anhelos de teatreros y empresarios fracasan!
Lo reiteramos porque el Teatro Trasnocho inauguró su temporada 2007 con Príncipe azul, de Eugenio Griffero, estrenado durante el ultimo trimestre del 2006 en el Ateneo de Caracas, con excelentes actuaciones. Ahora tendrá que atrapar a la audiencia con su epílogo dramático y desconcertante de una estrujante historia de amor entre el comediante Juan y el magistrado Gustavo, personajes Roberto Moll y Marcos Moreno les ha correspondido representar y además convencer con la situación final.¡Bravo!
De metáfora fácil para ser descodificada y asimilada por el público, se trata de un fino show que atrapa por la calidad profesional como ha sido realizado bajo la égida de Francisco Salazar, quien admite que su mayor preocupación fue “el subtexto... un ping pong en el que yo propongo y los actores indagan, tratando de que aparezca una fibra sensible; más que una demostración de actuación”. Breve montaje que muestra el encuentro de Juan y Gustavo, con 66 años cada uno, que prometieron volverse a ver hace 50 años, después de haber mantenido relaciones tan intensas que tuvieron pánico de proseguirlas, teniendo en cuenta el contexto familiar y social de esa revuelta época de sus adolescencias.
Medio siglo más tarde, uno es actor de tercera, sórdido personaje que ha vivido como quiso y pudo, y sin vergüenza de lo hecho ni de lo no hecho; mientras que el otro, sobreviviente de un ACV, es jurista con poder, abuelo y amargado por todo lo que pudo hacer y no tuvo tiempo o no quiso hacerlo, burgués que se aburre por no tener nada que lo preocupe, salvo la salud y cuando rememora cosas que no pudo adelantar y debió abortar.
El espectáculo no sólo es el desencanto de dos ex amantes, sino el amargo aceptar de la vejez que los hizo desconocidos para los ojos del cuerpo y la dolorosa y patética aceptación de que ambos son perdedores, porque sus vidas llegaron a metas no anheladas. Es una advertencia sobre cómo los roles sociales rígidos pueden llevar a la traición de los más auténticos sentimientos. Es una versión de lo que enseñó el poeta: “el hombre mata lo que más ama”. Pero lo más interesante es su lectura política, porque hace parte de una histórica e inteligente producción de textos y montajes comprometidos en la lucha contra la dictadura argentina, que trataban de llegar al público y obligarlo a pensar y entender el trasfondo de sus diálogos.
Lo reiteramos porque el Teatro Trasnocho inauguró su temporada 2007 con Príncipe azul, de Eugenio Griffero, estrenado durante el ultimo trimestre del 2006 en el Ateneo de Caracas, con excelentes actuaciones. Ahora tendrá que atrapar a la audiencia con su epílogo dramático y desconcertante de una estrujante historia de amor entre el comediante Juan y el magistrado Gustavo, personajes Roberto Moll y Marcos Moreno les ha correspondido representar y además convencer con la situación final.¡Bravo!
De metáfora fácil para ser descodificada y asimilada por el público, se trata de un fino show que atrapa por la calidad profesional como ha sido realizado bajo la égida de Francisco Salazar, quien admite que su mayor preocupación fue “el subtexto... un ping pong en el que yo propongo y los actores indagan, tratando de que aparezca una fibra sensible; más que una demostración de actuación”. Breve montaje que muestra el encuentro de Juan y Gustavo, con 66 años cada uno, que prometieron volverse a ver hace 50 años, después de haber mantenido relaciones tan intensas que tuvieron pánico de proseguirlas, teniendo en cuenta el contexto familiar y social de esa revuelta época de sus adolescencias.
Medio siglo más tarde, uno es actor de tercera, sórdido personaje que ha vivido como quiso y pudo, y sin vergüenza de lo hecho ni de lo no hecho; mientras que el otro, sobreviviente de un ACV, es jurista con poder, abuelo y amargado por todo lo que pudo hacer y no tuvo tiempo o no quiso hacerlo, burgués que se aburre por no tener nada que lo preocupe, salvo la salud y cuando rememora cosas que no pudo adelantar y debió abortar.
El espectáculo no sólo es el desencanto de dos ex amantes, sino el amargo aceptar de la vejez que los hizo desconocidos para los ojos del cuerpo y la dolorosa y patética aceptación de que ambos son perdedores, porque sus vidas llegaron a metas no anheladas. Es una advertencia sobre cómo los roles sociales rígidos pueden llevar a la traición de los más auténticos sentimientos. Es una versión de lo que enseñó el poeta: “el hombre mata lo que más ama”. Pero lo más interesante es su lectura política, porque hace parte de una histórica e inteligente producción de textos y montajes comprometidos en la lucha contra la dictadura argentina, que trataban de llegar al público y obligarlo a pensar y entender el trasfondo de sus diálogos.
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