Cumplió 85 años el pasado 14 de enero y 54 de ellos han sido dedicados al desarrollo de las artes escénicas en Venezuela. Su saga biográfica se imbrica con la historia del teatro criollo vernáculo de la segunda mitad del siglo XX y a él se le atribuye la difusión y el montaje de las dramaturgias francesas clásicas y contemporáneas, además de la rumana, de donde él proviene.
Tal teatrero es Romeo Costea, quien introduce y difunde al autor rumanofrancés Eugene Ionesco (1909-1994), a partir de la temporada caraqueña de 1956, con la lectura dramatizada de La cantante calva y el montaje de La niña casadera, piezas emblemáticas del teatro del absurdo, uno de los inventos escénicos más importantes durante la pasada centuria, junto al teatro de la crueldad de Antonin Artaud.
El absurdo teatral se caracteriza por no ser explicito y manejarse o expresarse con argumentos y situaciones vagas, pletóricas de sentidos posibles, vacíos de soluciones y con finalidades polémicas especificas. Ionesco no adopta posturas ideológicas inflexibles, sino que enseña y demuestra que todos los puntos de vista son inútiles, ya que el absurdo es el hecho opuesto a la razón y la lógica, tanto en la vida como en el teatro que es su reflejo mismo.
Y hemos recordando parte de la labor pionera de Costea y el importante rol de Ionesco, porque recientemente el caraqueño Dairo Piñeres (1975) montó y aún hace temporada con su grupo Séptimo Piso, en una sala del Celarg, con La cantante calva (1950), obra madre de la absurdidad teatral. Alexander Rivera, Carlos Díaz, Luis Vicente González, Moisés Berroterán Marvin Huise y Morris Merentes son los diestros cómicos que durante 70 minutos hicieron posible una desopilante lectura escénica, y de gran calidad, para este siglo XXI.¡Óptimo teatro de arte!
La cantante calva, título arbitrario porque ni hay cantante ni tampoco carece de pelo, nació de los diálogos elementales de un texto que Ionesco compró para aprender inglés y que no es más que una súper parodia sobre dos matrimonios británicos sumidos en el aburrimiento de un Londres de los años 50. Es teatro destinado a mostrar la gravedad de la incomunicación entre los ciudadanos y ciudadanas de las sociedades burguesas, además de los exacerbados niveles de hipocresía y puritanismo de sus clases medias, aunque el utilizar un lenguaje que no dice ni significa nada ya no es una exclusividad de esos estratos sociales, sino una enfermedad que cunde, peligrosamente, además en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas contemporáneas.
El hiperkinético espectáculo de Piñeres con el texto ionesquiano permite volver a ponderar las condiciones que como puestista tiene este artista, su concepto revolucionario de lo que debe ser el teatro en estos tiempos y muy en especial el trabajo de los actores. El hecho de usar varones en roles femeninos le da al montaje una textura hipercómica al tiempo que acentúa la absurdidad de los convencionalismos de una sociedad mundial decadente.
Tal teatrero es Romeo Costea, quien introduce y difunde al autor rumanofrancés Eugene Ionesco (1909-1994), a partir de la temporada caraqueña de 1956, con la lectura dramatizada de La cantante calva y el montaje de La niña casadera, piezas emblemáticas del teatro del absurdo, uno de los inventos escénicos más importantes durante la pasada centuria, junto al teatro de la crueldad de Antonin Artaud.
El absurdo teatral se caracteriza por no ser explicito y manejarse o expresarse con argumentos y situaciones vagas, pletóricas de sentidos posibles, vacíos de soluciones y con finalidades polémicas especificas. Ionesco no adopta posturas ideológicas inflexibles, sino que enseña y demuestra que todos los puntos de vista son inútiles, ya que el absurdo es el hecho opuesto a la razón y la lógica, tanto en la vida como en el teatro que es su reflejo mismo.
Y hemos recordando parte de la labor pionera de Costea y el importante rol de Ionesco, porque recientemente el caraqueño Dairo Piñeres (1975) montó y aún hace temporada con su grupo Séptimo Piso, en una sala del Celarg, con La cantante calva (1950), obra madre de la absurdidad teatral. Alexander Rivera, Carlos Díaz, Luis Vicente González, Moisés Berroterán Marvin Huise y Morris Merentes son los diestros cómicos que durante 70 minutos hicieron posible una desopilante lectura escénica, y de gran calidad, para este siglo XXI.¡Óptimo teatro de arte!
La cantante calva, título arbitrario porque ni hay cantante ni tampoco carece de pelo, nació de los diálogos elementales de un texto que Ionesco compró para aprender inglés y que no es más que una súper parodia sobre dos matrimonios británicos sumidos en el aburrimiento de un Londres de los años 50. Es teatro destinado a mostrar la gravedad de la incomunicación entre los ciudadanos y ciudadanas de las sociedades burguesas, además de los exacerbados niveles de hipocresía y puritanismo de sus clases medias, aunque el utilizar un lenguaje que no dice ni significa nada ya no es una exclusividad de esos estratos sociales, sino una enfermedad que cunde, peligrosamente, además en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas contemporáneas.
El hiperkinético espectáculo de Piñeres con el texto ionesquiano permite volver a ponderar las condiciones que como puestista tiene este artista, su concepto revolucionario de lo que debe ser el teatro en estos tiempos y muy en especial el trabajo de los actores. El hecho de usar varones en roles femeninos le da al montaje una textura hipercómica al tiempo que acentúa la absurdidad de los convencionalismos de una sociedad mundial decadente.
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