Hay fiesta en Venezuela cuando escenifican teatro criollo. Se festeja que productores y directores se interesen por dramaturgos nacionales y acepten que los nativos sí pueden verse en escena. Así lo comentamos, el pasado 8 de noviembre, porque Ese espacio peligroso, de Edilio Peña, hacía temporada en la Sala Horacio Peterson, conducido por Gregorio Milano y con las performances de Luis Villegas y Marina Guedez. Ese mismo día nos enteramos del montaje de El intruso, otro texto de Peña, resuelto por Carlos Russo, en la Sala de Conciertos de la UCV.
Así, de repente, la cartelera vernácula se enriquecía con dos piezas más, sin contar otros montajes de autores nacionales que se han posicionado, como Orgasmo de Carlos Castillo, Tania en pelota de Mary Montes, Mi vida no es tan sensacional de Daniel Sarcos y A 2,50 la cuba libre de Ibrahim Guerra; además de los perennes unipersonales de Luis Fernández (No eres tu ¡Soy yo!) y Mimí Lazo (El aplauso va por dentro), y la reposición, después de casi 20 años, de Fango Negro de José Gabriel Núñez, espectáculo experimental a bordo de un autobús .
Y ahí no culmina tan “curiosa lista”. Se agrega Las puntas del triángulo de César Rojas, auténtica pieza trasgresora que asombró a los teatromaníacos de la década de los noventa, pero ahora versionada y llevada al Teatro Chacaíto, por Gigi Kurz y con las caracterizaciones a cargo de Luis Miguel Sánchez, Loreliz Carolina Urbina, Joseph Dubin y Dayana Castillo. Nuevos comediantes para una temática que se ha mantenido en el tiempo.
Las puntas del triángulo, estrenada durante la temporada de 1991, con Ricardo Sánchez, Ingrid Muñoz, José Romero y Linsabel Noguera, en la sala Rajatabla, es una saga sobre las relaciones súper intimas de dos hombres y una mujer (Junior, Laura y Francisco), quienes entran en conflicto y tienen un final patético porque irrumpe Elvira (madre de Junior, dueño del apartamento) y se rompe así la magia de esa convivencia, un oasis en medio de una convencional sociedad tercermundista y en mutación. ¡Una triple y desesperada decisión existencial en pos de lo desconocido que es la felicidad... aunque sea pasajera o breve!
La temática de Las puntas del triangulo no es otra cosa que la bisexualidad, agravada por las peculiares aristas que generan tal tipo de convivencias entre los integrantes del susodicho terceto y su contexto. Tampoco es original ese planteamiento, el cual en Venezuela fue abordado antes por Román Chalbaud e Isaac Chocrón con sus obras Los ángeles terribles y La máxima felicidad. El valor del texto de César Rojas es el desgarramiento de Elvira, la cuarta victima del machismo rampante que ha alienado también a los otros personajes.
El montaje 2009, resuelto por audaces e inteligentes teatreros emergentes, exige mayor trabajo actoral. Sus personajes deben convencer con las intimidades y las crisis que los acorralan. Además hay que resolver, con estética minimalista, los juegos eróticos del trío, porque lo obvio es innecesario exhibirlo. Artísticamente hablando, el espectáculo está a medio camino y requiere de menos nerviosismo. Se reconoce la audacia de escenificar un texto que reitera situaciones conocidas dentro de un contexto social aún crispado.
Este tipo de teatro sobre la bisexualidad,bien realizado, debe abrirle el camino a otras manifestaciones escénicas criollas sobre el lesbianismo, el travestismo y, por supuesto, la transexualidad, aplicándolos como útiles métodos para educar o hacer tomar conciencia al publico. No deben haber más excluidos sociales para ninguna de esas conductas o decisiones de género y es por eso que el teatro puede y debe ayudar.
Así, de repente, la cartelera vernácula se enriquecía con dos piezas más, sin contar otros montajes de autores nacionales que se han posicionado, como Orgasmo de Carlos Castillo, Tania en pelota de Mary Montes, Mi vida no es tan sensacional de Daniel Sarcos y A 2,50 la cuba libre de Ibrahim Guerra; además de los perennes unipersonales de Luis Fernández (No eres tu ¡Soy yo!) y Mimí Lazo (El aplauso va por dentro), y la reposición, después de casi 20 años, de Fango Negro de José Gabriel Núñez, espectáculo experimental a bordo de un autobús .
Y ahí no culmina tan “curiosa lista”. Se agrega Las puntas del triángulo de César Rojas, auténtica pieza trasgresora que asombró a los teatromaníacos de la década de los noventa, pero ahora versionada y llevada al Teatro Chacaíto, por Gigi Kurz y con las caracterizaciones a cargo de Luis Miguel Sánchez, Loreliz Carolina Urbina, Joseph Dubin y Dayana Castillo. Nuevos comediantes para una temática que se ha mantenido en el tiempo.
Las puntas del triángulo, estrenada durante la temporada de 1991, con Ricardo Sánchez, Ingrid Muñoz, José Romero y Linsabel Noguera, en la sala Rajatabla, es una saga sobre las relaciones súper intimas de dos hombres y una mujer (Junior, Laura y Francisco), quienes entran en conflicto y tienen un final patético porque irrumpe Elvira (madre de Junior, dueño del apartamento) y se rompe así la magia de esa convivencia, un oasis en medio de una convencional sociedad tercermundista y en mutación. ¡Una triple y desesperada decisión existencial en pos de lo desconocido que es la felicidad... aunque sea pasajera o breve!
La temática de Las puntas del triangulo no es otra cosa que la bisexualidad, agravada por las peculiares aristas que generan tal tipo de convivencias entre los integrantes del susodicho terceto y su contexto. Tampoco es original ese planteamiento, el cual en Venezuela fue abordado antes por Román Chalbaud e Isaac Chocrón con sus obras Los ángeles terribles y La máxima felicidad. El valor del texto de César Rojas es el desgarramiento de Elvira, la cuarta victima del machismo rampante que ha alienado también a los otros personajes.
El montaje 2009, resuelto por audaces e inteligentes teatreros emergentes, exige mayor trabajo actoral. Sus personajes deben convencer con las intimidades y las crisis que los acorralan. Además hay que resolver, con estética minimalista, los juegos eróticos del trío, porque lo obvio es innecesario exhibirlo. Artísticamente hablando, el espectáculo está a medio camino y requiere de menos nerviosismo. Se reconoce la audacia de escenificar un texto que reitera situaciones conocidas dentro de un contexto social aún crispado.
Este tipo de teatro sobre la bisexualidad,bien realizado, debe abrirle el camino a otras manifestaciones escénicas criollas sobre el lesbianismo, el travestismo y, por supuesto, la transexualidad, aplicándolos como útiles métodos para educar o hacer tomar conciencia al publico. No deben haber más excluidos sociales para ninguna de esas conductas o decisiones de género y es por eso que el teatro puede y debe ayudar.
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