¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Son algunas preguntas que intentaron ser respondidas por la muestra “Teatro por la identidad”, tendencia fundamentada en conceptos esencialistas y existencialistas, relanzada por factores sociopolíticos en Argentina, la cual se instaló hasta en la Sala Horacio Peterson de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte). Esta edición del 2009 reunió los espectáculos ¡Mamá! y Fronteras, gracias a la producción del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela y la Fundación Labrecha.
¡Madre! compiló tres monólogos, centrados en el contexto histórico argentino, la dictadura y los desaparecidos por la represión. Mi nombre es Angélica Rinaldi, La muñeca y La traición del recuerdo, dirigidos, desafiantemente, por el arquitecto y reconocido escenógrafo Héctor Becerra y con las respectivas actuaciones de Angélica Rinaldi, Karina Mosquera y Milvi Mosquera, materializan diversas situaciones donde torturadores y verdugos destruyen vidas y hasta cuerpos de mujeres comprometidas con la lucha por la democracia. Estos textos, escritos por Gilda Bona,María Eva Pérez y Beatriz Mátar, actuados emotivamente, no dan pausa para respirar por la violencia que encierran, violencia que dejó más de 30 mil victimas en la gran nación sureña, violencia que nunca más se puede repetir.
Fronteras sumó a: Sudacas, de Hugo Men, estridente faceta existencial sobre la inmigración latinoamericana en Europa y sus conflictos de adaptación. Resuelta correctamente por los comediantes José Luis Zález e Yma Sumak Carhuarupay, con una creativa puesta en escena de Jorge Cogollo. Fronterizos, de Josefina Ayllón, delicioso sainete del absurdo latinoamericano, al mejor estilo de Virgilio Piñera, que plasma a dos jóvenes en la frontera colombovenezolana; uno es un soldado (Christian Jiménez) que cuida que nadie pase de la raya entre los dos países, la cual durante la noche anterior “rodó” unos metros; el otro, un campesino (Jorge Cogollo) atribulado porque su vaca y su leche quedaron del otro lado. Es un agridulce juego de palabras que culmina en hermandad irrenunciable. Hay un fino trabajo de dirección por parte de Gregorio Milano. Cuanto vale una nevera, de Claudia Piñeyro, es la alucinante saga de la señora Piñeyro (Yma Sumak Carhuarupay) quien tiene dos conflictos: la nevera se quemó por un corte de energía eléctrica y como su apellido tiene una “ñ”, ni las computadoras gringas, ni la compañía de electricidad… reconocen esa letra. Y junto con ello, tampoco su identidad. Audaz dirección por parte de Costa Palamides.
¿Qué decir de todo esto? Mucho, pues, más allá de las valoraciones estéticas o de los gustos, o regustos, o disgustos también, se ponderó una envidiable capacidad de trabajo donde participó mancomunadamente un puñado de artistas venezolanos, talentosos jóvenes en su mayoría, y los indispensables asimilados, esos que se aposentaron en esta Tierra de Gracia para ayudar a crecer a los demás porque así también ellos se pueden realizar.
Esta muestra sobre el complejo teatro por la identidad, que en ultima instancia es todo el teatro escrito y el que viene en camino, nos agarró a todos de sorpresa, menos a la buena gente de Unartes, donde, con Emma Leonor Cesin y Miguel Issa, les abrieron los escenarios para llevar su oportuno mensaje de paz y fraternidad, además de denuncia sobre los horrores de la exclusión.
Es de esperar que durante los años venideros ese teatro por la identidad, como lo piensan y lo hacen el Tnjv y sus asociados, siga creciendo con sus propuestas estéticas, porque tienen el germen de una juventud capaz y amante del buen teatro.
Y como colofón de este evento, histórico por sus contenidos y su actualidad, pudimos, junto al periodista y amigo Hernán Colmenares, y gracias a la colaboración de los productores del evento, que el Teatro del Secadero, procedente de Mar del Plata, Argentina, participara también en esta muestra criolla con sus espectáculos Potestad de “Tato” Pavloski y Novia en rojo, mi ópera prima, centrada en aspectos de la saga del transexual venezolano Esdras Parra. Un par de piezas sobre los hijos de los desaparecidos por la canalla dictadura argentina y la cruel exclusión social por razones o sin razones sexuales. Ahí, gracias a la entrega profesional del primer actor Mario González y el equilibradísimo apoyo de Mery Shulze y Claudia Mauriz, los espectadores caraqueños ampliaron más su menú de eventos culturales, con lo que han incrementado su sensibilidad y sus conocimientos sobre algunos desgraciados aspectos de la incivilización actual.
¡Madre! compiló tres monólogos, centrados en el contexto histórico argentino, la dictadura y los desaparecidos por la represión. Mi nombre es Angélica Rinaldi, La muñeca y La traición del recuerdo, dirigidos, desafiantemente, por el arquitecto y reconocido escenógrafo Héctor Becerra y con las respectivas actuaciones de Angélica Rinaldi, Karina Mosquera y Milvi Mosquera, materializan diversas situaciones donde torturadores y verdugos destruyen vidas y hasta cuerpos de mujeres comprometidas con la lucha por la democracia. Estos textos, escritos por Gilda Bona,María Eva Pérez y Beatriz Mátar, actuados emotivamente, no dan pausa para respirar por la violencia que encierran, violencia que dejó más de 30 mil victimas en la gran nación sureña, violencia que nunca más se puede repetir.
Fronteras sumó a: Sudacas, de Hugo Men, estridente faceta existencial sobre la inmigración latinoamericana en Europa y sus conflictos de adaptación. Resuelta correctamente por los comediantes José Luis Zález e Yma Sumak Carhuarupay, con una creativa puesta en escena de Jorge Cogollo. Fronterizos, de Josefina Ayllón, delicioso sainete del absurdo latinoamericano, al mejor estilo de Virgilio Piñera, que plasma a dos jóvenes en la frontera colombovenezolana; uno es un soldado (Christian Jiménez) que cuida que nadie pase de la raya entre los dos países, la cual durante la noche anterior “rodó” unos metros; el otro, un campesino (Jorge Cogollo) atribulado porque su vaca y su leche quedaron del otro lado. Es un agridulce juego de palabras que culmina en hermandad irrenunciable. Hay un fino trabajo de dirección por parte de Gregorio Milano. Cuanto vale una nevera, de Claudia Piñeyro, es la alucinante saga de la señora Piñeyro (Yma Sumak Carhuarupay) quien tiene dos conflictos: la nevera se quemó por un corte de energía eléctrica y como su apellido tiene una “ñ”, ni las computadoras gringas, ni la compañía de electricidad… reconocen esa letra. Y junto con ello, tampoco su identidad. Audaz dirección por parte de Costa Palamides.
¿Qué decir de todo esto? Mucho, pues, más allá de las valoraciones estéticas o de los gustos, o regustos, o disgustos también, se ponderó una envidiable capacidad de trabajo donde participó mancomunadamente un puñado de artistas venezolanos, talentosos jóvenes en su mayoría, y los indispensables asimilados, esos que se aposentaron en esta Tierra de Gracia para ayudar a crecer a los demás porque así también ellos se pueden realizar.
Esta muestra sobre el complejo teatro por la identidad, que en ultima instancia es todo el teatro escrito y el que viene en camino, nos agarró a todos de sorpresa, menos a la buena gente de Unartes, donde, con Emma Leonor Cesin y Miguel Issa, les abrieron los escenarios para llevar su oportuno mensaje de paz y fraternidad, además de denuncia sobre los horrores de la exclusión.
Es de esperar que durante los años venideros ese teatro por la identidad, como lo piensan y lo hacen el Tnjv y sus asociados, siga creciendo con sus propuestas estéticas, porque tienen el germen de una juventud capaz y amante del buen teatro.
Y como colofón de este evento, histórico por sus contenidos y su actualidad, pudimos, junto al periodista y amigo Hernán Colmenares, y gracias a la colaboración de los productores del evento, que el Teatro del Secadero, procedente de Mar del Plata, Argentina, participara también en esta muestra criolla con sus espectáculos Potestad de “Tato” Pavloski y Novia en rojo, mi ópera prima, centrada en aspectos de la saga del transexual venezolano Esdras Parra. Un par de piezas sobre los hijos de los desaparecidos por la canalla dictadura argentina y la cruel exclusión social por razones o sin razones sexuales. Ahí, gracias a la entrega profesional del primer actor Mario González y el equilibradísimo apoyo de Mery Shulze y Claudia Mauriz, los espectadores caraqueños ampliaron más su menú de eventos culturales, con lo que han incrementado su sensibilidad y sus conocimientos sobre algunos desgraciados aspectos de la incivilización actual.
Así, a buena hora, Unearte está en la vanguardia de la lucha por la mejor cultura venezolana, uniéndose con otras manos e inteligencias sensibles y humanista
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