Josefa Zambrano, escritora con obras densas. |
“Cuando pienso en la escritura de Josefa Zambrano (Boconó, Trujillo, 1950) la palabra que viene a mi memoria es densidad. No obstante no se trata de esa densidad académica un tanto postiza, sino más bien de esa densidad porosa y que se encuentra oculta en frases bien construidas, en párrafos estructurados con la minuciosidad del artesano”, así lo publica Carlos Yusti en la respetable revista Letralia, que reproducimos o republicamos aquí.
“Josefa me contó,
mucho tiempo después, que había leído algunos de mis textos en un suplemento
cultural y le gustaba de mis ensayos, creo, ese estilo fortuito, sin clip
sujetador. También yo conocía a Josefa a través de sus cuentos pertenecientes
al libro Magia de páramo”.
“Desconocía que
escribía ensayos y cuando leí las galeradas del libro Taumaturgias del verbo (Fondo
Editorial Predios, 1999), facilitadas por el editor, no sólo me deleité con sus
ensayos, que proporcionaban inteligentes puntos de vista, sino por una
escritura que era una tersa filigrana de belleza con las palabras. Los ensayos
de Josefa, en comparación con mis textos ensayísticos, escritos con la
brusquedad tosca del aficionado, estaban escritos con la sencillez más compacta
y precisa de la inteligencia y en la que una destilación de orfebre con el
lenguaje dejaba su indiscutible marca de agua. Pero decir esto es una vaguedad
y es necesario leerla. En su ensayo sobre la pintora Remedios Varo escribe: “A
través de los siglos, su voz es la de todas las mujeres. Mujeres que vivimos en
un mundo donde la palabra y la agresividad viriles aún tienen la fuerza para
hacer de la guerra, por ser ‘cosa de hombres’, un arte, pero, afortunadamente,
ese poder es insuficiente para hacer del arte una guerra, pues el talento, el
genio, también es ‘cosa de mujeres’. ‘Soy mujer, pero tengo talento’, clama
Lisístrata desde la Acrópolis”.
“En los relatos y
en los ensayos Josefa deja a la intemperie su manera de moverse en la vida, de
observar la existencia como un compendio estético, algo así como una música
lenta y brumosa en un día lluvioso borrando algún paraje del páramo. En una
entrevista confesó cómo era su proceso de escritura: “Es de ritual. Esquivo la
escritura. Hago una y mil cosas antes de dejarme atrapar por las palabras que
se agolpan en mi cabeza esperando que me siente a plasmar con ellas una
historia, una reflexión; en fin, un nuevo texto. Mi proceso de escritura sigue
siendo de mucha inseguridad, de escribir y reescribir hasta conseguir la
palabra, la frase que exprese mis sentimientos, mis pensamientos”. Y de eso
está hecha su escritura: de sentimiento y filoso ingenio. Josefa no sólo busca
construir bien una frase (o un párrafo), sino que trata de que las palabras
formen una estética, especie de pincelada de palabras que congregan claridad,
concreción y agudeza. Hay en todo su trabajo como una emocionada meditación,
tan parca, pero a la vez rotunda, muy propia de la gente de montaña”.
“El trabajo
literario de Josefa Zambrano ha permanecido en ese despiste sorprendente de los
cenáculos literarios, que glorifican a tanto zoquete con ínfulas de autor y que
premian el enconado arribismo del escritor en los pasillos del poder. A pesar
de esos equívocos hace poco la Academia Venezolana de la Lengua la ha elegido
miembro correspondiente por el estado Trujillo”.
“Muchos escriben
para labrarse una reputación literaria, pero en el caso de Josefa Zambrano la
cosa no funciona de esa forma tan simplista y carente de estilo. Creo que
Josefa escribe para atrapar entre palabras esa realidad que se escapa por la
ventana, que huye en los discursos del poder, y que ella conoce bastante bien;
de esa realidad que a veces es un aforismo y otras una larga retahíla de lugres
comunes. Escribe para ordenar la velocidad indescriptible del presente. Me
aficioné a la escritura de Josefa Zambrano cuando leí su indefinible ensayo,
relato, entrevista, indagación exhaustiva sobre un artista con el
característico título: A. J. Fernández, “El hombre del anillo”: la
magnífica y atroz bizarría del imaginario trujillano.
En el texto condensa ese universo de lo estético, con sus contradicciones,
errores y aciertos, a través de un pintor popular. La entrevista, que es una
amalgama de cuento, ensayo, investigación y toda esa mezcolanza de géneros, es
resuelta con una originalidad puntual y de una riqueza creativa tal que el
lector se ve abrumado por lo que dice aquel hombre sencillo (en pugna con los
ruidos mundanos del día a día y los demonios del arte) y por la manera como lo
cuenta Josefa: sin dejar cabo suelto, sin dejar de inmiscuirse en los entresijos
íntimos del creador, sin dar tregua ni conceder nada. Todo cocinado en ese
fuego lento (e implacable) de la literatura”.
“Josefa Zambrano
sabe que la realidad hay que pasarla a limpio cuando se escribe, hay que
trabajarla con obstinada fragua desde el lenguaje, otorgándole una belleza
inusitada, que se escapa a simple vista. Que la realidad a veces nos esquiva y
que es necesario retenerla, por breves momentos, en la escritura, y vislumbrar
de alguna manera esa belleza otra postulada por Lautréamont
como “el encuentro fortuito sobre una mesa de disección, de una máquina de
coser y un paraguas”.
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