Oscar
Acosta, es licenciado en Educación Artística, docente y director teatral. Se
graduó en una de las últimas promociones del desaparecido Instituto para la Formación del Arte
Dramático (IFAD) y, en 1988, fue parte de la primera cohorte de egresados de la
Escuela César Rengifo, dedicándose durante años a la promoción del teatro de
calle y comunitario de compromiso político.
Ocupó cargos en la administración cultural capitalina como presidente de
Fundarte (2000-2009), vicepresidente de la Orquesta Sinfónica Municipal
(2006-2008) y miembro de la junta directiva de Fundapatrimonio.Aunque no se asume como dramaturgo,
eventualmente ha escrito, estrenado y publicado obras teatrales tales como Los
papeles de febrero (2009), en la cual evoca el doloroso episodio
conocido como El Caracazo o en En la plena aurora (2011),
drama en la cual recrea a personajes de la gesta independentista en 1810,
apartándose de la iconografía y las pompas patrióticas. Los últimos años,
además de dirigir e impartir clases en la Escuela de Arte Dramático Juana Sujo,
se ha dedicado con tesón a la investigación del pasado teatral venezolano,
logrando diversos reconocimientos al develar aspectos inéditos de la escena
nacional. Con Acosta mantuvimos una extensa entrevista que reproducimos a
continuación.
La
pregunta es clave en el cambio de fecha del Día Nacional del Teatro. La
polarización que vive el país llevó a que algunos compañeros teatristas
equivocaran su opinión respecto a lo que motivo la decisión. Claro que la fecha
conmemora la primera vez que un jefe de
estado alude con una medida ejecutiva al teatro en el Venezuela y eso tiene
cierta importancia. Pero hay una razón más importante para darle relevancia a
esta sala teatral y es que allí surgió la escena venezolana. En ese lugar, que
tengamos noticia cierta y comprobable, se montaron las primeras piezas escritas
por venezolanos. Hablamos de El café en Venezuela, atribuída a
Isaac Alvarez de León, estrenada en 1822 y de Virginia, esta
última de Domingo Navas Spínola, primera pieza teatral publicada en Venezuela,
estrenada en 1824. Spínola nació en Colombia, pero la mayor parte de su vida y
actividades las realizó en Venezuela, incluso ocupó el cargo de Alcalde en
Caracas. También se montaron otros autores como Pedro Pablo del Castillo y
Heraclio Martín de La Guardia, quienes forman parte de la primera avanzada de
la dramaturgia venezolana. Resumiendo:
en este segundo Coliseo nació la escena criolla.
No
que sepamos. Aunque algún que otro cronista y la tradición teatral afirman que
Andrés Bello montó en el primer Coliseo de la esquina del Conde una loa llamada
Venezuela Consolada, no existe… Me
corrijo, no hemos encontrado ninguna comprobación documental de que la loa haya
sido escenificada. La afirmación se basa
en conjeturas y suposiciones. Esta loa la escribió Bello a propósito de la
introducción de la vacuna contra la viruela en 1804 por el médico Balmis; es
una pieza muy breve en la cual se le dan vivas al rey Carlos por haber enviado
la expedición que sirvió para que el científico recorriera las colonias
españolas con la cura para la epidemia. En último caso, si se representó esa
pieza de Bello no tuvo repercusión alguna, ni podía tenerla porque, a mi
juicio, su importancia dramática es muy limitada.
Ese
es otro punto que debemos aclarar. El Libertador, a pesar de que debemos
reconocer su interés por el teatro y la educación en general como herramientas
sociales importantes en la creación de una nación, difícilmente se iba a estar
preocupando desde Bogotá de un salón de espectáculos a menos que, como sucedió
y dice el mismo decreto, el jefe político y militar de Venezuela que era José
Antonio Páez se lo solicitara. Bolívar era el presidente de la República de la
Nueva Granada, llamada Gran Colombia, conformada por los territorios de
Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador. Los problemas económicos, sociales y
políticos estaban a la orden del día. El decreto fue emitido dos meses después
de un intento serio de magnicidio contra Bolívar que implicó a un sector
importante del gobierno en Bogotá; dudosamente el Libertador iba a estar
pendiente de un teatro en Caracas cuando los adversarios le armaban una
conspiración tras otra. La reconstrucción del teatro, que ya existía desde años
atrás, es ordenada a gracias a la
intermediación de Páez, quien a su vez le hace un favor a José María
Ponce, hermano masón del caudillo
llanero y oficial veterano de la guerra de Independencia, quien se asoció con
el carpintero Ambrosio Cardozo para la empresa escénica. Los dos deciden invertir en el único teatro
que existía en Caracas y para asegurar el éxito económico logran el decreto, el
cual les garantizó el monopolio de las representaciones en la ciudad y la
exención de los impuestos por 15 años. De todo este cuento, he ido hallando
documentos que datan desde 1818 cuando
el teatro es abierto en plena guerra, hasta 1851 cuando es vendido por Ponce,
ya muy deteriorado.
En
Caracas, desde 1828 hasta 1843, no los hubo. Se montaron escenarios
improvisados para ocasiones especiales o efemérides, pero este segundo Coliseo
fue el único con temporadas regulares durante 15 años. La exclusividad de las
representaciones que ordena el decreto de manera tajante obligó a que
prácticamente todos los espectáculos escénicos artísticos se presentaran ese
ese lugar. Me refiero no solo el teatro, sino a la ópera, la zarzuela, los
conciertos sinfónicos… Incluso el escenario sirvió para dioramas, que eran como
paisajes o reproducciones gigantes de escenas históricas con un juego
rudimentario de iluminación, una especie de antecedente del cine… También se
presentaron magos y funciones de circo. Podemos decir que el escenario tuvo una
importancia crucial para los espectáculos de toda índole que se presentaron en
el Caracas. Había otras salas en Venezuela, como la de La Guaira, pero ninguna
tan importante como esta de la capital por la gran cantidad y variedad de
espectáculos que se presentaron en sus tablas.
¡Exactamente! Por y para ese lugar se constituye la primera compañía teatral formal,
encabezada por los actores de origen cubano Cecilia Baranis y José Ferrer, a
quienes les he seguido el rastro por todo el Caribe y en cuanto archivo
histórico me encuentro. Ferrer fue el primer director teatral del que tenemos
constancia segura hasta ahora en Venezuela, tal como entendemos hoy un
director, es decir como el que pauta un repertorio e instruye y establece la
disciplina a seguir por los actores. Así lo deja claro un contrato de 1828
entre Ponce y Cardozo, dueños del edificio teatral, más Ferrer como director
por un lado y por el otro, una decena de actores entre las que contamos a
Cecilia Baranis como “primera dama” y actriz que ganaba casi el doble que el
resto del elenco. Este documento podemos considerarlo como la prueba y
constitución formal del primer grupo teatral autónomo del país, es decir,
funcionaban corporativamente como equipo, eso lo deducimos fácilmente porque el
contrato no se firma por separado con cada uno de ellos sino con el grupo
completo. Ferrer y Baranis, iniciaron su carrera en la compañía de un español
llamado Santiago Candamo, un personaje estelar en la historia del teatro
cubano; pasaron a san Juan en Puerto Rico, luego vinieron a Caracas. Algo que
aprendí en esta indagación es que no podemos estudiar el teatro de esa época
pensando en límites y nacionalidades, parámetros que no existían entonces.
Seguirle los pasos a esta pareja de histriones es deambular 20 años por la
historia de Cuba, Puerto Rico, Colombia,
Santo Domingo y Venezuela. En nuestro país logran una gran popularidad. La
Baranis era muy echada para adelante, llegando muy joven a estas tierras,
escribe al Ayuntamiento pidiendo que ponga orden en el funcionamiento del
teatro. Ferrer llega a impugnar el decreto de Bolívar cuestionando duramente el
monopolio del teatro por parte de Ponce. Era gente de gran iniciativa y empuje,
en una etapa en que hacer teatro era una aventura temeraria cargando telones,
vestuarios y utilería a lomo de mula y lanchas con remos.
El sentido colectivo de la profesión escénica,
el bullir interno de los teatristas, surgió con este grupo de artistas que
decidió llamarse Compañía de Cómicos. Eran actores de diversas cualidades. Exceptuando los casos de los venidos de otras
compañías del exterior, su técnica era autodidacta y defectuosa, pero eran muy
versátiles y ejercitaban, además de la actuación, la esgrima, el canto y el
baile que nunca debían faltar en las funciones
que incluían varias piezas en una noche. Según el contrato, estrenaban
cuatro comedias mensualmente. Estaban obligados a interpretar el rol que les
fuera asignado por el director; si llegaban tarde o faltaban a la función eran penados con una
multa. Solo se les excusaba y podían cobrar salario si se ausentaban de la
temporada por causa de enfermedad.
Claro
que los había. Unas tres décadas antes, en el primer coliseo de la esquina del
Conde los hubo, pero eran más unos empleados de quien regentaba el teatro que
un equipo o agrupación de teatro. Toda la existencia de este primer Coliseo
transcurrió durante la colonia y la casi totalidad de los actores eran pardos,
mestizos… Solo exceptuamos a una actriz llamada Teresa que, como dicen los
documentos, era “blanca de la Guaira”. En la colonia, los pardos ocupaban una
posición social subalterna en una sociedad altamente estratificada. Poco
sabemos de esos actores pues hasta ahora no se ha hallado constancia de su
labor más allá de un par de listas con los nombres y salarios que devengaban,
cualquier otra cosa que se diga es especulación o invento sin base alguna. Tan
solo uno de ellos llamado Buenaventura López, es recordado por su popularidad
muchos años después en algunas crónicas. Del resto nada más se sabe. Entonces
al otro grupo de actores del inicio de la república que aparecen firmando un
contrato y otros documentos para el funcionamiento del teatro decretado en
1828, podemos considerarlos como los iniciadores del movimiento teatral
venezolano. Hubo, como hoy día,
asociación y confrontación entre ellos, demandas, rupturas con el dueño del
teatro, litigios por el uso del escenario… El teatro venezolano comenzó a
cobrar vida propia más allá del pago por las funciones o el deseo de los
gobernantes.
Por
ejemplo, en 1834, José Ferrer enfrentó duramente a otro director de
nacionalidad española llamado Andrés Juliá García que lo desplazó de la
dirección del teatro. Aunque el dueño del lugar era Ponce, la dirección
artística estuvo siempre a cargo de un artista.
Juliá García llegó desde Cádiz al Caribe integrando una prestigiosa
compañía española, quedándose en Venezuela varios años junto a su familia; este
director tiene el mérito de publicar en 1839
el primer ensayo que se conozca en el país sobre el arte actoral.
También, igual que el cubano Ferrer, aportó mucho al desarrollo escénico. En el sur del país todavía hay descendientes
del apellido Juliá García.
Absolutamente
todo lo que te digo puede ser respaldado, en su mayoría con documentos de los
archivos históricos venezolanos existentes en el Archivo General de la Nación,
el de la Academia de la Historia o el Archivo Histórico Municipal de Caracas.
En algunos casos he recurrido a documentos oficiales o hemerografía de archivos
digitales extranjeros en línea. También he pedido ayuda a compañeros teatreros o docentes de otros
países como Puerto Rico, Cuba, Chile, México y Colombia para que me apoyen
revisando algunas fuentes imposibles de acceder desde Venezuela. La cantidad de
materiales desconocidos e información inédita sobre las artes y, en particular,
sobre la escena venezolana es abrumadora. Pasarán décadas para conocer el
cuadro completo de nuestro pasado escénico, que es mucho más importante y
trascendente de lo que nos dicen en las escuelas escénicas. Y todo esto se
desprende de las fuentes históricas que existen y contienen centenares de
expedientes sobre el teatro venezolano. Me refiero no solo a Caracas, sino a lo
que se hizo en los estados. Nada se conoce del teatro inaugurado en Ciudad
Bolívar en el siglo antepasado, tampoco del coliseo de La Guaira abierto en
1829, ni de las temporadas dadas en los pueblos andinos de grupos profesionales
que recorrían el Caribe y entraban a Venezuela por Maracaibo. ¿Sabías que hubo
un teatro en Cumaná en la época colonial? Toda esa información está en los
archivos. ¿Otro ejemplo? Por este coliseo que decretó Bolívar pasaron artistas ilustres como el dramaturgo y actor catalán
José Robreño y su familia. También Francisco Villalba, director y actor español
que recorrió Suramérica para radicarse en Bogotá y fundar la Biblioteca
Nacional de Colombia hizo largas temporadas en el lugar. Poco sabemos de esas
figuras que, entre otras, no me cabe la
menor duda que influyeron con su talento y experiencia en el desarrollo
artístico criollo.
Toda
esa información es muy importante para las nuevas generaciones… ¿A través de
cuáles medios o plataformas se está difundiendo?
Poco
a poco he venido modestamente divulgando lo que se puede por la prensa y en
alguna que otra publicación que se presta. Pronto la Compañía Nacional
publicará los tres primeros capítulos de un ensayo que escribo dedicado al coliseo de Ponce, en los cuales
me dedico al estudio de la inauguración y las características físicas de la
sala; también doy detalles sobre el repertorio. No obstantes, es muy poco lo
que se puede hacer a nivel personal. En
las escuelas de teatro de cualquier nivel que hay en el país, por lo general,
el estudio del teatro venezolano se reduce a leer algún sainete y estudiar la
obra de Cabrujas, Chalbaud y Chocrón. Si acaso también Santana. Orlando Rodríguez me decía, “por cada
cincuenta actores hay un buen director, por cada diez directores hay un
dramaturgo y por cada diez dramaturgos hay un investigador.” Es
excepcional la labor de investigar,
razón por la cual es ignorada por las
instituciones educativas o culturales, cuando debiera ser lo contrario. Existe
en las universidades porque es necesario hacer una tesis para licenciarse. Aún
así, te pones a buscar y la gran mayoría de las tesis aportan pocos nuevos
conocimientos pues se limitan a repetir lo que ya dijeron otros. En teatro a lo
que dijo Carlos Salas o Juan José Churión, autores importantes pero que no son
totalmente confiables pues cometieron
errores por carecer de rigor metodológico. En otros casos repiten a Leonardo Azpárren Giménez,
el investigador más sólido y de mayor producción publicada que tenemos en
materia teatral… Bien. Pero, si ya lo dijo él, ¿qué necesidad se tiene de
repetirlo cuando es necesario develar mucha historia que es ignorada? No veo
útil ni efectivo ponerse con la pedidera de que se “apoye a la investigación”,
etcétera. He logrado ciertos avances en lo que me he propuesto investigando por
la pasión y la continuidad que he tenido, alternando con las clases que doy y
la dirección teatral. Es simple: me
gusta hacerlo. Aunque he tenido el apoyo
y aliento de la Compañía Nacional, única
institución que pareciera comprender la importancia de la labor en cuestión, en
la investigación no he dependido del gobierno,
sino más bien de algunas amistades a quienes he interesado en el tema y
han prestado su ayuda, sea costeando unas copias, consiguiéndome un texto o
buscando un documento. Para divulgar estas cosas también cuento con algunos
medios como Todosadentro, semanario
de Mincultura. O contigo y tú
interés por el teatro durante décadas
que aterriza en un blog muy leído, pero hasta allí llego, Moreno Uribe. No veo
un interés consecuente más que el mostrado por algunos servidores públicos. ¿Y de alguna institución
oficial como parte de su perfil y principales objetivos? ¡No! Creo que el
Estado está en el deber de divulgar todo lo que constituya indagación e
información del pasado que pueda fortalecer la identidad nacional. No se cumple
con esta obligación. Pero no me quejo tampoco de ello. Lo critico y señalo,
pero no me detengo. Hago lo que debo y me gusta hacer, con, sin o, incluso, a pesar
del Estado.
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